miércoles, 3 de enero de 2024

DE LOTERÍA Y EL NANGA PARBAT

___________________________________________

 

No se lo van a creer, pero hace muchos años, demasiados, pasé muy cerca de este lugar. Entonces no había pistas y apenas senderos, pasar con un todo terreno habría sido imposible y todo estaba verde. La foto está tomada en el Deosai.


La edad conlleva reservas, limitaciones y hasta sacrificios, aunque por suerte no miedos. En teoría, solo teoría, hay cosas que ya no podemos hacer; en mi caso por la enfermedad de mi compañera, por el dinero y también porque la edad me pesa. Se necesita mucho dinero para hacer determinadas cosas, aunque no tanto si agarras una mochila y te pones a andar, eso si lo pretendido es asequible a pie.

Hoy, tras sacarme de encima los efectos de la noche vieja (debo confesar que de esas fiestas solo la de Reyes me motiva), me he puesto a organizar mi segundo viaje a Cabo Verde, esta vez aún más intenso y espero que salvaje, dentro de lo que puede tratarse como tal en un país humanamente más adelantado que el nuestro, pero con riesgos nada desdeñables. Y en un momento, a saber por qué, he pensado en lo que haría de tocarme la lotería (cierto, antes debo comprarla).

Lo primero y más importante, le daría dinero a Amara para comprar una casita cerca del bosque de Muniellos, en Asturias. Para eso se necesita poco. Luego una cantidad razonable a Joan con el encargo de comprar un velero de 33 a 37 pies de eslora, más no y menos tampoco. Otra cantidad para que Al pueda comprarse una casita en Cabo Verde, dado que su vida está allí. Para eso tampoco se necesita mucho dinero. Y finalmente cogería la mochila, sí, aunque no lo crean la mochila, porque soy más feliz con ella que con una maleta; y gozo más en casas de huéspedes o de particulares que en grandes hoteles; y lo paso mejor mezclado con gente del país en un destartalado transbordador, que en un avión; y apretujado en un colectivo, que cómodamente sentado en un taxi o un auto de alquiler. Como pueden ver, mis viajes cuestan poco dinero. A lo que íbamos, cogería la mochila y volvería al norte de Pakistán durante un año como mínimo, a fin de prepararme para visitar al Nanga Parbat.
Y sí, me dirán loco, pero es una asignatura pendiente, al igual que otras que les iré contando más adelante, pero que nunca realizaré, puesto que a los setenta y dos, pese gozar de una salud y fortaleza envidiables, hay cosas que mejor olvidar, como por ejemplo hacer de hombre pájaro. Y es que una cosa es el riesgo máximo y otra el suicidio; una es la aventura, que por salvaje y arriesgada que sea, siempre queda alguna posibilidad para poder contarlo; y otra saber que invariablemente dejarás la piel por el camino sin conseguir tu objetivo.
Y sí, ya sé que eso del Nanga Parbat parece más lo segundo que lo primero, pero no es así, no es mi intención subirlo, ni siquiera con un año de preparación podría. Una cosa es visitar, andar por sus laderas y subir al máximo de mis posibilidades, y otra pretender algo que la mayoría de alpinistas ni siquiera sueñan. Aunque una vez allí, ¡quién sabe!
¿Posibilidades de volver?
Creo que pocas, al menos yo. En el Nanga Parbat la gente muere por casi nada.
¿Cuántas veces han escuchado aquello de que "te puede caer una maceta en la cabeza"? algo tan remoto como posible. La fácil perorata que se da para provocar que alguien por fin se atreva a hacer algo “extraordinario”. Pues no se pueden imaginar la cantidad de alpinistas y montañeros que han perdido la vida en el Nanga Parbat por haberles caído una roca encima. Allí hay que eliminar la palabra remoto. Luego están los desprendimientos y los aludes, que son tan impredecibles como innumerables. Y si a eso le suman mi afición por el límite; la poca aceptación que tengo de mi edad y sus limitaciones; y mi temor a morir en una cama, viejo y discapacitado; ahí tienen la tormenta perfecta y mi felicidad.

 

.