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Solo Mila con diecisiete años, me pidió que nunca la abandonara. Solo ella me pidió amor para siempre, precisamente el que no necesita sexo, el de hermano, en un momento de ternura sin igual.
Las otras tres mujeres con las que he compartido el amor: Anna, Mónica y Amara, nunca me lo prometieron para toda la vida y tampoco me lo pidieron; sin embargo, junto con Mila ha sido con las únicas que ha perdurado, pese todos los contratiempos.
Solo Anna, en uno de los días más difíciles de nuestra relación, me dijo que siempre, por muy complicado que fuera, por imposible que pareciera, cuando la necesitase estaría a mi lado. Y sí, apareció en mi puerta cuando más falta me hizo y sin necesidad de llamarla, igual que yo a ella en los momentos más difíciles de su vida.
La fidelidad y el amor no se prometen sino que se practican, porque cuando necesitan de promesas pierden su razón de ser.
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La veo a lo lejos echada en la toalla, en el rincón donde termina la pequeña playa. Muy cerca, las rocas han conformado una minúscula laguna que se llena con las olas más altas. Con ella, uno a cada lado, están los dos tipos que conocimos ayer, después de desembarcar.
Jep la observa desde la cubierta, mientras repasa con cuidado la génova. Hace dos días, justo cuando la recogimos por el fuerte viento, nos pareció que se rasgaba. En el barco tenemos todo lo necesario para reparar el velamen y Mónica en eso es una experta.
Al intuir que eran de su gusto, simulamos que sólo era una amiga de poco compromiso. A Jep no le agrada este tipo de comedia, pero a mi me divierte el engaño. Joan y yo lo utilizamos a menudo, para darles la oportunidad de contemporizar con tipos atractivos, con rapidez y sin necesidad de dar demasiadas explicaciones. Lo hacemos cuando notamos interés por su parte o si creemos que los hombres que se les acercan son de su agrado.
No parece que los tipos se decidan a lanzarse, tal vez porque uno por el otro se estorban o se intimidan. Solo cuando son más de dos se aclaran, quizá porque lo dan por perdido y lo toman como un juego.
Jep y yo nos miramos y sonreímos con complicidad. Amara tampoco les da pie y no parece que tenga el mismo interés del principio. De haber querido, haría rato que los habría seducido.
Jep encuentra la pequeña rasgadura, la marca y, entre los dos, doblamos la vela de manera que se pueda trabajar. Me acerco a Mónica y tomo asiento a su lado con las piernas cruzadas, para charlar con ella mientras la cose; mientras Jep salta a la auxiliar y se pone a remar hacia la playa.
-Voy a buscarla –nos dice, después de constatar que Amara empieza a dar signos de aburrimiento.
Jep casi nunca utiliza el pequeño fueraborda, le encanta remar, sobre todo cuando puede hacer gala de músculo ante su amiga. Es el eterno seductor, incluso con Mónica, cuando ya no le hace falta. Todos sus gestos, su voz, su parlamento… apuntan en una dirección: seducir hasta la muerte, y a mí me divierte y me enorgullece.
Embarca apoyándose en Jep, que le brinda su ayuda con elegancia, cuando en realidad va sobrada de agilidad y fuerza.
Desnuda, bellísima. Tiene veinticuatro y su cuerpo provoca delirio. Es belleza, atractivo y desbordante sexo. Hace dos años que estamos con ella, yo unos meses más; sin embargo, aún la miramos embelesados, mientras imaginamos que le hacemos mil perrerías. Cada día nos descubre una nueva manera de moverse, de mirar, de expresarse. Su cuerpo cambia solo para mejorar, y nos sorprende, porque ya lo tenemos como insuperable.
-Parecían ser de tu agrado –le digo mientras recibo su beso.
-Puede, pero son unos chulitos inmaduros.
La miro y sonrío. Amara se vuelve cada día más exigente con los hombres. Ya no tiene suficiente con la apariencia. Ha crecido y no solo en edad. Su conversación sigue siendo igual de interesante, pero ahora es más inteligente y culta. Anna y Mónica han hecho estragos en su personalidad. A Amara le siguen gustando los hombres maduros, sentirse poseída con fuerza, tanto física como mentalmente. La sensación de serlo por uno o varios hombres maduros y gastados, aún le atrae poderosamente; pero ahora quiere más y con Mónica y con sus dos amigos médicos, solo un par de años mayores que ella, ha descubierto una nueva forma de madurez.
Vuelvo a sentarme junto a Mónica, que ya casi ha terminado de reparar la rasgadura. Estamos sobre la cubierta, sentados con el ventanuco de proa entre los dos. Amara entra en la cabina seguida por Jep. Mónica y yo nos miramos y sonreímos, y apartamos la vela de sobre el ventanuco, no fuera que los dos amantes se asfixien por nuestra culpa.
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