lunes, 16 de septiembre de 2013

POLÍTICAMENTE INCORRECTO

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Ante el inevitable conflicto que se avecina y del que hace años venimos avisando, más propio de un país bananero que de uno europeo, uno se pregunta qué debe hacer.
Está claro que una mayoría de los que hoy gritan o se manifiestan a favor de una consulta o de la independencia, en caso que el gobierno central ponga algún impedimento no moverían un dedo por ella, que es lo que terminará pasando.
De todos los que conozco, que son muchísimos, solo cuatro o cinco estarían dispuestos a invertir su tiempo en algo más que un fin de semana de encuentros, charlas o reclamaciones; lo justo para levantar el ánimo o llenar la cabeza a los cuatro que dejarían la piel por su causa.
Ninguno de los que lucharon a mi lado a favor de la democracia, estaban en ninguna de las concentraciones del 11 de septiembre, ni siquiera Mónica, que es nacionalista.
Ninguno de mis conocidos que fueron a la concentración, que son muchos, movieron un dedo por la libertad y la democracia, cuando tanta falta hizo.

¿Qué hacer después de haber dejado la piel por un ideal llamado democracia, en un lugar donde pocos la merecen?
¿Qué hacer cuando no crees en banderas ni naciones, o en unos parámetros culturales que te incrustaron al nacer, tan irreales como inventados?
Estoy harto de explicar que he sentido más empatía por dos pastores pashtunes, en la cumbre de una montaña en el norte de Cachemira, que con la mitad de mis vecinos. Que he sentido más cercanía con aquel comandante paquistaní, que con la mayoría de los que se dicen compañeros. Que he sentido más amistad y amor por Jasmin, mi amiga hermana marroquí, que por la mayoría de los que aquí se hacen pasar por amigos.
Es eso lo que cuenta, el espíritu de las personas, de la gente que has amado y sentido tuya, que te ayudó estando perdido sin pedir nada a cambio, sin medir el posible provecho.
Por qué debería pelear por una gente que no lo merece, por unas fronteras en las que no creo y por una cultura que intentan colarte distinta, pero que es idéntica a la del vecino. Lo único por lo que debo luchar es por el respeto que merece mi idioma, por nada más, y si lo atacan me encontrarán enfrente.
Hoy todos hablan de consulta democrática, cuando no respetan las ideas de los demás y solo son hermanos en el momento de ondear la bandera que un conde impuso hace más de mil años. Saludan como hermanos a los magrebís que se han manifestado junto a ellos, incluso se sentirían fantásticos si lucharan a su lado, pero en el momento de estrecheces cada uno a su casa.

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jueves, 5 de septiembre de 2013

ÚLTIMOS DÍAS DE AGOSTO CON MILA 2ª

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Ella con unos ajustados tejanos y una camiseta de tirantes, de color marrón oscuro, que dejaba ver sus hombros y marcaba sus magníficos pechos. Atlética, pero sin menosprecio de su feminidad. Muy morena, con las cejas bien marcadas, de cara ovalada, ojos grandes y oscuros, nariz un poco ancha y perfecta. El pelo corto, tan negro como el azabache, con flequillo bien recortado y la nuca descubierta. Él también con tejanos, pero de color kaki, y una camisa de lino blanco, de manga larga meticulosamente doblada. Aparentaba algunos años más que yo, quizá treinta; ella, en cambio, no debía llegar a los veinticinco.
Han desembarcado con una botella de Chardonais blanco, una de Bombay, unas cuantas tónicas y dos docenas de ostras.
Me sorprendió su elegancia. Nosotros todavía andábamos desnudos, aunque habíamos bajado a la cala con unas toallas y ropa para cubrirnos. No les molestó y, divertida, ella preguntó si solíamos andar así por el mundo. Me miraba fijamente, siempre aflorando una sonrisa, sin amagar el erotismo que representaba semejante contraste. Les conté que vivíamos apartados del pueblo, que solo bajábamos de vez en cuando por el trabajo de Lourdes y que buscábamos el salvajismo como experiencia, en su caso casi permanente, en el mío temporal y para limpiar mi espíritu.
-Yo lo hice hace un año. Jackes me convenció que marchara a navegar en solitario por todo el Mediterráneo, no tanto para olvidar como para reencontrarme a mí misma.
Lo dice tranquila mientras mira a su compañero, que está sentado departiendo con Lourdes. No le pregunto si consiguió su objetivo, por discreción y por el positivismo que emana.
-Conocí gente, mucha. Aprendí a diferenciar quién podía hacerme daño y a quién podía ayudar. Tuve sobresaltos y hasta temí por mi vida, pero supe salir airosa de los peores momentos y disfrutar de los mejores. Estuve con personajes que me enseñaron mucho, sin pedir nada a cambio ni esperar fidelidades.
Me mira y se ríe.
-Ahora, cuando conozco alguien, enseguida sé lo qué puedo esperar de él, y no me duele si recibo un mal golpe por haberme equivocado. Pero me parece que tú ya has vivido todo eso, que sabes de qué hablo.
Jackes se levanta y nos dice que se acercará al barco para recoger un pequeño equipo de música y una batería. Y Lourdes se ofrece a acompañarlo mientras me lanza una mirada que habla por sí sola.
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-Háblame de mi libro. Todavía no sé lo que piensas de él y eso me preocupa enormemente.
Me mira a los ojos, en silencio, solo unos segundos. Sé que no va a confundirme con engaños y que este silencio no augura nada bueno, que solo busca la respuesta más acertada.
-Está muy bien escrito, mucho más que la mayoría, tanto que le falta alma. Describes tu realidad con tanta meticulosidad, que olvidas el sentimiento de los demás y el tuyo lo conviertes en matemática.
No sé qué responder. Es la crítica más dura que he recibido, la más temible y la que me deja sin escapatoria. Lo único que podría consolarme es el hecho de que por fin he aprendido a escribir. Y me retraigo en el tiempo buscando los posibles errores que cometí. Y lo más fácil es pensar que a cada corrección mi escrito ha perdido espíritu, pero sé que no es así. El espíritu es sustancial del escritor, no de su pericia. ¿Qué ha fallado entonces?
-Has querido ser demasiado preciso, exacto en tus recuerdos, y eso tiene un precio. Has escrito una biografía en forma de novela y supongo que eso no es tan fácil.
-Amara dice que es egocéntrica.
-El egocentrismo que emite es el resultado de lo anterior. La esencia de la novela es tu historia y eso es consustancial al egocentrismo.
El sol se pone tras una de las muchas montañas que nos rodean y al poco se escucha un aullido. Es la primera vez que lo oigo, pero es tan característico, tan distinto a todo, que se hace inconfundible.
-¿Cómo es posible que con semejante aullido no sepan que hay el lobo?
-El pueblo más cercano está a nueve kilómetros y no llega a los cincuenta habitantes. Su vecino está a veinte más y según Richard el lobo corre entre nuestro bosque y el de la Confederación Hidrográfica, que ocupa la mayoría de esos montes entre pantanos. El aullido es audible en kilómetros, pero el arbolado lo mitiga. Estoy segura que más de uno lo sabe, gente amante de la natura como nosotros, y lo calla.
Miro el cielo. No son días de buena luna y además mengua. La leyenda miente o no es exacta. El lobo no necesita de la luna para aullar sino compañía, y eso significa que no está solo.
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-Se me hace extraño eso de charlar tranquilamente con un hombre desnudo, estando yo vestida.
-A Jackes debe estar pasándole lo mismo, supongo.
Y vuelve a reírse, ahora sentada a mi espalda y frente al mar, mirando el barco, que tiene las luces de la cabina encendidas.
-A estas alturas ya se habrá desnudado, es lo que más le gusta. Hemos venido así por mí, porque creí que era lo más apropiado.
La siento cercana, tanto que mi espalda roza su cuerpo. Tiene las piernas extendidas a mis lados. Me apoyo en su cuerpo y siento la dureza de sus senos, de sus pezones. Instintivamente me rodea con sus brazos. Siento tranquilidad, incluso satisfacción en su gesto. Me acaricia los hombros, la nuca. Acerca la boca a mi oído. Me estremezco.
-¿Te molesta?
En este caso sería el hombre más estúpido del mundo. Prefiero responder sin palabras. Su estímulo ya me ha arrancado un suave gemido. Ladeo la cabeza para brindarle mi cuello. Lo besa y muerde mi oreja, siento su nariz en ella. Imagino su cara, sus labios...
-¿Te gusta?
Con la yema de sus dedos acaricia mi pecho, con las palmas mis pezones. Una de sus manos baja a mi vientre y mi sexo reacciona y despierta de su ensoñación, lo siento grande, fuerte, poderoso como nunca.
-No digas nada, no hace falta.
Una de sus manos juega con mi boca e introduce dos dedos en ella y vuelve a reírse.
-Me encanta tu lado femenino, es fascinante, maravilloso.
Oímos la música, suave y cadenciosa. Solo queda una tenue luz interior en el barco y en la bañera se distinguen las dos siluetas.
-Creo que nos han abandonado. Al menos la han puesto alta para nosotros.
Se levanta y tira de mi mano. Me recuerda a Anna, a María, fuerte, suficiente y poderosa como ellas.
-¿Bailas?
Nunca lo había hecho desnudo con una mujer vestida. Creía estar preparado para todo, que nada me asombraría. El lugar, bello y desolado, el mar brillando con la luz de nuestro fuego y las rutilantes del barco.
Y me siento objeto en manos de una mujer excepcional, y no solo por esa belleza inimaginable.
Lentamente bajo los tirantes de su camiseta. Beso sus hombros, su garganta, acaricio su espalda. La desnudo sin prisa, después de acariciar la parte del cuerpo que va a ser descubierta, primero a través de la tela y luego bajo ella. Me recreo en sus formas, tan dulces como prietas. Y disfruto de sus suspiros, de su intensa respiración, lo que emite su cuerpo y como corresponde a mis caricias.
Se separa. El fuego marca su silueta, las recortadas sombras de su fabuloso cuerpo, de su maravilloso rostro.
-Haz conmigo lo que te apetezca.
La disfruto hasta el límite, cuando un hombre agota su condición de macho.
*
Salen risas de la cabaña, abiertas y sinceras. Y Richard se asoma por la puerta.
-Supongo que querréis pasar la noche juntos. Hace mucho que no os veis y tendréis muchas cosas que contaros.
Mila y yo nos miramos divertidos. Nunca le habíamos escuchado una excusa tan tonta. Mi amiga se vuelve.
-Si hombre sí, tranquilo, podéis acostaros cuando os plazca.
Nos sentamos en la bancada, que esta mañana hemos construido Richard y yo con tablas y troncos, donde hemos comido y cenado. Abro la nevera y saco una cerveza. Muy cerca se oye el suave zumbido del generador, que se ha puesto en marcha para extraer agua del pozo.
-Se estarán duchando -dice Mila.
La abrazo mientras miro las pocas estrellas que sobresalen entre el arbolado.
-Sí, es cierto, Isa era una mujer de la que enamorarse, de esas que encuentras pocas veces en tu vida y si no estás atento pasan de largo, pero también de las que no conviene enamorarte a no ser que sea tu compañera.
Se ríe.
-Me estás tomando el pelo. Con Isa has retratado a Amara y con Jackes a ti. No pueden existir dos parejas tan iguales.
La miro con ojos de burla. Ha callado de pronto, como si hubiese recordado algo tan sencillo, como que en este retrato también podrían entrar Richard y ella o Anna y Biel. En su caso ella sería Jackes, pero qué importancia puede tener el género en un caso como este.
-No somos tan iguales, principalmente yo con respecto a Jackes. Él era pasivo y yo muy activo. Y no sé cuánto espíritu de sacrificio podría tener Isa, pero ni mucho menos el de Amara. Además, tal como era Jackes imagino que Isa sería muy individualista, todo lo contrario que Amara. Y, aunque lo pasara de maravilla, no son comparables en el sexo. Amara es la fantasía y la generosidad más absolutas, es única, te hace sentir enorme y magnífico; pero a la vez notas que es demasiada mujer, que contigo no hay suficiente aunque consigas satisfacerla. Ya sé que es extraño lo que te cuento, que no encuentro palabras que describan lo que se siente al estar con ella; pero es cierto y de eso que nos plazca tanto ser más de uno. Y eso nos pasa a todos, sino pregúntale a Richard. Es su manera de moverse, la sensibilidad que demuestra en su piel, la expresión de su cara; como si pudiera hacer el sexo con todo su cuerpo y a su pareja le faltaran manos, bocas y hasta miembros.
-Pero eso es hablar de sexo, y en el amor del enamoramiento eso está tan de más como de menos. Con Amara, al igual que con Mónica, en el amor del enamoramiento el sexo se demuestra innecesario y, a la vez, motivo de irrefrenable deseo. Es difícil de explicar, lo sé, pero es lo que ahora mismo siento.
*
Amanece cuando veo a Lourdes y Jackes remando en dirección a la playa. No han puesto el motor, supongo que para no despertarnos; pero mi sueño es ligero y más en un sitio donde no suelo acostarme. Isa duerme plácidamente a mi lado envuelta en la fina manta que Lourdes y yo, por prudencia, bajamos de la cabaña. La despierto con un suave zarandeo, abre los ojos y sonríe. Le acaricio la nariz, los labios y hasta pellizco traviesamente uno de sus pezones.
-Levanta. Jackes viene a recogerte.
Se incorpora y se despereza. Se levanta y estira sus brazos hacia el cielo, mostrando una vez más su increíble belleza. Lourdes baja de un salto y arrastra la pequeña neumática con cuidado de no dañar su fondo con las piedras. Viste con una camisa de grueso algodón de su medida, de modo que imagino de Isa. Jackes impecablemente vestido, con unos pantalones anchos, doblados casi a la medida para no terminar mojados en la playa. Y me saluda como si fuéramos camaradas de toda la vida.
-¿Habéis dormido bien?
Por supuesto, la arena es fina y la hemos desembarazado de piedras; pero también podría explicarle que la hemos utilizado poco, que ha sido una noche intensa y que nos decidimos por lugares y posturas ahora mismo difíciles de explicar. Y también podría decirle que tomo prestada a su compañera unos días más. Pero eso no queda demasiado bien, sobre todo porque ella lo acaba de abrazar y besar de una manera que no admite dudas, aparte de preconizar una mañana tórrida donde las haya. Nos despide con un casto beso, coge sus cosas y sube a la neumática.
-Lo he pasado muy bien. Ha sido una agradable experiencia.
Levanto la mano con un gesto de correspondencia y sonrío.
-¿Qué tal ha ido? Le pregunto a Lourdes.
Me mira y se encoge de hombros.
-¿Has visto la pinta que tiene? Pues así toda la noche. Eso sí, hemos estado hablando por los codos, de su trabajo y del nuestro, de lo bien que vive y de lo emocionante de nuestra vida. Y todo eso con vuestros gritos y gemidos de fondo. Cuando ya nos caíamos de sueño me ha propuesto ir a la cama, por supuesto no la del sexo sino la de dormir. Me he levantado y lo he seguido hasta el camarote de proa sin plantearme nada. El tipo se ha desnudado y yo me he echado a su lado. Solo entonces se ha decidido a iniciar los preliminares, que han durado poco por falta de tiempo.
El tipo folla bien, muy bien, casi de libro, con la misma elegancia con la que viste. No me extraña que su compañera necesite un respiro de vez en cuando, como más salvaje mejor, porque en una semana a este tipo se le ha terminado el repertorio, y estoy segura que lo sigue como el menú de un restaurante: los lunes tal, los martes cual... y el sábado fiesta mayor.
Y yo no paro de reír, porque hay días que Lourdes está más inspirada de lo normal y hoy es uno de ellos. Es evidente que Jackes es de los tipos sin iniciativa, mientras que a Lourdes ni siquiera le gusta seducir.
-Tengo sueño ¿Podemos ir a la cabaña?
Y, antes de responder, me mira de arriba abajo.
-¿Tardarás mucho en reponer lo que esa lagarta te ha quitado?


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lunes, 2 de septiembre de 2013

ÚLTIMOS DÍAS DE AGOSTO CON MILA

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A lo lejos y entre brumas se ve el Turbón, pequeño y solitario. Es impresionante la naturaleza aquí, en lo alto de este monte y con pueblos abandonados y medio derruidos a su alrededor. Es su última adquisición, una montaña perdida en el bajo Pirineo oscense, pagada con dinero llegado del Reino Unido, muy poco, tanto que hasta da pena.
Mila y yo hablamos de política y del complicado futuro que nos espera.
-España está en venta, y si ofreces un tercio de lo que piden, pagas su precio. -Eso dice después de reconocer que lo ha comprado pensando en mí.
-Hace unos días Richard encontró el rastro de lobos. Según la Junta y Medio Ambiente, no puede haberlos. Son tan estúpidos que no saben ni lo que tienen. Mejor, así nadie vendrá a cazarlos. Aquí ni siquiera entran los cazadores y si no hubiera el lobo no sabríamos qué hacer con los jabalís.
En el interior Richard habla con Amara sobre sus viejos amigos, lo hace en inglés, poco a poco, separando las palabras con cuidado, para que su vieja amiga pueda practicar su extraña facilidad con los idiomas, que sin haberlos estudiado los entiende.
Y hablamos de Anna, del amor y de la belleza. Para Mila yo siempre he sabido rodearme de bellas e inteligentes mujeres, ella una de las que más, aunque no se cuente.
-¿Y aquella francesa que tanto amaste mientras vivías con Lourdes?
Y fuerzo mi memoria. He amado a pocas mujeres, podrían contarse con los dedos de una mano. De aquel tiempo no recuerdo ninguna y del más cercano solo a la infortunada Gisela, de la que me enamoré perdidamente un día de verano y que murió al día siguiente, tras despeñarse en una curva, después de prometernos vernos en Barcelona.
-¿Amor? Sin contarte solo he amado a cinco mujeres. A Alba, que no debería tenerla en cuenta; a Anna; a Mónica; a Gisela, que no la conociste; y a Amara. Aventuras sí, incluso la que mantuve con Lourdes, a la que tanto quise sin llegar a estar enamorado. Ahora, con el tiempo pasado, incluso podría sacar de la lista alguna más.
Quizá demasiado tarde he descubierto que el enamoramiento no tiene que ver con el amor y aún menos con el deseo. Me enamoré de Alba, eso seguro, pero dudo que lo de Anna sea algo más que amistad en grado superlativo, el mismo que nos profesamos Mila y yo. Sin embargo, solo bastó un día para enamorarme de Gisela, a la que recuerdo como si fuera hoy, que recordaré siempre, su sonrisa y sus silencios, su manera de amar, de reír, sus gestos, la suavidad de sus formas. Sensible, delicada y sencilla; tan distinta a todas las mujeres que he conocido. Es terrible eso que cuento, pero es la verdad y no puedo obviarla. Lo de Amara fue distinto, un amor basado en la convivencia y la amistad. A los treinta los hombres ya no se enamoran sino que aman. Al contrario de Gisela y Mónica, yo no me enamoré de Amara. El enamoramiento es aquello que te entra no sabes cómo, contra lo que no tienes armas.
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Me recuerda a Carlota, con su mismo salvajismo; también a Mónica, instintiva y osada. Pero es su prodigiosa belleza lo que perturba mis sentidos, la extraña perfección y el equilibrio de su cuerpo.
Lourdes y yo nadamos cerca del acantilado y recolectamos ostras para el restaurante de Artur. Han anclado el barco casi tocando el acantilado, a mi modo de ver en un lugar poco adecuado y sin resguardo; sorprendente, a no ser que, como a nosotros, les guste nadar bordeando el elevado y peligroso farallón.
Nos sentamos en una roca, junto a Artur e Inma, y vemos cómo se desnudan y se lanzan al agua. Estan cerca, no tanto como para verlos con precisión, pero sí para intuir su gran belleza. Me impresiona su larga zambullida, tanto que preocupado observo a su compañero que se acerca tranquilo. No sé cuánto tiempo pasa, tal vez cuatro o cinco minutos, demasiados para una persona normal. Me levanto con Lourdes, que sin duda piensa lo mismo que yo, cuando aparece de pronto casi a nuestros pies, con una bolsa llena de ostras colgando de su cintura y un cuchillo en la mano. Nos mira y sonríe, supongo que al darse cuenta de nuestra preocupación. Hay mucho tramo desde el lugar de su zambullida, tanto que no me atrevo a contar.
-Hay mucha vida en estas rocas –dice con claro acento francés, mientras salta sobre la roca.
Miro la bolsa y por el tamaño de las ostras y el lugar imagino que habrá bajado hasta quince metros, con solo la ayuda de unos sencillos pies de pato. Me gusta porque ha dejado las pequeñas y, seguramente, bastantes de grandes como siembra.
Le hablo de su barco y de cómo me gusta su segura y elástica maniobrabilidad, de las calas y las rocas escondidas que pueden encontrar, dado su arriesgada manera de acercarse a una costa tan peligrosa. Le explico que yo, aun con menos orza y conociendo esta costa, no me atrevería a tanto.
Y vuelve al agua de un salto, dejándonos a Artur y a mí boquiabiertos. Pocas veces hemos visto una belleza tan rotunda y perfecta.
-Por cierto, me llamo Isa. Igual nos vemos por el pueblo.
-Hoy no creo. Nosotros vivimos aquí -le digo levantando la mano sin precisar una dirección concreta.
Y se vuelve sorprendida, como si hiciera un esfuerzo por entender la respuesta.
-Creía que aquí no hay casas.
-Vivimos en una vieja cabaña cercana. Ellos dos en Cadaqués.
Su compañero ha entrado en la conversación, pero de manera tangencial y casi repitiendo. Ella se sumerge en vertical, como si quisiera poner en orden su cabello, pero en realidad intenta ganar tiempo, porque al volver a emerger se nos queda mirando un buen rato con evidente curiosidad.
No sé por qué, pero me arriesgo y atento contra el voluntario aislamiento que Lourdes y yo nos hemos impuesto. Quizá saber que son el tipo de personas que deben gustarle, principalmente el hombre, sereno, atractivo y fuerte; y la gran belleza de la chica y la complicidad que ha sentido hacia ella por su manera de integrarse en el mar. Es tarde y Artur e Inma en poco tendrán que marchar para abrir el restaurante. Lourdes y yo nos quedaremos solos, integrados en esa naturaleza que tanto amamos. Les explico que tras el promontorio hay una preciosa y recogida cala, y un pequeño y escondido sendero que lleva a nuestra cabaña.
-Haremos un fuego en un recodo de la cala, donde solo se puede llegar desde nuestra cabaña o en la auxiliar de un barco. Si queréis podéis venir a cenar con nosotros y pasar la noche a cubierto en la cala.
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Cerca de la cabaña hay un gran abrevadero alimentado por el agua de lluvia, que resbala de un amplio tejado. Impoluto al tiempo y a los fenómenos ambientales, se mantiene en pie gracias a su sólida construcción. A su alrededor crecen los tejos y las encinas, pero también un par de grandes y frondosas higueras repletas de frutos. No sé lo que vive una higuera, pero sí los años que necesita una de esas encinas para llegar a este tamaño y es seguro que aquí nadie las plantó. A cien metros se levantan dos grandes cúmulos cónicos de piedra, huecos y con una abertura a un lado, también cubiertos de vegetación, que si nadie lo remedia, en pocos años desparecerán de la vista humana para convertirse en pequeños montículos con arbolado.
Nadie, ni siquiera desde lo alto de la montaña, puede ver las pequeñas y diseminadas construcciones, seguramente las únicas de su género que quedan en pie. Y aunque las sobrevolara un helicóptero, la vegetación que crece sobre sus tejados o entre sus muros impediría su visión.
- Podrías venir un día con Jep y Mónica. Me gustaría conocer su opinión.
-Intentaré que vengan a mediados de septiembre. Ya los conoces, te dirán que limpies los edificios de vegetación y que no intentes restaurarlos. Como máximo volver a poner las piedras caídas en su lugar, nada más.
La cabaña en realidad es una gran semiesfera de piedra, enterrada bajo un grueso manto de tierra. Árboles centenarios crecen sobre ella sin dañar su estructura. No entiendo cómo puede evitar las goteras y la humedad. Su interior es seco y mantiene un agradable frescor. Al fondo de la construcción hay una chimenea que sobresale al exterior entre matorrales de boj y avellanos. El pequeño frontal es de piedra seca, de dos metros y medio de alto y tiene una puerta de gruesa madera y dos pequeñas ventanas. El interior está dividido en habitaciones con las paredes de madera.
-Le pregunté al director del banco si tenía algún terreno por vender, sin casas ni nada por el estilo. El tipo, que ya me conoce, me contó que debido a un lío de herencias y de impagados, se habían agenciado una montaña y no sabían qué hacer con ella.
-Haces una oferta, yo la presento y seguro que te lo quedas. Dicen que no sirve para nada y que solo nos acarreará gastos.
-Vinimos para verlo y ya ves. Debieron mandar a un tipo que ni siquiera entró en el terreno. Preguntaría en el pueblo y no debieron saber qué decirle, porque nosotros lo hemos hecho y solo uno nos contó algo sobre él. Al menos hace cien años que está deshabitado. Me presenté en el banco y les ofrecí cinco mil euros y a los dos meses era nuestro.
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-Me sabe mal por ti, que te mola la tía esa, pero seguro que esos burgueses tienen amarre en la bahía y prefieren cenar en un restaurante.
La miro a los ojos con sorna, no mucha porque noto su sinceridad y que le sabe mal de verdad.
Lourdes tiene una gran inteligencia intuitiva, sin embargo, si se hubiera interesado un poco más por su entorno, habría descubierto que conozco todos los veleros de la bahía. También que la pareja es muy buena en su oficio, tanto que gracias a su extrema pericia ha podido fondear casi tocando el farallón. Pero eso solo lo puede percibir otro marino, por su facilidad en anclar a la primera y por su manera de maniobrar y de utilizar la corriente y el viento. Jackes nunca se lo habría permitido por unas simples ostras y, aún menos, con una nadadora que puede cogerlas con tanta facilidad en cualquier sitio. Estoy seguro que su objetivo es Cadaqués, pero también que no tiene amarre y que han anclado tan cerca por nosotros; porque aquí lo único que llama la atención son dos parejas desnudas en un lugar de difícil acceso. Y vuelvo a mirar a Lourdes, su atlético y bronceado cuerpo, e imagino lo que habrán pensado al vernos desnudos, lanzándonos desde veinte metros de altura.


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