domingo, 29 de abril de 2012

REENCUENTRO

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Miles de fotografías y cientos de libros, que no tendrían importancia si no fuera por los que ya tengo. Fotografías que tengo que digitalizar, archivar y coleccionar. Libros que me servirán para deshacerme de otros que malviven en casa. Ediciones de 1900, de 1800, de 1700, impecables. Y cartas, muchas cartas; y un árbol genealógico a medio hacer que me descubre familiaridades donde no sabía ni soñaba. También sus cenizas, que las guardo hasta poder darles sepultura junto a mi madre.
Hace tiempo creí que mi apellido se componía de varias ramas, ya que sabía de algunos que nunca pensé que tuvieran que ver conmigo; pero al seguir el árbol, descubro conexiones mucho más cercanas de lo esperado.
Cuadros y piedras preciosas de mucho valor. Los primeros podré ponerlos a la venta, lo segundo ya no. Nadie está dispuesto a pagar por lo que valen.
Es curioso lo difícil que resulta desmontar una casa tan llena de recuerdos, donde cualquier papel, recorte de periódico, libreta de ahorros, cartilla de racionamiento, partida de nacimiento, reviste tanto valor que no me atrevo a deshacerme de él. Y fotografías con la fecha y el lugar donde fueron tomadas en su dorso. Miles de ellas coleccionadas en primorosos álbumes.
Mis padres vivieron juntos y solos hasta el pasado agosto, cuando murió mi madre. Luego mi padre quiso seguir en la casa, donde recibía la visita de sus nietos, que se acercaban a comer, a cenar, a ver el partido, a jugar al ajedrez... La de mi hermana, siempre más familiar que yo; y la mía, que desde la muerte de mi madre pude acercarme más a él, conocerlo y disfrutar su gran humanidad. Aún recuerdo cuando de joven, ya viviendo fuera de su casa, le pregunté cómo podía aguantarla.
-La quiero -respondió entonces. Y no lo entendí, porque si marché de su casa fue por ella, por insoportable, cruel y déspota.
Era mi madre y debo respetarla y quererla, por lo menos su recuerdo; pero eso no significa que deba olvidar su realidad.

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domingo, 22 de abril de 2012

UN ADIÓS

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Me siento a su lado, le acaricio la mejilla...
-Papá, tenemos que hablar. Hemos encontrado una residencia para ti, podrías entrar el lunes, es preciosa, con jardines, Neus trabaja de enfermera. Estarás bien. Tu hija vendrá todos los días y los fines de semana iremos a buscarte. Quiero que entiendas que ya no podemos seguir estando todo el día contigo. ¿Te parece bien?
Afirma con la cabeza. Ha pasado diez días en el hospital, durante los cuales hemos estado hablando todas las noches, y catorce en mi casa; y lleva dos en la suya, en compañía de mi hermana y uno de sus nietos.
Me dijo que quería volver a su casa, que echaba en falta su cama, su cuarto de baño... Lo entendí y organicé el traslado. Sin embargo, Amara lo vió de otra manera.
-Tu padre quiere morir en su casa -me dijo.
Hablamos de llevarlo a un hospital, a una residencia... Me negué. No quise que terminara así, antes preferí que se quedara en mi casa, entre los suyos. Pero los médicos geriatras, al contrario que Amara, dijeron que aguantaría meses, incluso un año.
Vuelvo a mi casa mientras recuerdo nuestras últimas partidas de ajedrez, las últimas charlas en el sofá, sobre economía, sobre la moneda paralela, de la que estoy preparando un artículo para un amigo economista, y sus ideas de cómo crear un banco malo; y también del futuro, del pasado, de la familia y de sus antiguos amigos.
Por la noche me llama mi hermana.
-Papá no quiere comer ni tomarse las pastillas.
Si mi hermana pudiera ver mi rostro, solo apreciaría una callada sonrisa. Mi padre ha decidido morir. Ha vivido como ha querido y hasta el límite, ha enfermado rodeado de los suyos y ahora ha decidido morir.
Mi ensoñación termina pronto.
-No te preocupes, Xavi pasará la noche con él.
Me encojo de hombros. Xavi es su nieto mayor y el que más lo echará en falta.
A las seis vuelve a sonar el teléfono. Es otra vez mi hermana.
-Papá ha muerto mientras Xavi le leía un libro.
¿Sentimiento de dolor? ¿De alegría?
No sé cómo definirlo. Lo seguro es que mi padre ha ganado, incluso esa última partida de ajedrez.

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miércoles, 11 de abril de 2012

LA REPÚBLICA (PLATÓN)

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¿Creemos que las hembras de los perros guardianes deben vigilar igual que los machos y cazar junto con ellos y hacer todo lo demás en común o han de quedarse en casa, incapacitadas por los partos y crianzas de los cachorros, mientras los otros trabajan y tienen todo el cuidado de los rebaños?
-Harán todo, en común -dijo-; sólo que tratamos a las unas como a más débiles y a los otros como a más fuertes.
-¿Y es posible -dije yo- emplear a un animal en las mismas tareas si no le das también la misma crianza y educación?
-No es posible.
-Por tanto, si empleamos a las mujeres en las mismas tareas que a los hombres, menester será darles también las mismas enseñanzas.
-Sí.
-Ahora bien, a aquéllos les fueron asignadas la música y la gimnástica.
-Sí.
-Por consiguiente, también a las mujeres habrá que introducirlas en ambas artes, e igualmente en lo relativo a la guerra; y será preciso tratarlas de la misma manera.
-Así resulta de lo que dices -replicó.
-Pero quizá mucho de lo que ahora se expone -dije- parecería ridículo, por insólito, si llegara a hacerse como decimos.
-Efectivamente -dijo.
-¿Y qué es lo más risible que ves en ello? -pregunté yo-. ¿No será, evidentemente, el espectáculo de las mujeres ejercitándose desnudas en las palestras junto con los hombres, y no sólo las jóvenes, sino también hasta las ancianas, como esos viejos que, aunque estén arrugados y su aspecto no sea agradable, gustan de hacer ejercicio en los gimnasios?
-¡Sí, por Zeus! -exclamó-. Parecería ridículo, al menos en nuestros tiempos.
-Pues bien -dije-, una vez que nos hemos puesto a hablar, no debemos retroceder ante las chanzas de los graciosos por muchas y grandes cosas que digan de semejante innovación aplicada a la gimnástica, a la música y no menos al manejo de las armas y la monta de caballos.
-Tienes razón -dijo.


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domingo, 1 de abril de 2012

UN APUNTE PARA EL BLUES DE AMARA

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Solo Mila con diecisiete años, me pidió que nunca la abandonara. Solo ella me pidió amor para siempre, precisamente el que no necesita sexo, el de hermano, en un momento de ternura sin igual.
Las otras tres mujeres con las que he compartido el amor: Anna, Mónica y Amara, nunca me lo prometieron para toda la vida y tampoco me lo pidieron; sin embargo, junto con Mila ha sido con las únicas que ha perdurado, pese todos los contratiempos.
Solo Anna, en uno de los días más difíciles de nuestra relación, me dijo que siempre, por muy complicado que fuera, por imposible que pareciera, cuando la necesitase estaría a mi lado. Y sí, apareció en mi puerta cuando más falta me hizo y sin necesidad de llamarla, igual que yo a ella en los momentos más difíciles de su vida.
La fidelidad y el amor no se prometen sino que se practican, porque cuando necesitan de promesas pierden su razón de ser.
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La veo a lo lejos echada en la toalla, en el rincón donde termina la pequeña playa. Muy cerca, las rocas han conformado una minúscula laguna que se llena con las olas más altas. Con ella, uno a cada lado, están los dos tipos que conocimos ayer, después de desembarcar.
Jep la observa desde la cubierta, mientras repasa con cuidado la génova. Hace dos días, justo cuando la recogimos por el fuerte viento, nos pareció que se rasgaba. En el barco tenemos todo lo necesario para reparar el velamen y Mónica en eso es una experta.
Al intuir que eran de su gusto, simulamos que sólo era una amiga de poco compromiso. A Jep no le agrada este tipo de comedia, pero a mi me divierte el engaño. Joan y yo lo utilizamos a menudo, para darles la oportunidad de contemporizar con tipos atractivos, con rapidez y sin necesidad de dar demasiadas explicaciones. Lo hacemos cuando notamos interés por su parte o si creemos que los hombres que se les acercan son de su agrado.
No parece que los tipos se decidan a lanzarse, tal vez porque uno por el otro se estorban o se intimidan. Solo cuando son más de dos se aclaran, quizá porque lo dan por perdido y lo toman como un juego.
Jep y yo nos miramos y sonreímos con complicidad. Amara tampoco les da pie y no parece que tenga el mismo interés del principio. De haber querido, haría rato que los habría seducido.
Jep encuentra la pequeña rasgadura, la marca y, entre los dos, doblamos la vela de manera que se pueda trabajar. Me acerco a Mónica y tomo asiento a su lado con las piernas cruzadas, para charlar con ella mientras la cose; mientras Jep salta a la auxiliar y se pone a remar hacia la playa.
-Voy a buscarla –nos dice, después de constatar que Amara empieza a dar signos de aburrimiento.
Jep casi nunca utiliza el pequeño fueraborda, le encanta remar, sobre todo cuando puede hacer gala de músculo ante su amiga. Es el eterno seductor, incluso con Mónica, cuando ya no le hace falta. Todos sus gestos, su voz, su parlamento… apuntan en una dirección: seducir hasta la muerte, y a mí me divierte y me enorgullece.
Embarca apoyándose en Jep, que le brinda su ayuda con elegancia, cuando en realidad va sobrada de agilidad y fuerza.
Desnuda, bellísima. Tiene veinticuatro y su cuerpo provoca delirio. Es belleza, atractivo y desbordante sexo. Hace dos años que estamos con ella, yo unos meses más; sin embargo, aún la miramos embelesados, mientras imaginamos que le hacemos mil perrerías. Cada día nos descubre una nueva manera de moverse, de mirar, de expresarse. Su cuerpo cambia solo para mejorar, y nos sorprende, porque ya lo tenemos como insuperable.
-Parecían ser de tu agrado –le digo mientras recibo su beso.
-Puede, pero son unos chulitos inmaduros.
La miro y sonrío. Amara se vuelve cada día más exigente con los hombres. Ya no tiene suficiente con la apariencia. Ha crecido y no solo en edad. Su conversación sigue siendo igual de interesante, pero ahora es más inteligente y culta. Anna y Mónica han hecho estragos en su personalidad. A Amara le siguen gustando los hombres maduros, sentirse poseída con fuerza, tanto física como mentalmente. La sensación de serlo por uno o varios hombres maduros y gastados, aún le atrae poderosamente; pero ahora quiere más y con Mónica y con sus dos amigos médicos, solo un par de años mayores que ella, ha descubierto una nueva forma de madurez.
Vuelvo a sentarme junto a Mónica, que ya casi ha terminado de reparar la rasgadura. Estamos sobre la cubierta, sentados con el ventanuco de proa entre los dos. Amara entra en la cabina seguida por Jep. Mónica y yo nos miramos y sonreímos, y apartamos la vela de sobre el ventanuco, no fuera que los dos amantes se asfixien por nuestra culpa.

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