lunes, 24 de junio de 2013

UNA NOCHE DE SAN JUAN

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"Siento decir también que los atenienses son terribles en eso de robar al Tesoro Público, y que, a pesar del peligro que corre el ladrón, son los más distinguidos los que más roban, del mismo modo que son los más distinguidos los que forman parte de la magistratura" 

(Jenofonte en "Los diez mil")

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Una noche de San Juan, veintiocho años atrás:

Me acerco con Mónica, que al ver que los observaba ha querido presentármelos. Están con Amara, bromeando sin cesar. Dos tipos bien parecidos, no tan grandes como a ella le gustan, pero si musculosos. Luego me entero que son famosos alpinistas, que han subido más de un ocho mil en el Himalaya y que conocen los parajes por dónde Anna y yo andamos en tiempos de guerra. Los habían conocido en una fiesta a la que fueron solas. Mi amiga los besa en la mejilla, mientras Amara y yo cruzamos una mirada de complicidad. Saben que tenemos una relación, pero no cual, aunque eso no les condicione. Acaricio la nuca de Mónica en claro gesto de posesión.
-¿Tu compañero? –Le pregunta uno de ellos.
-Y mi amante - responde Amara anticipándose.
-Soy un hombre afortunado –adelanto con sonrisa burlona y un guiño.
Risas, muchas, ya que Amara se ha empeñado en hablarles agachada frente a sus braguetas, de manera simpática mientras hace divertidas muecas.
La miro interrogante mientras uno le acaricia la mejilla con evidente ternura.
-Dice que nuestra neurona sube y baja sin parar y, por lo visto, sabe dónde está en todo momento.
Me siento observado, analizado en todos mis gestos y miradas. Obviamente se preguntan mi nivel de amistad con ellas, si soy compañero de cama, de casa o si entre Mónica y yo hay algo más.
-Debe ser difícil apreciar la diferencia entre compañero y amante con dos chicas como estas.
Eso dice uno mientras acaricia el magnífico pecho de Amara, a través de la camisa de fino algodón blanco, que hace juego con sus desgastados shorts tejanos. Por intuición o casualidad, lo cierto es que ha acertado y lo percibe por algún gesto nuestro. Y sonrío al sentirme descubierto. Es difícil de entender, pero es cierto, sean amantes o compañeras da lo mismo.
Charlamos distendidamente. Se nota que pretenden tirarse a las dos y me sorprende que Mónica no les siga el juego, porque son del tipo de hombres que gusta. Por mi parte trato que no se sientan coaccionados, incluso en un momento de descuido intento escapar, pero ellas lo evitan, principalmente Mónica, que me agarra del brazo.
Y Amara habla de sexo directamente, sin cortarse un ápice.
-La última vez me dejasteis hecha unos zorros. Al día siguiente empezaron a salirme moratones con forma de mordiscos –dice con otra de sus divertidas muecas.
Les veo incómodos, casi nerviosos y sorprendidos. Están seguros de haberla tratado con cuidado, incluso con delicadeza. Uno de ellos la atrae hacia sí, la abraza y la besa. El otro se disculpa azorado y ella le acaricia el pecho, se ríe y les cuenta que su piel es sensible en todos los conceptos, que son maravillosos, pero que después tiene que acostarse con su compañero y dar explicaciones. Y, claro, entonces recuerdo los múltiples y pequeños moratones repartidos por todo su cuerpo.
- Estás de muerte... Follas como los ángeles... Quizá me pasé sin darme cuenta... A veces no puedo remediarlo... Éramos tres ¿recuerdas?...
No parecen arrepentidos, pero sí abrumados, y les abrevio el tormento.
-A mí con ella me pasa lo mismo, y verla con este tipo de marcas excita a cualquiera. Estoy seguro que a su compañero le encanta saber que la follan así.
-¿Lo conoces?
-Es uno de mis mejores amigos.
Ahora es Mónica la que se ríe y bromea.
-Es el mejor tipo que conozco, el más sano y noble, aparte de ser mi amante.
Mónica habla de Jep, su verdadero compañero. No es de engaños ni de bromas, no los entiende, pero hoy los sigue, quizá porque no lo son. A ella, igual que a mí y a Amara, da lo mismo amante que compañero, porque a veces ni nosotros apreciamos la diferencia.
Nos separamos, otra vez con Mónica tirando de mí. Y se nos acerca Biel mientras los sigue con la mirada sin reflejar lo que piensa. Charlamos un rato admirándonos sin disimulo del despliegue seductor de Amara, que deja entrever una gran empatía hacia sus interlocutores.
-¿Cómo no has querido participar? –Pregunto a mi amiga.
-No me apetecía. Hoy prefiero estar a solas contigo. ¿Y tú?
¿Qué puedo responderle? Lo cierto es que me hubiese gustado ver cómo revienta de gusto mi compañera, que es algo que me satisface mucho. Pero no, prefiero callar y abrazarla, amarla como merece.
Anna charla con unos amigos, sé que anda tras uno de ellos y lo seduce con su arte, tan parecida y directa como la de Amara. Nos despedimos de Biel. Me sabe mal dejarlo solo, tan adusto e incapaz de relacionarse con desconocidos. Y veo acercarse a Amara, sensible a cualquier sentimiento de su amigo, le sonríe, lo coge del brazo y se lo lleva hacia donde están sus dos acompañantes.
-Ven, quiero presentarte a dos tipos muy interesantes, son alpinistas y han estado en el Himalaya.
Mónica y yo salimos a la calle, me da el casco de Jep y monta sobre su moto. A nuestro alrededor estallan petardos y se oye los silbidos de algunos cohetes.
-Sube, quiero llevarte a una buena verbena.

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viernes, 14 de junio de 2013

EL REFLEJO DE MI SUEÑO

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Ayer un viejo conocido, sin poder guardar lo que siempre había pensado, se admiró sobre lo mucho que Amara y yo hemos soportado, antes por nuestra extraña liberalidad y ahora por la enfermedad que ha postrado a mi compañera.
-Lo que tu llamas liberalidad nosotros le llamamos libertad, y a lo que llamas soportar, nosotros amor.

He tenido una vida privilegiada y estoy intentando compartirla.
Esta frase, que hoy me parece actual, la hice mía hace años, cuando creí haber vivido mucho más de lo que por ley me hubiese tocado.

Para mí fue un juego, un apasionante divertimento con satisfacción añadida, conseguir que aquella bellísima y sensual mujer conociera su poder y lo ejerciera.
Amilanada, reprimida por su sociedad machista, violentada y desprotegida por los suyos; pero luchadora y valiente, rebelde, inteligente y desafiante ante todos y todo.
Por vez primera pensé en hacer a alguien mío, hasta el límite que mi espíritu impusiera; y para eso debía conseguir que fuera absolutamente libre, más que Mónica, que Anna, incluso que Mila.
Veintiún años, una niña que, aun muy vivida, estaba por moldear. Y yo con veintinueve y una mochila repleta de vivencias, que necesitaba compartir antes que me consumieran.
Mis amigos, todos excepto Anna, nos dieron un mes de plazo, decían que más allá uno de los dos abandonaría. Luego fueron seis, esta vez ya sin Mónica, que empezó a conocerla. Pasados los cuatro primeros meses alargaron el plazo a un año, pero no Jep, que ya la frecuentaba. Y tras nuestra boda solo quedaron unos pocos, los que menos la conocían.
Le enseñé a no temer a nada ni a nadie, a quererse más que a cualquiera, a ser ella misma, a no preguntar antes de tomar lo que consideraba suyo, a mirarse en el espejo y satisfacerse de lo que veía. Y a disfrutar de las tormentas, del agua y del granizo, de la tempestad y del mar, de las noches más oscuras en lo alto de la montaña sin nadie que pudiera socorrerle. Y  poco a poco le fui contando mi vida, para demostrarle que nada carece de belleza, que incluso el horror enseña y puede ser recordado con emociones encontradas. A Amara le enseñé todo lo que sabía y había soñado poder llegar a ser, a vivir cada día con toda la intensidad que ofrece la vida, a mirar más allá de las estrellas, a creer que cualquier sueño es posible si se lucha por él, a ser libre por encima de todo y de todos.
Y le enseñé a no preguntarme ni siquiera con la mirada, a dejar libre su instinto, a disfrutar de su cuerpo como nunca había imaginado que pudiera, ni en sus más íntimas fantasías. Le enseñé a dar placer a los hombres con su propio disfrute, a requerir sus caricias, a abandonarse en sus brazos y expresarles sus sentimientos sin miedo; y a reír con el sexo, a dejar atrás los prejuicios, a jugar con la morbosidad humana, a seducir sin freno. Le enseñé a ser lo que siempre había deseado, a sentirse libre y fuerte como nadie, a poder escoger, a no sentirse atada por nada que no fuera su propio espíritu. Solo entonces la creí mía, no por serlo realmente sino por ser el reflejo de mi sueño.

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sábado, 8 de junio de 2013

HASTÍO

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Me preguntan por qué no hablo de política ni de economía, que para mí es lo mismo, por qué he dejado de denunciar lo que ocurre o no planteo soluciones como solía.
Hoy mismo, después de leer una entrada de Manuel Conthe, secretario de Estado de economía en tiempos de Felipe, uno entiende por qué estamos como estamos, hasta qué punto somos y hemos sido gobernados por estúpidos, gente retrógrada y sin espíritu, incapaz ya no de superar lo heredado sino de mantenerlo. Y uno se pregunta que si eso es nuestra clase inteligente, qué puede esperarse de la normal, que es la que actualmente nos gobierna. Normal, sí, porque el nivel medio del elector español no pasa de eso.
Antes, en su blog me permitía divagar, pensar y discutir. Ahora solo queda la mofa, porque ir más allá es entrar en su juego; aunque debo reconocer que al menos sabe escribir, muy bien por cierto.
Hace poco un amigo me preguntó por mi obsesión en repetir que las democracias tienen los gobiernos que merecen, y me aseguró que él no merecía ser gobernado así. Y recuerdo que como respuesta le pregunté cómo escogía a sus representantes, y que, ante su reflexivo silencio, respondí por él.
-Si eres un tipo normal y sin instinto masoquista, seguramente escoges el que te gusta más, que crees más preparado, que habla como a ti te gusta, con el que sientes más empatía, que tiene tus mismas inquietudes.
-Pues sí –respondió.
-Pues eso es lo que hace la mayoría, que se supone no es masoquista, y en tu caso no puedes quejarte porque votaste a CIU.
-Pero mintieron y de eso no tengo responsabilidad alguna.
-Sabías que mentían. Ahora no te hagas el tonto, primero porque avisado estabas y segundo porque no lo eres. Dejaste que te engañaran porque te resultó más cómodo, solo eso. Ahora no me vengas con milongas.
Y ahí quedó la cosa, con unas cervezas y más risas, porque con los amigos mejor no hablar de política.
En fin, por qué debo quemarme aquí, en este precioso sitio, cuando los que me leen ya saben a qué me refiero y suelen coincidir conmigo sobre ese asunto. Es mejor hablar de sexo, de aventura y de divertimento, que es más sano y llena.
Mañana, que eso puede significar en unos días, contaré mi experiencia con una de las pocas mujeres que me dejaron un bellísimo recuerdo, excepto mis amigas, claro; y con la que solo tuve un encuentro que ya no podré olvidar. Y si me queda tiempo hablaré de Amara, de sus aventuras de libertad y, cómo no, del sexo más brutal.


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miércoles, 5 de junio de 2013

PUEDES TORTURAR, PERO NO COMPARTIR

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"Puedes torturar, pero no compartir"
Ese es el nuevo código penal del señor Gallardón, obsesionado en restringir las libertades más esenciales del ser humano, que son poder comunicarse y compartir la cultura.
¿Por qué?
No hay que ser muy listo para entenderlo. En la actualidad el estado represivo solo tiene un enemigo: la libertad de información, el que todo el mundo pueda ver a su policía enloquecida mientras se salta la Constitución, como reprime a salvajemente a los que no están conformes con el gran robo. El señor Gallardón está preparándose para lo que viene: un recrudecimiento de la represión al más estilo dictatorial y para ello necesita acallar lo único que no controla: la gente que graba y comparte.
Eso por un lado, por otro necesita reprimir y encauzar la cultura, y adecuar las leyes a lo que su amo le ordena, que paguemos incluso por lo que nosotros mismos hemos escrito para compartir y enseñar. Esa es la nueva fuente de ingresos del corrupto.
La manera de conseguirlo es penalizar salvajemente compartir, por ejemplo, un vídeo de YouTube en este mismo lugar. A partir de ahora se castigará más a un tipo como yo, que comparte vídeos, que a un malnacido que apuñala a un niño.

Recordar eso antes de votar a PP, PSOE y UPyD.

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lunes, 3 de junio de 2013

DE ANIVERSARIO

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Falta poco para que cumpla los sesenta y dos, y eso ha hecho que recuerde muchas cosas, algunas en demasía y otras con cortedad.
Con los años el individuo, al menos yo, tiende a hacer las paces consigo mismo, de modo que deja de arrepentirse de lo peor; de analizar o preguntarse si había otra opción y, de ser así, por qué no la escogió; y descubre que todo, absolutamente todo, aún sin excusa, tiene su explicación.
¿Cuántos años llevo con el blog? Tantos que ni recuerdo, pero sí que hace unos cinco, cuando mi gran amigo bloguero me pidió conocer a Mónica, le respondí que tal vez le impresionara más la historia de Anna. Hoy, al pensar en ellas, no sé cuál de las dos marcó más mi vida. Hay momentos que pienso que fue Anna, mientras que en otros Mónica. Y si me pregunto cuál de ellas se acerca a mi ideal, no puedo responder, ni siquiera introduciendo a Mila y Amara entre las dos. Mi vida, como cualquiera de mis lectores puede comprobar, ha transcurrido alrededor de cuatro mujeres, aparte de otras que apenas dejaron rastro en mi espíritu. Y no por sexo, porque con Mila nunca lo hubo, sino por su inteligencia, su independencia y su espíritu combativo. Mujeres que prefieren la derrota o la muerte antes que la rendición.
El jueves Amara me despertará con un beso, Mónica me llamará después que lo haga Jep y cuando sepa que nadie la escucha. Anna ni siquiera me escribirá y si lo hace no será para felicitarme sino para que sepa que aún está viva; y Mila puede que me escriba, se olvide o esté en un lugar donde sea imposible contactar. Lo último que sé de ella fue antes que zarpara con unos ingleses hacia el cabo de Hornos.
Mónica me llamará y quedaremos para cenar, tomar unas copas y hablar de nuestras cosas, nunca de nuestras aventuras; y aprovechará para preguntarme por Anna, si sé algo de ella. Me contará que apenas responde a sus correos, aunque lo cierto es que Mónica apenas escribe y lo último que sabemos de nuestra amiga, es que estaba a punto de entrar a China desde Myanmar, por la frontera Himalaya, con pasaporte tailandés y en compañía de un camionero tan revolucionario como ella, cosa que dificulta bastante el envío de correo.
-Si te pasara algo ya no podría venir a buscarte -me hubiese gustado decirle como advertencia, pero preferí el silencio. Sé, además, que no quiere que vuelva a buscarla; y ella sabe que, en cualquier caso, ni la distancia ni las fronteras me lo impedirían.
Y saldremos sin nuestros respectivos compañeros y, como solemos, cenaremos en la taberna de Tomás. Y me recrearé en su exótica y perfecta belleza, aún sin el castigo de los años, en su piel suave y sin apenas arrugas, en su sonrisa y su grácil cuerpo. Y, como siempre, volveré a maravillarme de su fortaleza y de su indomable espíritu. Y dormiremos juntos en casa de algún viejo amigo.


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