domingo, 31 de agosto de 2014

SOLO AMOR

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Biel y el sexo no suelen ir de la mano. No es que se le dé mal, que a veces pienso que mejor que a mi, pero no gustaba de nuestras fiestas, especialmente cuando participaba gente extraña, todo lo contrario que a Anna, que le gustaban tal vez porque así se sentía más fuerte y libre, como si le satisficiera desafiar a su compañero. De eso que aquel día me sorprendiera, quizá porque los dos tipos con los que compartimos a Mónica y a Amara fueran de su aprobación o los sintiera especialmente cercanos.
Recuerdo haberle visto hablar con ellos de manera relajada y hasta amigable, con su típica reserva, tan distinto a mi en eso, que aparento abrirme en exceso y con liberalidad, cuando es lo contrario.
No conocían nuestra relación con ellas, puede que intuyeran amistad como máximo, con algún episodio de buen sexo. Lo cierto es que no hacía mucho que Amara se había acostado con él, tras una más que fría relación entre los dos.
Hoy nos ha llamado Mónica, que es enemiga de mensajes escritos, para decirnos que uno de aquellos tipos la había localizado por la red. Lo ha explicado entre sorprendida y orgullosa. Por lo visto hacía tiempo que las buscaba. Recordaba su nombre y apellido, pero no el de Amara, más complejo por utilizar un curioso diminutivo y porque su apellido, sin ser vulgar, es bastante prolijo.
Recuerdo que eran casados y que terminamos en casa de uno de ellos, cuya mujer no estaba. No sé cómo llegamos tan lejos. Primero las atamos a una gran mesa de cocina, rectangular y de madera maciza, una al lado de la otra y al través. Allí las torturamos sexualmente, lenta y sutilmente, utilizando un par de cepillos de dientes blandos y desgastados por el uso, y un cepillo de la ropa. Fue la primera vez que utilizamos semejantes artilugios, que terminaron siendo todo un descubrimiento.
Quizá por intuir seguridad en mis compañeros, nos abstuvimos de intervenir con consejos o tomar la iniciativa. Preferimos dejar que fueran ellos los que llevaran la batuta de cómo disfrutar de las dos hembras. Lo que sucedió en las siguientes horas nos enseñó que debíamos ser más pasivos, que la fantasía y las nuevas experiencias, por disparatadas o infantiles que parezcan, pueden enseñar hasta al más experimentado.
Nunca las habíamos visto disfrutar tanto, al menos en lo que respecta al sexo en su lado más crudo y simple. Se trataba de pasarlo bien y sin freno, y por sus convulsiones, alaridos y gemidos, era indudable que ellas lo habían conseguido. De vez en cuando las dejábamos descansar, pero sin soltarlas ni olvidarlas. Charlábamos de cualquier banalidad, pero sin dejar de acariciarles la la espalda, la cabeza, las piernas, alejados de los puntos más sexuales de sus cuerpos. Al poco cimbreaban, volvían con sus suaves gemidos, levantaban sus pubis aun estando boca abajo. Entonces las acariciábamos con nuestras lenguas y les mordíamos donde sabíamos que les provocaría estremecimiento, hasta escuchar sus súplicas de más sexo.
Ya de noche llamamos a los demás. Queríamos tranquilizarlos por nuestra larga ausencia y para que no nos esperaran. Tampoco queríamos que vinieran, habíamos descubierto que los dos tipos interactuaban de maravilla siempre que compartieran la misma chica, de modo que les dejamos vía libre con la que les tocara. Actuaban de manera muy parecida a nosotros dos o Joan conmigo, que nos entendíamos perfectamente y conseguíamos arrancar lo mejor de nuestras compañeras. Aquellos tipos trabajando en equipo no se cansaban, mientras Mónica y Amara parecían estar rozando el cielo.
De vuelta a casa en coche, le dije que pocas veces la había visto pasarlo tan bien. Entonces me contó que la mejor que recordaba había sido poco tiempo antes.

-Nos invitaron a un restaurante increíble, en realidad todo lo sucedido durante los dos días lo fue. Os hemos de llevar un día, aunque no sé lo que debe costar porque la carta no llevaba precios. Amarramos el barco en el muelle del rompeolas y fuimos paseando hasta él. Era pronto, ya sabes a qué hora cenan los ingleses. Luego nos llevaron a una discoteca, en una de las galerías del paseo. Es pequeña y no la habíamos visto nunca, muy extraña, regentada por un escocés. La gente, muy poca, elegante y refinada, sin embargo, en los grandes sofás hacía el sexo como si nada, las chicas desnudas o casi. Nos sentamos cerca de dos parejas, ellas bailaban medio desnudas, abrazadas y besándose, mientras ellos las observaban charlando tranquilos. Richard nos animó a hacer lo mismo y como queríamos excitarlos y nos gusta, pues ya sabes. Bromeamos con el par de chicas, que eran muy simpáticas y sanas, y cambiamos de pareja con ellas. Nos pusimos en plan fuerte, muy fuerte. Puedes imaginar cómo terminó la cosa. Luego nos llevaron a un hotel que hay frente la playa, precioso, en una gran suite del último piso. Ya la tenían reservada. Nos bañamos en el jacuzzi y yo entré en un precioso dormitorio con Rob. Estuve toda la noche con él. En el salón los otros tres se cepillaron a Vicki de mil maneras, solo se oía sus gemidos y alaridos. Rob y yo no lo podíamos creer y en un momento de descanso salimos para ver. Estaba maravillosa, como nunca la había visto, pero también completamente destrozada, tirada de espaldas sobre uno y con otro de aquellos brutos jugando con su cuerpo. Los dejamos tranquilos, yo riéndome porque nunca hubiese imaginado a Vicki haciéndolo con tres tipos, aún menos con aquellos bestias. Aunque no creas, que Rob es como si se hubiera tomado un tubo de vitaminas.

En un semáforo aprovecho para mirarla con ironía. No hace tanto fue ella la que estuvo con los cuatro casi un día entero. Es preciosa, la mujer más bella de todas cuantas he conocido, aún más cuando explica sus aventuras. Su rostro emite deseo y pasión incontenibles.

-¿Así que esta fue para ti tu mejor experiencia?
-No hombre no. La mejor fue cuando llegamos a nuestra casa del Pirineo, donde nos esperabais. Estaba loca por llegar y follarte hasta matarte, que es lo que hice, ¿recuerdas? Nunca lo he pasado tan bien como aquel día, nunca. Siempre lo recordaré.

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sábado, 23 de agosto de 2014

SOLO ES UN JUEGO

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Ha de parecer que lo controlas todo, aunque solo lo hagas con lo tuyo; que lo calculas todo, aunque solo sean tus pasos.

Antes todos tenían un topo, los que más importaban incluso dos, uno que se descubría con facilidad, mientras otro trabajaba a la sombra con comodidad. Este último era el que menos imaginabas, tanto que solía conseguir el liderazgo y después hasta mandar. Pero eso fue más tarde, cuando los profesionales se hicieron cargo. Antes no, cuando eran pequeños y estúpidos trepas, o sencillos militares que hacían lo que podían y mal disfrazados. Ahora, no sé porqué, se parecen a los primeros, como si hubieran retrocedido muchos años.
Entre los que se reunían en el gran círculo, no me costó mucho descubrirlos. No eran ni buenos ni malos sino de libro de texto, como becarios de tres al cuarto. Demasiado sencillo me dije, pero no había duda, solo ellos. Quizá el resto estuviera tras un ordenador, que ahora se hace así, analizando y archivando la información obtenida, archivándola porque es tanta que no pueden ni saben procesarla, si no es cruzando palabras y alguna frase. Quizá sean más y mejores, el sistema recorta en todo excepto en medios para perpetuarse. Pero también que sea demasiado tarde, o quizá no y los que pueden sea el ejemplo, aunque otra vez de libro de texto y solo para los más incautos.

Estamos gobernados por mediocres, que todavía creen que los ensayos se hacen con gaseosa. Y con ella el mundo no avanza.

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miércoles, 20 de agosto de 2014

EL MUNDO ES UN PAÑUELO

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Pese los años transcurridos, es curioso lo fácil que me resulta relacionarme con los paquistaníes.
Hace unos meses hice amistad con un frutero de Lahore, agnóstico como la mayoría. A los paquistaníes les encanta la fruta y tienen mil trucos para conservarla o tratarla. Todavía recuerdo sus albaricoques, frescos o secos, lo que aquí llamamos orejones; y sus ciruelas, también frescas o pasas. Nadie puede imaginar su sabor y su dulzura, es imposible. Recuerdo haberlos cogido directamente de los árboles en los valles abandonados de Cachemira. Mi amigo vende su producto a muy buen precio, más barato que en los puestos tradicionales del mercado, sin embargo, sus melocotones, sus melones, castellanos por cierto, y sus albaricoques y ciruelas, son mejores. Pese ser barato y que le compro poco, a mi me hace un descuento. Precio de amigo, me dice; aunque sé que es el que hace a los restaurantes y a sus paisanos. De hecho me trata como tal, sobre todo después de haberle explicado cómo era su barrio antes que él naciera.
Hace poco, justo a mi llegada de Asturias, no pudo atenderme por estar hablando con un amigo enfermo, al que ayudó a volver a su país. Se disculpó y después me contó que había estado hablando de mi con su padre. Es la segunda vez que me ocurre, la primera fue con el clásico paquistaní propietario de un kebab; entonces la casualidad fue inmensa, ya que su padre, al saber que su hijo venía a España, le contó que de joven había conocido a una pareja de jóvenes españoles también en Lahore. No pudo precisar la fecha, pero rondaba cuando Anna y yo estuvimos por allí, andando por las calles y plazas de la gran ciudad; y lo cierto es que ver a una pareja de jóvenes españoles en Lahore no era lo habitual. En el caso de mi nuevo amigo y por lo que me cuenta, lo más probable es que haya pasado por el tenderete de su abuelo, que vendía fruta en la plaza donde compramos dátiles y ciruelas pasas.
Cuando mi amigo me preguntó cuándo estuve en su ciudad, respondí riendo que él todavía no había nacido, que en junio de 1971, en plena guerra de Bangla Desh. Luego hablamos del Punjab, que es un gran país dividido entre la India y el Pakistán, habitado por gente con las mismas costumbres y habla; que si no fuera por la clase gobernante, sería hermana y sin frontera.

El mundo es un pañuelo.

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domingo, 17 de agosto de 2014

LA HISTORIA INCOMPLETA

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Me abraza con más fuerza de la que acostumbra. Lo hace para agradecer lo que he hecho, sin necesidad de expresarlo con palabras, que sabe podrían ofenderme. Me abraza por su amiga y porque he sobrevivido. Vuelvo a acariciarla, esta vez en sus hombros. Con delicadeza paso mis pulgares por sus cejas y con uno de ellos presiono el punto del sueño para intentar vencer su insomnio. Y veo correr unas lágrimas por sus mejillas en busca de la almohada. No puede abstraerse de su emoción, ni de la congoja que ha pasado. Está emocionada y no quiere evadirse de la felicidad que siente.
-Has dudado que lo consiguiera.
-No es eso, nunca he dudado de ti ni de tu fortuna; pero he sufrido mucho, y hasta ahora, que te veo aquí, no he podido dormir tranquila.
Es, creo, la primera vez que me trata así, que reconoce su dependencia. Y vuelvo a sentirme poderoso y una extraña y falsa suficiencia invade mi espíritu. Solo en el mar y tras una tempestad, con la caña del timón en la mano y el barco abriéndose paso ya en aguas encalmadas, sentí algo parecido. Y vuelvo a avergonzarme de mí mismo, de la falta de modestia que durante un instante he sentido.
No sentiría nada sin ella y habría sido nada sin Anna. Y sin Mónica nunca podría haber conocido la lealtad infinita, esa que supera a la propia vida y al amor. Y fue Mila quien me enseñó a enfrentarme a los vaivenes de la vida sin perder mi integridad.
Es curioso que sean mujeres, y siempre ellas, las mismas.
Y cierra los ojos y hace como si durmiera. Le pido que descanse de lado para así acariciarle la espalda. Sé que le relaja y le ayudará a encontrar el sueño. Pero soy yo el excitado, que por mucho sueño que lleve de retraso, necesito contar lo vivido para quizá creer que ha pasado.


-Las buenas vivencias pasan rápido y si no las tomas se olvidan y se pierden. No hace falta marchar tan lejos para sentirte vivo, en mi caso yo no supe o no quise verlo y por eso vine hasta aquí. Tú, igual que yo, nunca te has sentido atado a ideas. Lo que aquí he encontrado las supera. Y aunque estas mujeres sean, como tú bien dices, mis amigas hermanas, me siento atada por algo más intenso. Las ideas, creencias o la manera de vivir, aquí carecen de importancia. La compañera que hemos perdido era muy distinta a mí, pensaba de una manera muy diferente, sin embargo, ha entregado su vida para ganar la libertad del resto.
No respondo. Por qué hacerlo, cuando la entiendo y comparto todos sus sentimientos. Las ideologías matan, convierten a los hombres en víctimas y verdugos, en asesinos de sus hermanos. Anna lucha por algo más, por la libertad de los demás. Sin embargo, para salvaguardar la suya he tenido que matar, después de autoconvencerme que mi víctima no era un ser humano.
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Transitamos con cuidado por sendas que bordean los cultivos pegadas a la montaña y a la jungla. De vez en cuando paramos, porque un riachuelo o un canal cruza el camino y hay que vadearlo con gruesas tablas de madera, que volvemos a cargar tras recomponer los márgenes dañados a nuestro paso. Ella no baja del vehículo, aunque a veces lo intenta cuando ve que hay demasiado trabajo. Y lo evito con un grito y malas maneras.
-No solo es por tu estado sino por tu seguridad y la de los campesinos que vemos. Hazme caso, nadie debe saber que vas en uno de estos automóviles.
Y ella obedece. Sabe que, por preparada que esté, yo lo estoy mucho más para lidiar en estos asuntos.


-¿Qué hubiese pasado de no estar Artur por medio?
Quizá lo diga por el dinero. Amara nunca ha sabido manejarlo ni moverse sin él. Y pienso que ya debería ser hora que aprendiera. Hemos pasado buenos y malos momentos, y siempre hemos conseguido salir de ellos, ella trabajando los días de fiesta y yo vendiendo mis servicios como cobrador de imposibles.
Le acaricio las nalgas y sonrío. Su respiración es profunda y de vez en cuando se le oye un pequeño ronquido, pero se inquieta si me mantengo en silencio. Quizá sea la medicación que le provoca somnolencia, sin dejar que le entre el sueño por completo.
Me levanto con la excusa de mi insomnio. Quiero que duerma para evitarle una mañana de dolor de cabeza. Pero me retiene, se esfuerza para combatir el sueño que le envuelve.
Le acaricio la columna desde la rabadilla hasta la nuca. Me duele el brazo por el difícil gesto y porque mi hombro está dislocado. Ahora sí duerme profundamente. Y cierro los ojos para seguir hablando, esta vez a los duendes de la noche.
-¿Qué hubiera pasado? Lo mismo. Joan habría puesto unos miles más, nosotros tres o cuatro mil, Biel todo lo que tiene y Mónica se habría vendido hasta la moto. Pero seguramente no habría llegado a tiempo o mi rastro los hubiera prevenido.


Cuento los días y resto los dos del viaje. Es curioso lo que puede hacer un hombre en tan poco tiempo, convivir con desconocidos, que hablan un idioma muy distinto, de piel y rasgos diferentes al suyo; y, sin embargo, siento que son de mi misma familia porque pretenden lo mismo. Y tal como muchos años atrás, me siento más próximo a ellos que a muchos de mis vecinos. Y ellos deben pensar lo mismo de mí, porque noto su asombro cuando nos reímos y sufrimos por las mismas cosas, del mismo modo que pasó en el altiplano con el grupo de senderistas, o en aquella pequeña meseta del Himalaya, con los dos pastores pastunes.
Hay hombres que no sienten raigambre por ninguna tierra; que no tienen bandera, raza e ideología; que se ríen más de los dioses que de sus semejantes. Y estos hombres son mayoría.


-Para ti su sacrificio ha sido una derrota y para ella una victoria. Han tenido que torturarla, violarla y matarla, y eso sí es una derrota. Nunca podrás entender algo así. Tu eres un soldado, el mejor que he conocido, y solo comprendes un modo de lucha.
La miro con calma, no acierta ni va desencaminada. Hace solo unas horas yo podría haber muerto, de la misma manera que pude hacerlo en la selva peruana o en el altiplano. En la primera habría sido derrota, en el segundo nada, solo el vacío. Pero hoy es distinto, aunque ella también perdiera la vida conmigo.
-Te equivocas y lo sabes. Habría sido un lujo morir aquí por lo que estoy haciendo. Aunque en este momento sea un soldado, ganar o perder es indistinto, porque para mí el intentar rescatarte ya ha sido una victoria. Ahora solo quiero dejar de tentar a la suerte -le digo con cierta aprensión, porque circulamos al descubierto y somos un blanco perfecto, en un lugar que circular con dos 4x4 es algo extraño.
*
Tengo sesenta. Ya no soy un niño, ni mucho menos aquel joven intrépido que se lanzaba al agua desde imposibles rompientes; que escalaba tanto paredes de roca como de obra; que bailaba y amaba a mujeres hasta el amanecer. Y aunque haga pocos meses subiera a un árbol para recoger piñas, ante el asombro de mis amigos, sé que me costó mucho más de lo esperado, que al bajar respiraba cansado y que tuve que utilizar los músculos de mis brazos al máximo. Ya no puedo sumergirme a tanta profundidad, quizá por falta de aire o por cansancio. Tengo sesenta, y pronto mis hijos, hoy admirados por la fortaleza y el espíritu de su padre, me vigilarán preocupados y controlarán mis pasos; y no pasará mucho que dirán que olvido con facilidad, eso en el mejor de los casos, que no debo conducir tantos kilómetros, y hasta es posible que busquen alguien que me cuide. ¿Qué mejor manera de terminar mis días que aquí, con ella y de una ráfaga?


-¿Sabes una cosa? No fui porque me lo pidieras, aunque sí tuvo mucho que ver tu voluntad en mi decisión. Es curioso como un individuo como yo puede llegar a este tipo de dependencia, pero eres Amara, la mujer absoluta y poderosa. Incluso allí, entre plantaciones de adormidera y árboles centenarios, se hablaba de ti con admiración. Mujeres torturadas y luchadoras, escuchaban de la boca de Anna palabras sobre tu espíritu de superación, tu fortaleza y tu valor.
Y seco sus lágrimas con la yema de mis dedos. La beso y una vez más le pido que descanse, que ya seguiremos mañana; pero es imposible, no puedo dejar de hablar. Hoy he vuelto a ser Popol, pletórico, henchido de un orgullo que no puedo disimular; pero esta vez porque me siento identificado con ellas, estas mujeres que, contra todo y todos, luchan por su dignidad; y por mis amigas hermanas y por mi compañera, tan iguales a ellas.


Nos miramos a los ojos, tan extraños los suyos para mí, como los míos para ellos. Nos hablamos a través de ellos y me siento seguro porque dicen las mismas cosas con la misma confianza. Son alegres como los míos. No hay líder porque no son soldados, solo hombres que no quieren ser menos que sus mujeres. No querían venir, pero ellas estaban dispuestas y eso les ha decidido. Lo prefiero así, de este modo seré yo el líder y nadie discutirá el modo. Llevan sus fusiles, americanos según dicen; pero cuando les pregunto si alguna vez han matado, se miran incómodos. Uno dice que quizá, que una vez hirió o mató un soldado o dos.
-Esto no es matar. Matar es quitarle la vida a alguien mientras le miras a los ojos, cuando un rato antes hablabas con él sobre el tiempo y la pesca. Lo que tú has hecho es lo mismo que un piloto cuando lanza sus bombas, que no ve ni siente la muerte que provoca.
Nuestros acompañantes constantemente miran el cielo. El ejército tiene nuevos helicópteros, son chinos y tan silenciosos como los americanos, lanzan balas explosivas que destrozan a un elefante, que atraviesan muros y estallan tras ellos. Pueden volar de noche y lo ven todo. Pero esos helicópteros hoy no los vemos. Los militares de la zona quieren solucionar el problema por sí solos, no quieren pasar por la humillación de pedir refuerzos por algo que no lo merece.
Los campesinos conocen todos los caminos y saben si por ellos han pasado los soldados. Nos están buscando, pero muy lejos de aquí. Nadie puede imaginar cómo ha podido escapar una mujer sin recursos. Saben que no puede andar lejos del pueblo, que debe estar escondida en él o en alguna aldea próxima. Pero estamos a más de cien kilómetros y corriendo hacia el río, donde unas canoas esperan y otros dos coches en la otra orilla, ya en país amigo, y conducidos por los mismos tipos del primer día.
Debo reconocer que Artur es un genio y hace las cosas bien, al menos tal como se las pido.

-¿Cómo lo harás?
-No lo sé, pero una vez allí decidiré.
-Llévate dinero por si has de pagar a alguien.
-Si pago es que negocio, y si negocio puede pasar un mes, y es posible que Anna no disponga de tanto tiempo.
-¿Qué tienes pensado hacer?
-Entrar y llevármela lo más lejos posible y sin parar.
Me miró fijamente, afirmó con la cabeza y no dijo nada más. Luego, en el avión de regreso me dice que he tenido mucha suerte.
-La suerte es esquiva con los que la esperan, hay que buscarla y tener paciencia, y una vez crees verla, cogerla al vuelo sin darle tiempo a escapar. El que duda una vez, dudará siempre y perderá.


-Si no vas y no lo intentas nunca te lo perdonarás, ya no serás el mismo. Eres el único que puede conseguirlo. No vuelvas sin dejarla a salvo y, a poder ser, tráela de vuelta.
Eso me dijiste al percibir mi inicial duda y hasta acomodo.
-Es curioso que fueras tú la que me diera el valor. Sin ti quizá no habría podido. En cuanto a Anna, sabías que no volvería, todos lo sabíamos.
Los tiempos no han cambiado tanto, somos nosotros quienes lo hemos hecho. Ya no somos los mismos, no puedo andar tantos kilómetros ni subir las mismas montañas, el exceso de humedad me afecta, en invierno me cubro con una manta, a lo lejos ya no veo tan bien y he perdido reflejos, y a veces soy demasiado lento.
Enferma y rota, sin casi esperanza de curación, ha sido capaz de movilizarnos en un día, de arriesgar al que más ama, al único que la cuida y lo poco que le queda; de convencer a Biel que debía ser yo y mi modo, y no el suyo, más sensato y normal.
Le convenció con la amenaza.
-Sabes que así no lo conseguirás, sabes que la perderemos. Sé valiente y acéptalo.
Y convenció a Artur, aunque este no necesitara demasiadas palabras. Solo con saber que su amiga estaba presa y yo dispuesto tuvo suficiente.
-Sabías que no estaba seguro de volver, sé que lo sabías porque te lo insinué y porque lo decían tus ojos, en un mensaje de incierta despedida. Abrazo su maltrecho cuerpo, con delicada pasión y estudiada fuerza. La amo con locura, como nunca he amado a una mujer, ni siquiera a ella en sus mejores momentos. Es y siempre será, la mujer absoluta.


-Si cada uno de nosotros hablara y actuara por lo que siente, todo sería distinto Popol. Nadie piensa igual y cada uno de nosotros tiene y defiende sus costumbres y su modo de vivir; y para estar en paz, con solo mostrar las nuestras con humildad y respetar las de los demás, habría suficiente. Tú mismo has conocido a integristas de muchos bandos, y después de hablar con ellos, el combate se te ha hecho imposible, tanto para ti como para ellos. Es la manada lo que nos convierte en asesinos y fascistas.
Hay que involucrarse y participar, hablar claro y alto, para que todo el mundo pueda escuchar tus palabras y participar de tus ideas; y hay que defender hasta el último aliento a la gente que piensa de otra manera.
Anna no acierta ni desacierta en lo que dice. Lleva, como todos, su parte de razón. En la vida hay que tomar partido y eso nos integra en una manada, aunque nos cueste reconocerlo. Debes enfrentarte a lo que consideras injusto, respetando por igual las ideas del débil y del preponderante; pero cuando este convierte su poder en abuso, has de posicionarte sin dudarlo. Vacilar podría significar tu derrota y la de los tuyos, la desaparición de una postura ante la vida, incluso de una cultura y, lo que es peor, de tu capacidad de transigencia.
No puedo razonar con alguien, que, antes de matar por no morir, sería capaz de hablar con su verdugo hasta su último estertor. Yo no soy así, y si lo fuera, ahora no estaríamos corriendo por el borde de la jungla.
Y debe haber leído mi pensamiento.
-Ya sé que no es fácil Popol, que a veces nos lo hacen imposible, pero al menos quiero luchar e intentarlo.
Cada bache es dolor, lo sé porque a veces no puede esconder el gesto. No son sus rodillas sino todo su cuerpo. He visto sus brazos amoratados, seguramente por las cuerdas que la sujetaban, pero también algún moratón en la espalda y las piernas. Conociéndola supongo que debió defenderse.
Me acerco y la abrazo. Quiero que su cabeza descanse en mi hombro. Le acaricio las mejillas, su hombro libre de mi abrazo, le levanto la barbilla y la beso. Los jóvenes que nos acompañan hablan entre ellos y se ríen. La chica se vuelve y le dice algo que provoca una rápida respuesta e hilaridad en los tres.
-Se preguntan cómo puedo mantener la mente despejada con tanto hombre.
Me río. No le pregunto si tiene alguno por aquí. Lo más seguro es que no, porque en caso contrario ya lo habría conocido, además mi amiga no es de tenerlos sino de usarlos.
-¿Y qué has respondido?
-Que es lo que me hace tenerla así.


¿Sabes? Conversando con ella me descubrí ser todo lo que odio y por lo que siempre me he rebelado, lo que ella despreció. Somos manada, hemos parcelado el abrevadero y nos hemos apropiado de un rincón, donde todos los que creemos ser iguales, nos discutimos el espacio y el agua. Y vigilamos a los vecinos para que no vengan a beber en nuestro sitio, aunque el agua provenga de la misma lluvia; y si están más cómodos los miramos con envidia, sana o insana. En eso nos diferenciamos, en la envidia.
En el abrevadero me gusta mirar a los de otra parcela para buscar coincidencias; y lo que más me satisface, es cuando encuentro una mirada igual a la mía. Por eso siento más empatía con algunos de ellos, por alejados que estén, por diferentes que sean, que con muchos de mi tribu.


-Echaba en falta tu manera de amar, tan sensible y sofisticada, tan femenina.
La miro y sonrío. Sabe lo que pienso, pero lo calla de la misma manera que yo. Es cierto, le he hecho el amor durante toda la noche, pero para mí sin sexo; o quizá sí y, dadas las circunstancias, ha sido abundante para ella. De todos modos, sea con burla o sinceridad, prefiero responder con una verdad.
-Será que tuve la mejor maestra y encima bisexual.
Le he hecho el amor del mismo modo que ella lo hacía a mí y a Amara, tal como nos enseñó a los dos, a mí muchos años atrás y a ella a la vuelta de nuestra luna de miel. Y me ha llenado de gozo saber hasta qué punto le ha gustado y recordado nuestra relación.
-¿Te das cuenta? Me amas igual que antes, sin condiciones ni esperar recompensa. Somos singulares hasta en esto. Tu amor hacia mí no espera nada a cambio, ni siquiera reconocimiento. Es tan limpio como el de un niño. Nunca serás adulto Popol.
Y se ríe abiertamente, con la alegría de siempre. Y una vez más veo marcarse los preciosos hoyuelos de sus mejillas. Ha sido un instante, fugaz, pero tan intenso que por un momento he sentido ganas de llorar de alegría.
Y pienso en todas las cosas que hemos pasado juntos, cómo fuimos capaces de arriesgar mucho más que la vida, el uno por el otro.
La miro fijamente a los ojos con burlona sonrisa. Quiero que sepa lo que pienso, sin necesidad de unas palabras que entre nosotros sobran.
Y vuelve a besarme de aquel modo que tanto me enloquece, que probablemente nunca más sentiré de sus labios.
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Subo al 4x4 y miro hacia atrás. Está de pie, en medio del camino y con la mano ligeramente levantada. Mi compañero y conductor habrá percibido mi ánimo, porque dice algo en inglés y durante un instante me toma del brazo, lo justo para mostrarme solidaridad o quizá consuelo.
En poco llegaremos al aeropuerto y podré pensar tranquilo, en mi soledad. Y en unas horas aterrizaré en la capital, que seguirá siendo desconocida para mí, tal como el resto del país. En su aeropuerto me espera Artur, con su eterna y deshilachada mochila de lona. Y si todo va bien cogeremos el primer vuelo de Air France y en quince horas estaremos en casa
No ha sido fácil, nada fácil.

Una historia que pasó hace más de tres años, a la que le faltan muchos capítulos, para los que tardaré otros tres o tal vez no escriba nunca.

Aunque con algo de retraso, Amara pudo organizar mi aniversario. Una fiesta increíble y por sorpresa, al lado de mis mejores amigos y de otros muchos, de mi familia y de mis padres, que morirían un año más tarde. Nadie habló de Anna, los unos porque no quisieron y los más porque no sabían; pero en silencio y con una ancha sonrisa, brindé por ella y por Biel, aún ausente y al lado de su amada.
Preparé el cierre de mi empresa y marché con Amara de vacaciones a Asturias. Y en el bosque de Muniellos, andando todas las tardes con la mochila a mi espalda, entre robles, hayas y fresnos, busqué la paz de algún recodo y me senté para escribir una historia que me será muy difícil publicar. Allí, sin el ruido humano, mientras buscaba el rastro del lobo, del oso y del jabalí, o me recreaba en el corto vuelo del urogallo, recordaba todas las historias pasadas con mi amiga hermana, las conversaciones mantenidas durante tantos años, nuestra extraña e intensa convivencia, entrecortada y nunca rota. Y su relación con Amara, el respeto y la admiración que se sienten. Y el recuerdo de nuestras aventuras en solitario, siempre uno al lado del otro. Y la que tuvimos con Amara, andando durante quince días desde la Cerdaña hasta Jaca, con mochilas y tienda de campaña. Un viaje de amor y conocimiento. Pero en lo que más pensaba era en nuestras últimas conversaciones, no había noche que no lo hiciera.
Si cada uno de nosotros hablara y actuara por lo que siente, todo sería distinto Popol. Nadie piensa igual y cada uno de nosotros tiene y defiende sus costumbres y su modo de vivir; y para estar en paz, con solo mostrar las nuestras con humildad y respetar las de los demás, habría suficiente.”
Hay que involucrarse y participar, hablar claro y alto, para que todo el mundo pueda escuchar tus palabras y participar de tus ideas; y hay que defender hasta el último aliento a la gente que piensa de otra manera.”
Poco antes de mi marcha había estallado el 15M. Dudaba que fuera efectivo y tampoco me gustaba mostrarme. Quizá aún conservara mi obsesión por el secretismo de los tiempos de lucha, cuando la supervivencia y la pericia en no ser descubierto iban de la mano. Pero me introduje en el movimiento, aunque solo tangencialmente, de mirón y oidor de sus discursos; y sondeé, escuché, analicé y hablé con alguno. Y, por supuesto, busqué a los infiltrados, tanto de un bando como de otro; y los localicé con tanta facilidad que los creí patéticos. Y no, no sentí compasión por ellos, ni por los que dejaban la piel en la lucha, porque descubrí algo que hasta entonces me había pasado desapercibido: la subversión había dejado de ser hermética, la infiltración carecía de importancia, en todo caso sumaba, y la gente no escondía su nombre ni sus ideas. Nada había cambiado y, sin embargo, la manera de participar era distinta. La subversión, al menos hasta que el poder no se sintiera en peligro, podía ser abierta. Pero en el momento que los jerarcas vean su poder en riesgo, todo cambiará, se convertirán en violentos y crueles, primero utilizarán la ley, rediseñándola si hace falta, y luego las armas y la sangre.
Como siempre, ni el poder ni la policía han cambiado. Son los mismos amos con sus perros y, del mismo modo que un terrorista solo sabe matar, ellos solo saben vivir de los demás; de modo que defenderán el poder a costa de lo que sea, porque lo consideran de su propiedad.

Y busqué entre la gente más dispar, y encontré aquella a la que nadie quiere entender, de tanta libertad que ofrece: a los piratas. Y durante unos días me dediqué a estudiar el partido y me afilié. Al cabo de unos meses y después de recibir algunas notificaciones, intenté participar y descubrí que era un engaño. Lo que aparentaba ser democracia directa y horizontal, era en realidad una dura verticalidad. Los abandoné o, mejor, los olvidé y volví a buscar; pero esta vez ya sabía dónde y cómo. Su ideario me había convencido porque era el mío, el de Anna o el de cualquier otro que creyera en la libertad individual y en la democracia por encima de cualquier ideología.
Es la manada lo que nos convierte en asesinos y fascistas.” Y son las ideologías las que crean manadas. Las ideologías, las religiones y las banderas.
Los encontré en la red. También eran piratas, pero esta vez compartían y hacían uso de la democracia con una plenitud que nunca había visto. Me afilié y me dediqué a leer sus escritos y seguir lo que hacían. Un día recibí una demanda de ayuda. Los Pirates de Catalunya habían organizado el primer Congreso del Partido Pirata Europeo y necesitaban un lugar para acoger a un delegado extranjero, ofrecí mi casa y los conocí de cerca. Y descubrí que todo lo que anunciaban era cierto y lo cumplían, incluso más; y me involucré tal como me gusta, hasta el límite. Había encontrado el camino olvidado treinta y cinco años atrás, por el que valía la pena volver a luchar.

Una vez más había sido ella, a miles de kilómetros de distancia, entre campos de adormidera, agua y jungla, la que despertó la inquietud que llevaba en mi interior.
Los tiempos no han cambiado, siguen siendo los mismos de hace cuarenta, cien, mil años. Somos nosotros los que lo hemos hecho, para bien o para mal, y nadie sabe cómo terminará. Mis predicciones hablan de un retorno de las dictaduras y del fascismo, esta vez de la mano de intereses bastardos y corporaciones financieras, con la ayuda de una complaciente ciudadanía sin espíritu. Y hay que luchar para que los tiempos oscuros sean lo menos duraderos posible.

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miércoles, 6 de agosto de 2014

¿QUÉ ES EL MIEDO?

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¿Qué es el miedo?
Debo retraerme en el tiempo para dar con la respuesta, de niño, de adolescente.
Ahora lo siento, pero es distinto, como si hubiese cambiado de bando convirtiéndose en aliado. Siento miedo, el corazón se encoje y al momento se me eriza la piel, pero no por terror sino desafío.
¿Qué es el miedo Popol?
No lo sé, o supongo que sí, pero no quiero recordarlo.
Hace tiempo que no veo a Mónica. A ella también le pregunté por el miedo. No respondió, solo me miró como a un extraño medio loco. ¿Por qué me preguntas eso? Decían sus ojos.
Podría habérselo preguntado a Anna. Ella sí conoce el miedo, pero sabe dominarlo, se ríe de él.

Hace tiempo que no veo a Mónica, que no hablo con ella. La política, la familia y el trabajo. La echo en falta, más incluso que a Anna. Cuando vuelva de vacaciones la llamaré, sacaré el tiempo de donde sea.
Nunca le pregunté si había sentido miedo de pequeña. Estoy seguro que no sabe lo que es. Con Artur perdí una parte de él, la más importante, la que atenazaba mis sentidos y mis músculos, pero entonces era un adolescente, estúpido e imberbe, encerrado en mi mismo y atado a mi familia.
Artur me enseñó a no temer a la muerte, a dominar el vértigo, a conocer mi cuerpo y saber lo lejos que podía llegar. Mónica me enseñó a no temer a los humanos y Anna a amar y a no odiar el desamor.

Siento extrañeza por Mónica, por su tierno y casi subrepticio abrazo, por su mirada profunda y sincera, sin temor a nada. Siento el deseo de pasar una noche con ella, hablando en silencio como nos gusta, amándonos con fuerza. Siento la necesidad de acariciar su suave y aterciopelada espalda, sus duros y oscuros pezones; de pasear con ella por aquellas callejas, viejas y sombrías, por el mercado de la Boquería para comprar la cena de los cuatro, regodearnos por los mil colores y formas. Y hablar de Anna, de la que no sé nada desde hace mucho, de mis aventuras con ella y de nuestros sueños.
Siento la necesidad de ser una vez más Popol, y ahora, por vez primera en muchísimos años, puedo volver a serlo.

¿Qué es el miedo?
No sé, quizá no atreverse a buscar más allá del horizonte.


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