miércoles, 30 de octubre de 2013

1ª JORNADA PIRATA

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A los Pirates de Catalunya les complace invitarles a la 1ª Jornada Pirata, la primera de muchas en las que se tratará de mostrar y debatir soluciones a los distintos problemas de nuestra sociedad, buscando siempre el consenso y respetando nuestro ideario: la Declaración Universal de los Derechos Humanos; la democracia auténtica, que parte de la completa libertad del individuo para elegir su destino; el derecho a la intimidad y la libertad de poder compartir la inteligencia, el arte y la cultura, sin menoscabo de los derechos de autor.

La 1ª Jornada Pirata versará sobre los sistemas de participación ciudadana y de qué manera se puede conseguir la transparencia en nuestras instituciones, y cómo luchar contra la corrupción.

Una vez terminadas las charlas, por la tarde se podrá debatir con los ponentes y quien esté dispuesto, sobre el contenido de las mismas.

Economía, sanidad, justicia, información, educación y cualquier otra cosa que nuestra sociedad tenga pendiente de solucionar o de debatir, serán planteadas durante las siguientes Jornadas Piratas.


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jueves, 24 de octubre de 2013

ROB

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Adivinen su procedencia



Recuerdo que a menudo hojeaba el Paris Match y el Jours de France. Mi abuela las recibía de su hermana, exiliada en Francia. Esa era la única ocasión que yo tenía de ver mujeres bonitas en ropa interior, aparte de leer en francés. Mi abuela recibía mucha correspondencia de Francia, una carta a la semana. Cuando murió mi madre la tiró a la basura nadie sabe por qué, igual que la de su tía. Hoy yo conservo la que ella mantuvo con mi padre de novios o recién casados, cuando él viajaba por España.
Amara suele preguntarme por qué recuerdo tantas cosas de mis abuelos y tan pocas de mis padres. Y pienso que debería escribir más de mi infancia, al menos para entender el por qué del presente y hasta del pasado que tanto intento recordar. Y le cuento que fueron mis abuelos quienes me educaron hasta bien entrada la adolescencia, y que a los dieciséis ya vivía con un pie fuera de mi casa. Mi abuelo me educó bajo los principios del respeto hacia los demás, fueran quienes fueran y pensaran como pensaran. Para él era lo más importante, decía que eso forjaba la actitud de un ser humano. Y luego el amor, mis abuelos se amaban y se respetaban, cosa que en mi casa no siempre pasaba. Los niños son lo que absorben y sienten.

Ayer Richard llamó a Amara. Es la primera vez que lo hace en muchos años, tantos que ni recuerdo. Tras su enfermedad muchos de sus amigos quieren hablar conmigo antes, para conocer su estado. Solo los más íntimos lo hacen directamente.
Solo colgar me cuenta que a Rob lo operan de un tumor cerebral, que cuando lleguemos a casa le escribirá para saber más.
Rob es uno de sus cuatro amigos británicos. Rob, Richard y otros dos que no recuerdo el nombre. Jugadores de rugby, viejos amigos de Universidad y, como buenos navegantes, con pocos prejuicios. Rob era su preferido, por el que sentía más empatía.
Sobrio y extremadamente educado, el más delgado de los cuatro, casi de dos metros, pelirrojo sin brillo y con mucho cabello. A veces hablo de él como “cara cortada”, por su larga cicatriz desde la frente hasta la parte inferior de su cuello, aunque luego tenga otras por todo el cuerpo. Se bañaba en el mar fuera invierno o verano. El más delicado de los cuatro según Amara, y el menos agraciado según las demás. Aprendió castellano por ella. Unos siete u ocho años mayor que yo, sin embargo, el más joven de ellos.
-Las noches intento pasarlas con él. Me encanta acariciarle las cicatrices y no veas lo tonto que se pone.
Eso me dijo cuando le pregunté. Me sorprendió, pero poco a poco fui entendiendo y alegrándome por su amistad. Eran del tipo de hombres que gustaba y ellos estaban fascinados por su liberalidad, su belleza y su inteligencia; para ella esta relación era la culminación de una gran fantasía.
Para sus amigos Rob era el eslabón débil, el que nunca había conseguido una mujer fuera de un matrimonio seguramente de conveniencia; sus cicatrices afeaban su rostro e incluso asustaban, y el hecho que una mujer tan bella y sensual, la más que podían imaginar, se entregara a su amigo de aquella manera, era mucho más de lo que podrían haber soñado.
-Los muy cabrones me hacen lo que les viene en gana, pero me encanta esa manera que tienen de mirarlo, como pidiéndole permiso, con su flema y su elegancia, casi sin que se note. Y si pierden los papeles, con solo una exclamación seca y gutural de Rob se retienen. Y, te lo creas o no, me satisface que sean así, aunque a veces los mataría por haberse cortado.
El primer año vinieron dos veces, pero el segundo también se presentaron por Semana Santa. Entonces ella marchó un par de días.
-Terminará enamorándose de ti –le dije con más broma que convicción.
-Para eso están los demás. Rob no es como tú, ni ellos como nuestros amigos, ni siquiera Richard lo es. Rob nunca podría estar con una mujer que se divierte con sus mejores amigos, sin embargo, me quiere tanto como me desea.
Con el tiempo y la enfermedad de ella lo demostró, y aún hoy lo hace con sus correos y sus rápidas visitas. La última me enterneció mucho, cuando vi como se abrazaban, sin amagarse de nadie y rodeados de conocidos.
Nuestros amigos no se tomaron nada bien que marchara con ellos, ni siquiera Jep. Solo Anna lo entendió, pero no por el hecho sino por la libertad que demostraba.
-¿Cómo puede dejarte así y con los niños?
-Lo hemos estado hablando. Han venido de Birmingham por ella y le sabía mal abandonarlos, es más, me cabrearía mucho que lo hiciera.
Volvió a los dos días más pletórica que nunca, y eso no tiene precio. Irradiaba felicidad, belleza y ternura por cada poro de su piel, y eso tampoco tiene precio.
Ahora, mientras espero a mis compañeros de partido, oigo como habla con él por el ordenador, tranquila y alegre porque el tumor está localizado y bien encapsulado; no obstante le pide que mande copias de los escáneres y el nombre del cirujano que va a operarle. Y cuando desconecta me mira y veo en sus ojos amor y respeto hacia mí, el hombre que según ella la forjó, y según yo el que le demuestra el respeto que merece una mujer como ella. Y eso tampoco tiene precio.


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viernes, 18 de octubre de 2013

ELISANDRA

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Estúpidos los capaces de prostituirse por la quimera del poder

Hoy hace un mes de la muerte de Elisandra. Coincidimos en la revuelta, era mayor que yo, pienso que entre cinco y seis años. Alta, casi como yo, y espigada, muy elástica, liberal y sensual en extremo, eso último por lo que Mónica me explicaba. Me gustaba mucho, pero solo podía seguirla de lejos. Nunca se me permitió conocerla. Entonces no sabía su nombre, lo supe mucho después, durante el famoso encuentro que Tomás y Mónica organizaron.
No sé de qué murió, Mónica y yo no lo preguntamos. Elisandra no era su verdadero nombre, pero si el que a ella le gustaba. Algunos le llamaban Eli, lo supe cuando por fin la conocí, cuando me saludó con un beso en la mejilla y un emocionado abrazo.
-Así que tú eres el famoso Popol. El hombre secreto, que la mayoría creíamos que no existía, pero que nos mandaba al matadero.
Recuerdo buscar con la mirada a Mónica y a Jordi para recriminarles que la gente pensara eso de mí, cuando ni siquiera debería saber de mi existencia.
Y recuerdo su pelo alborotado, tan distinto al de Mónica, que nunca perdía la forma. La recuerdo como si fuera hoy mismo, valiente como todos, arrojada y escurridiza.
Elisandra. Un extraño y bello nombre. Está enterrada en un pequeño pueblo de montaña, junto a los suyos, en el suelo y con una sencilla lápida sin cruces, con su nombre pintado en negro sobre ella, a la espera, supongo, que alguien lo esculpa. Aquí yace Elisandra, solo eso.
No es el primero que nos deja. Hace años lo hizo Blanca y poco después el mismo Coronel. Alguno más según Mónica, pero como siempre desconocido para mí. De Blanca supe durante aquel encuentro, porque oí que hablaban de ella y de su mal curado cáncer de mama.
-Son cosas que pasan –dice Amara al leer esta historia.
Son cosas que pasan, pero que a mí me duelen profundamente, sobre todo no haberlos conocido, ni siquiera cuando todo terminó.
-Tú no sirves para eso. Tú debes estar a mi lado, estudiar lo que ha salido mal y prevenir lo que harán para contrarrestar lo que bien. Nosotros siempre debemos estar listos para intervenir. Nadie debe conocer nuestros nombres, ni tan solo que existimos.
Hablamos un rato, poco porque pronto encontró a viejos compañeros que no tardaron en asaltarla, que alguno me miró a hurtadillas al saber mi identidad.
Voluntariamente arrinconado junto a Tomás, que hacía de anfitrión mudo, fingiendo un trabajo inexistente como ayudante suyo.
-¿Te das cuenta? Muy pocos nos conocen y esos nos ignoran. Es su fiesta, no la nuestra.
Mi aislamiento no duró demasiado. Al poco la vi hablar con Mónica y esta me arrastró hacia ellos.
-Nos cagábamos mucho en ti. Siempre pensé en decírtelo si llegábamos a conocernos. Al principio creímos que Popol era el nombre de un grupo, pero ella no podía soportar ninguna crítica hacia ti, y eso nos hizo pensar que existías y que estaba locamente enamorada de ti.
Y me reí con ganas, tranquilo y feliz. El resto nos observaba, pero sin dejar de hablar entre sí de sus cosas. Se notaba que nunca habían dejado de verse, que solo unos pocos eran extraños, pero nunca como Tomás y yo.
Y le conté, con un poco de condescendencia, que yo sí la veía, aunque de lejos, y que un día conseguí acercarme tanto que la tuve a mi lado sin que se diera cuenta. Que me atraía mucho e inconscientemente la buscaba.
Y después de una intensa mirada, como si valorara mi capacidad amatoria, esbozó una preciosa sonrisa. Luego, al ver que la conversación pronto tocaría a su fin, me cogió del brazo para apartarme del grupo, y a bocajarro me preguntó si con tantos años pasados podría sacarle de la duda.
-¿Realmente lo fuisteis?
Recuerdo mirar a lo lejos a Mónica, rodeada de sus antiguos compañeros, de los dos gigantes que todavía parecían cubrirle las espaldas. Luego a Elisandra directamente a los ojos, y vi sinceridad y nobleza en ellos. No preguntaba por malicia o chismorreo sino para saldar una cuenta quizá con ella misma.
-Mónica es mi amiga hermana amante, siempre lo ha sido.
Y alguien tiró de ella con la suficiente insistencia, pero mientras marchaba arrastrada hacia otro grupo, vi sus ojos chispear de alegría. Luego, ya casi al final de la fiesta, volvió a acercarse, esta vez cogida del brazo de Jordi. Me dio un beso en la mejilla y me dijo que había sido estupendo conocerme y que por mucho que se cagaran en mis muertos, siempre habían sabido lo mucho que sufría por no estar con ellos.
-El primer día fue horrible, pasamos un miedo atroz, cuando vimos que nos habíais metido en la boca del lobo, rodeados de grises que nos miraban con odio. Pero luego, verlos correr huyendo de nosotros fue algo tan grande, tan emocionante, que algunos lloramos de alegría. De haber sabido de tu existencia te habría comido a besos.
Entonces todo parecía distinto, éramos especiales incluso entre los pocos que arriesgaban su físico. Yo veía a Elisandra como un ser casi sobrenatural, fuerte y duro como Mónica, Jordi y tantos otros. Yo solo era una rata de despacho, con mi mente llena de mapas e informes, con Tomás en un rincón sentado con una cerveza en la mano, flemático y seguro de sí mismo; con Julio, las pocas veces que coincidía, mirándome fijamente a los ojos, mientras yo dibujaba posibles escenarios con las manos e imaginaba lo que estaría pasando; con el Ingeniero, moviéndose nervioso por no estar al pie del cañón.
A Tomás le gustaba decir que éramos el núcleo duro, los que nunca se equivocaban aunque todo saliera mal. Nosotros entre cuatro paredes, Mónica, Estéban e Irene en la calle, cada uno con lo suyo. Ya entonces me sorprendía que unos militares pudieran aceptar que dos mujeres tan jóvenes llevaran la responsabilidad de la acción, mientras el resto lo hiciéramos con la parte más pasiva. Eso es algo que nunca preguntaré a Tomás.
Ahora se me hace extraño tanto secretismo, pero entonces sabíamos que debíamos estar preparados para la peor de las situaciones.
Nos vimos alguna otra vez, pocas, una cena o un pequeño encuentro. Ella siempre venía, cogía el tren y pasaba la noche en casa de Jordi, y a la mañana siguiente volvía al pueblo con su familia. Hablábamos de cosas insustanciales, de nuestra vida actual, del trabajo; nunca más de la revuelta y lo que significó para nosotros. Las mesas eran largas y cuando no coincidíamos sentía su lejana mirada clavada en mi rostro, como si quisiera desentrañar un secreto pendiente de descubrir, quizá compartir lo que pensábamos sobre la vida y el futuro, nuestros ideales.
Elisandra ha marchado antes de habernos podido conocer mejor. Su memoria se irá disipando con el tiempo, pero no para mí, que quedará como un misterio sin resolver. La acompañé hasta el cementerio, y Mónica, que dependía de mi coche, tuvo que acompañarme.
Elisandra era especial, siempre lo supe y ahora más. El tiempo pasa y nosotros con él. Lo que ahora siento me hace recordar lo frágiles que somos y el poco poso que dejamos, tan poco que ahora no sé si vale la pena luchar por algo o vegetar por lo que somos, no más que simples partículas emitidas tras el estallido de una estrella a miles de millones de años luz, unidas por la casualidad en un mundo ambiguo.
Elisandra se diluirá en el tiempo, cada día un poco más, a medida de que los que la conocimos sigamos su camino; mientras yo siempre recordaré su mirada y sus gestos.
Elisandra me ha enseñado que no debo esperar ni recrearme en el tiempo.


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martes, 1 de octubre de 2013

ESTA NOCHE O QUIZÁ MAÑANA SERÉ ABUELO

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Esta noche, quizá mañana por la mañana, seré abuelo tío, tan abuelo que no veo al tío por lado alguno.
Mi cuñada parirá una niña. Quedó huérfana de padre a los once y su madre es un mueble, aunque esté mal decirlo, porque al menos un armario sirve para algo y ella solo molesta. Amara también tiene un hermano, pero es como si no existiera. Ahora solo se le ve para solucionar algún papeleo de su madre, pero en cuanto esta falte, con un poco de suerte desaparecerá en el limbo de la indiferencia.
Amara ha hecho de madre, precoz en su caso, y yo de padre. Con mi cuñada me llevo veinte años y he vivido sus problemas y sus estudios, de la misma manera que los de mis hijos. Ejerzo de abuelo con su hijo y solo la convención impidió que hiciera de padre el día de su boda, aunque ansiosa me buscara con la mirada y poco después me dijera que era a mí a quien sentía a su lado.

Las familias son así, te las haces o no existen. La mía la formé hace mil años y sigue siendo la misma, sin vínculo de sangre, de genes o nada que se le parezca; sin embargo, sobre ella han caído bombas y nunca se ha disgregado.
A mi hermana no la perdí, más por ella que por mí, pese al empeño de mi madre por conseguirlo. A su muerte nos reencontramos y reforzamos el exiguo vínculo que ella tan primorosamente había cuidado. Ahora mi familia crece y, gracias a la muerte de mi madre, se extiende más allá de lo que nunca hubiera imaginado.
Ahora, mientras acompaño a mi cuñada hija al médico, recuerdo el entierro de mi madre, también a su numerosa y extensa familia, tan indiferente como ella. Solo uno de sus primos vino exclusivamente para hacer el paripé. El resto, mucho, era familia de mi padre y amigos de mi hermana y míos, que no sabían si habían hecho bien en venir.
El día que nos dejó lloré, uno de los pocos que recuerdo, tan es así que hasta me sobresalté y me escondí para que nadie viera mis lágrimas. Recuerdo incluso haber entrado en los lavabos y cerrar los ojos emocionado por lo que sentía, como si quisiera alargar ese momento a la sombra de cualquiera.
¿Por qué lloras?
¿Por sentirte culpable, por lo que has perdido o por lo que nunca pudiste tener?
Hoy, tras más de dos años, sé que fue eso último.

Esta misma noche o quizá mañana por la mañana, una vez más seré abuelo, uno de los hombres más felices de este mundo. En febrero mi hija parirá otra niña, a la que llamará Paula, y volveré a ser feliz.
A la familia la haces, tal como hice hija a mi cuñada, hijo a su compañero y nieto a su hijo; y hermana a Mila, a Anna, y hermano a Jep, a Joan. Para otros lo más sencillo hubiera sido no pensar ni en ello, aferrarse a la falsa familia que dicta la convención. A mí, sin embargo, no me costó ningún esfuerzo y habría sido mucho no haberlo hecho.
Ahora, dejando aparte el melodramatismo de la situación y haciendo un esfuerzo de memoria, descubro que no olvido a mi madre, que recuerdo nuestros mejores momentos, que fueron muchos, pero sin perder la perspectiva de quién fue y lo que representó. También que sin ella, seguramente no sería quien hoy soy, ni hubiese vivido como tal.

La familia es como la patria o las banderas, solo existe la que sientes, nunca la que te imponen. La mía es tan extensa como el mundo, su piel no tiene color y no necesita idioma, el vínculo cultural depende de la empatía que siento, y los genes son cosas tan pequeñas y extrañas que no sé diferenciarlas unas de otras. A la familia hay que hacerla con tesón y amor, lo demás es engaño y debilidad.


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