domingo, 24 de octubre de 2021

Mi Gran Amigo Hermano

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Mi amigo hermano está muerto en vida, solo hay que desconectar la máquina que lo mantiene artificialmente para que deje de existir oficialmente, aunque para mí y para quien lo quería, dejó de hacerlo hace días.

Hoy pienso en nuestras vivencias, que han sido muchas, y en las que no podremos disfrutar juntos. Las muchas cosas pendientes que hemos dejado. Pienso en lo que cada uno de nosotros hemos vivido por separado.

Caigo en la tentación de pensar que todo lo que he vivido, tantas aventuras y experiencias, que muchos darían parte de su vida por haberlas pasado, me las llevaré a la tumba. Y no es cierto, a la tumba no te llevas nada, allí todo desaparece, desde el más pequeño recuerdo hasta la vivencia más intensa. Cuando feneces lo abandonas absolutamente todo, simplemente porque desapareces. Cuando feneces, ni siquiera te llevas la satisfacción de haber dejado tu impronta en otras personas, no te la llevas porque no existes; y lo que no es, no tiene.
Afortunadamente te vas sin nada, porque lo dejas atrás, algunas cosas entre toda esa gente que amaste y otras muchas al enjambre. Es tu legado, tus vivencias, que servirán para el resto de seres humanos, unas para vivir mejor y otras para ser mejores. 

Mañana, quizá pasado, mi gran amigo hermano oficialmente habrá muerto. Su vida ha sido intensa, más para los demás que para él, que nunca quiso creerlo. Su legado es inmenso y sirve para que millones de personas, la mayoría de ellas aún por nacer, vivan mejor y más amablemente. Y unas pocas, entre las que me encuentro, para recordar la amistad y el amor que nos brindó.

 

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miércoles, 13 de octubre de 2021

Mi Amigo Hermano

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Mi amigo hermano se debate entre la vida y la muerte. 

No me siento con ánimos de escribir, aún menos sobre una historia de la que es partícipe.

Hoy es uno de esos días que mandaría mi novela a la mierda y pondría mi cuerpo y mi mente al límite.
La vida hay que aprovecharla, dejando de lado convenciones y demás futilidades, que no solo no sirven para sentirse mejor sino que impiden que el ser humano desarrolle todas las capacidades que la naturaleza le ha ofrecido y las disfrute al máximo.

En fin...


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domingo, 10 de octubre de 2021

El Poder de una Convicción, 10ª parte

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De vez en cuando me acercaba al Enagua. Mis amigos nunca preguntaban por mis ausencias, siempre estaban allí, escuchando música en el mismo desvencijado sofá, los dos butacones y el puf acolchado con como si guardaran el lugar donde solía sentarme. Tomábamos unas cervezas y para celebrar que volvía con ellos, íbamos a casa de Patty con unas pizzas y nos quedábamos a dormir.
Patty
compartía piso con una amiga de la infancia, Tina, que también era del grupo de amigos. Eran muy parecidas en todo excepto en el físico. Tina era muy atractiva, pelirroja, alta y fuerte, de cabello corto y rizado, y nariz respingona. Tenía los ojos grandes, de color verde claro, y algunas pecas en la cara que le daban un aire divertido y travieso. Ninguna de las dos buscaba compromisos. A Artur y a mi nos gustaba Patty y la solíamos compartir. Tina y Santi se gustaban mucho, mientras que Jordi prefería mantenerse al margen, aunque alguna vez, muy pocas, había estado con Patty o con una de sus amigas. Patty y Tina eran dos mujeres inteligentes, brillantes y muy consecuentes en sus estudios, les gustaba divertirse, disfrutar de la amistad sin demasiados prejuicios, y sabían quién les acarrearía problemas y quién no.

Poco después de mi conversación con Carlos, María me avisó que Tomás no tardaría en ponerse en contacto conmigo.

- ¿Cómo lo hará?- pregunté.
- Nunca se sabe- dijo riéndose.

Al día siguiente debía entregar una mercancía en las galerías Maldá y renovar un pedido. Solo entrar, el dueño, un tipo muy agradable y peculiar, me dijo que un tal Tomás me había estado esperando en la calle y había marchado.

- Parecía muy apurado, desolado por no haber podido esperarte como habíais quedado. Me ha dejado el recado de que esta noche estaría donde siempre-

El tipo, al darse cuenta de mi perplejidad, no pudo más que preguntarme si había hecho bien.
L
o tranquilicé. Había hecho lo correcto y le estaba muy agradecido. Le dije que había olvidado por completo la cita, y que a Tomás lo conocía por su apellido y al dar su nombre, al principio me desorientó.
S
olo salir de la tienda no pude más que sonreír. Asombroso, pensé. Esos tíos están en todo y no se fían de nadie. No caí en la trampa de mirar alrededor, que hubiese sido lo normal, casi un acto reflejo. Seguramente estaría cerca estudiando mi reacción o, lo más lógico, para conocer al joven que pronto tendría que entrevistar.
La combinación de Helena, su hermana, Carlos
y el grupo que nombraba ultra, junto a nuestra relación, me estaba llevando a una estúpida e infantil paranoia, creía que los ultras podían estar vigilando mis pasos para asegurar mi fidelidad, cuando en realidad no era nadie, un simple joven peón que tontamente se había enamorado de una chica guapa y sencilla. En mi tonto desquiciamiento sospechaba que Helena podría no ser una casualidad, aunque nos enamoráramos y nos sintiéramos a gusto el uno con el otro. En lo que no me equivocaba es que de una u otra manera, era interrogada a conciencia y con la complicidad de su hermana, muy fácil por demás en las reuniones familiares; y que por mucho que Carlos lo negara, no podía ser ajena a lo que hacía su cuñado, ya no por complicidad sino por la dificultad de esconderlo en una familia que aparentaba ser muy compacta. En el mejor de los casos debía estar soportando una gran presión.

¿A qué se dedica? ¿Cómo es? ¿Y su familia, la conoces? ¿Qué estudios tiene? ¿Cómo piensa?... O, por lo que respecta a su hermana: ¿Ya lo has hecho? ¿A qué esperas? Hay que darle un empujón. No olvides la píldora, el preservativo. ¿No será que tiene otra? ¿Qué hace cuando te deja? ¿De qué habláis?...

Estaba claro, la cortante respuesta de mi amigo y su negativa a comentar el tema lo confirmaban. Helena sabía a qué nos dedicábamos, y empecé a alarmarme. Una estupidez, un pequeño desliz podían dar al traste un montón de cosas. Y lo peor es que cada tarde la esperaba con más ganas, y que nuestras despedidas se habían convertido en amargura.
Poco después paré el 2CV cerca de un bar
para llamar a casa y hablar con María, que en principio había de pasarme la dirección donde encontrarme con Tomás. Cogí el teléfono y al momento colgué.
Cierto, quizá estuviera cayendo en una paranoia, pero por si acaso evitaría el teléfono. Jep me había contado que los pinchaban
desde la misma central y gravaban las conversaciones con una facilidad pasmosa. Y nosotros éramos una comuna de auténticos hippies, algo que escapaba de lo normal y que podía confundirse con un grupo de revolucionarios anarquistas, que no se alejaba mucho de la realidad, con un desertor norteamericano. Obviamente, éramos proclives a ser vigilados.
Quedaba poco para
encontrarme con Helena, un paseo hasta la Catedral y después con cualquier excusa la llevaría a su casa. Sentí un nudo en el estómago, y un exceso de adrenalina le jugó una mala pasada a mi corazón. Y me di cuenta que había bajado al mundo de los mortales, que lo mío tan solo era fachada. No, yo no era María ni Anna y me felicitaba por ello.
La encontré tensa, preocupada. Imaginé que la presión habría llegado demasiado lejos y quería aclarar algunas cosas. Quizá me había propasado con mi prevención. Quizá su hermana y su cuñado, después de mi charla con él, le hablaran con más determinación. Su mirada, fija a mis ojos, hablaba por ella, frente a mí, sin moverse.

- No soy como mi hermana o el hijo de puta de su novio. No comparto sus ideas y no podría soportar que fueras uno de ellos-

No estaba preparado. Nervioso, quizá para engañar a mi mente, busqué una cabina telefónica para llamar a María, que estaría estudiando en casa, como si el abandono de la prudencia sirviera de algo. De un golpe mi vida se había convertido en una locomotora a todo gas y sin frenos, y su conductor se me antojaba medio chiflado.
Le temblaban los labios, sus brazos colgaban inertes.
Le tomé las manos, siempre tan cálidas y tiernas, y las sentí húmedas y nerviosas. Parpadeaba más de la cuenta, pero involuntariamente.
Había de
tomar una decisión y era difícil saber cuál. Me la quedé mirando y le dije que estaba equivocada, que no nos conocía lo suficiente para juzgarnos con tal ligereza. Incluso tuve la audacia de recriminárselo.

- Nunca te he juzgado, tampoco tus ideas ni tu manera de ser. Te he aceptado tal como eres y tú no has podido-
Y se lo dije con lágrimas en los ojos, aprovechando mis auténticos sentimientos.

Se puso frente a mi, a menos de un metro y extrañamente erecta, sin moverse un milímetro, como queriendo decir que de allí no marchaba sin una solución. Ya no pestañeaba. Por un momento creí que iba a darme un bofetón. Lo hubiese preferido mil veces, antes de soportar aquella mirada.
Seguí
con mi discurso mientras mi mente intentaba recordar una cabina. Eran las siete, no me quedaba mucho tiempo y abandonarla ahora, de manera intempestiva y con una mala excusa, habría sido un suicidio.
Se mantuvo
firme en la misma posición, aunque temblando ligeramente, no supe si de rabia, impotencia o por su estado de nervios.
Me había juzgado bien. Era la única que había sabido leer mis ojos y no estaba conforme con lo que le contaba.

- Tienes razón- me dijo - Te quiero mucho, pero no tengo derecho a pedirte nada a cambio. Estaremos en bandos opuestos. Vigila cuando vayas a apalizar o torturar a un rojillo, podría ser yo y, con franqueza, sería el colmo-

¿Era una despedida? No del todo y no sé qué hubiese sido mejor. Por un lado deseaba pasar todo el tiempo abrazado a ella, por otro, que en aquel mismo momento me mandara a la mierda. Eso último habría sido lo más cómodo.
Durante unos poquísimos segundos, que se hacen tan largos que parecen minutos, mi mente se bloqueó. No sabía cómo salir del embrollo
. Obviamente, mi corazón decía que debía confiar en ella, pero si me ponía como ejemplo, que es lo que la mente dicta, podía ser cualquier cosa, con la ventaja que ella tenía quien la cubriera y yo iba en plan libre y suicida.
Podía ser como yo, una gran hija de puta, una tía que supiera mentir con los ojos, las palabras y los sentimientos; una ch
ica como María, pero en el bando opuesto y mucho peor. Jugármela era una temeridad. Para mí seguía siendo un juego, pero no para María y sus amigos. De hacer caso a sus palabras, obviar su mirada y lo que yo sentía por ella, Helena hacía de mensajero y, sin duda, con menos pericia que María.
Estoy aprendiendo rápido, me dije, y de paso me estoy volviendo paranoico.
Siguió
sin moverse, impertérrita mirándome a los ojos con esa determinación que desarma a cualquier ser supuestamente humano.
¿Intuición? Se dice que eso es muy femenino. Será que tengo una vena y lo llevo muy escondido.

- ¿Qué esperas de mí?- le pregunté.

Ahora fue ella quien dudó. Lo vi en sus ojos, en su garganta al tragar saliva.
La boca se tensa, la lengua se mueve y presiona. No lo ves, pero sí cuando tu interlocutor traga la saliva que, con ligereza, su lengua ha
forzado su fabricación.
La pelota estaba en su tejado y
no supo cómo responder.
Y seguí con malicia, pero escondiéndola tras mi mejor cara de cordero degollado, la más hipócrita que pude encontrar.

- Quieres presentarme a un grupo de amigos. Estás metida hasta las cejas en un grupo político y creías que podía ser de los tuyos, ¿me equivoco?-

Era una apuesta tan ambiciosa como arriesgada. El que su hermana no supiera nada, demostraba el tipo de mujer que tenía enfrente. Sin embargo, podía ser un grupo controlado por sus amigos, que la utilizaran para conocer de primera mano cada uno de sus miembros.
Había olvidado el encuentro pendiente de la noche, mi mente volaba buscando posibilidades, jugadas que me permitieran
encontrar el resquicio que todos olvidamos cerrar. Y esperé que fuera ella quien diera el primer paso. Si se abría sin más, estaba con ellos; si soportaba la presión, aunque significara desconfianza hacia mí, estaba con nosotros. Y eso es lo que hizo, por tanto, debía seguir presionándola hasta que reventara.

- No sé lo que quiero. Lo que sí , es que eso ha de cambiar para bien o para peor. Lo primero es bueno, lo segundo ayudará a que todo reviente. No sé quién te habrá podido enredar, pero seguro que no es mejor ni peor que yo. Presumo que tendréis un objetivo, yo aún no; y los que lo tienen, que están seguros de todo, me dan pavor-

Helena me miró sorprendida. No esperaba una declaración como esa.

- De todos modos, piénsalo. Me gustaría ayudarte- zanjó sin dar tiempo a una respuesta.

Se despidió en aquel mismo momento, dejándome con el interrogante. Yo no necesitaba ayuda, no sabía que la precisara. Entré en una cabina y llamé a María. Por el cristal de la cabina la vi a lo lejos, se había vuelto, quizá temiendo que la delatara a su cuñado. María me preguntó si podíamos quedar, que me esperaba. Respondí que en media hora estaría en la parada de Metro de Maragall. Luego llamé a mis padres para decirles que no me esperaran porque cenaría con unos amigos. Entré en la primera estación lo más rápido posible y fui al encuentro de María.
La encontré leyendo un libro sentada en un rincón de las escaleras, y me pidió que fuéramos a casa como siempre había hecho para pasar cuentas, que cenara algo y que a las nueve y media un taxi pasaría a recogerme por un punto del Paseo de Maragall, que no debía preocuparme de nada. Por un momento sentí la tranquilidad de volver a estar en territorio seguro. Y no pude más que sonreír en mi interior por lo contradictorio que era sentirme más tranquilo con una mujer dura y sin escrúpulos, que me había torturado y ahora me enviaba a lo desconocido, que con una de mirada tierna e inocente, de la que estaba profundamente enamorado.

 

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lunes, 4 de octubre de 2021

El Poder de una Convicción, 9ª parte

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A Patty, Jordi, Artur, y el pequeño grupo que habíamos formado, los seguía viendo en el Enagua, nuestro pub favorito. A veces cenábamos una pizza justo al lado, en el Sorrento, y otras íbamos a casa de Patty, entonces llamaba a mis padres y me quedaba allí.
A menudo caemos en la tentación de creer que la ideología y el amor son lo que más importa, cuando
la realidad es que, por encima de todo, el ser humano necesita bromear y reír.
P
atty, sin ser ninguna líder, por su peculiar y gran personalidad era el centro el grupo. No quién más hablaba ni la que mejor se expresaba, pero el día que faltaba nos retirábamos antes y cada uno en su casa.
Nos
veíamos para hacer unas risas, hablar de música o lo más prosaico que pudiéramos encontrar. Juntos habíamos vivido situaciones tan difíciles como divertidas, discutido sobre el amor, la vida y la muerte, rodeados por muros de nieve o los paisajes más maravillosos del Pirineo. Sin embargo, nunca sobrepasamos la línea de la buena amistad y ahora solo nos quedaba las ganas de pasarlo bien, sabiendo que podíamos confiar entre nosotros y que jamás nos haríamos daño.

La reunión con los amigos de María había resultado un fiasco a mi modo de ver. No había podido explicar lo que pensaba ni concretar lo que se esperaba de mí. Para ellos lo más importante había sido poner a prueba mi fidelidad y nivel de compromiso. Supuse que tendrían sus razones. La situación no era la mejor y sabían que los servicios de inteligencia militar andaban tras cualquier atisbo de rebelión o de duda. No podían arriesgarse, era demasiado lo que estaba en juego y muy difícil volver a organizar algo parecido. No se me escapaba que solo había conocido una pequeña muestra de lo que había por medio y que tampoco conocería mucha más. Aquella gente era más poderosa de lo que aparentaba, si no me equivocaba sus tentáculos habían de llegar muy lejos, tal vez más allá de la frontera. María marchaba a Madrid y estaba claro el porqué. Y pensé en su padre y su comentario al conocernos, cómo valoraba a su hija.
¿Qué les había llevado a arriesgarse hasta
ese punto? Yo no era de los suyos, no podían confiar en mí. Y pensé que no podían ni sabían llegar al mundo civil, que la calle les era ajena y, no obstante, la necesitaban y buscaban gente de unas características muy especiales, extrovertida y sin ataduras ideológicas. Quizá fuera María, tan poco militar como liberal, la que les abriera los ojos y les forzara a tomar esta decisión. Ella era quien más arriesgaba, la chica rebelde que huía de la familia, independiente y fuerte. El resto quizá se quedara fuera hasta tener más seguridad.
Eso pensaba mientras me acercaba al lugar de reunión con el grupo ultra. No estaba seguro, pero es lo que yo, en su caso, h
abría hecho.

De vez en cuando alternaba con la camarilla. Solícitas, sus chicas me buscaban pareja o, incluso, alguna pretendía hacer de protectora. Conmigo no entraba la droga, el juego y la prepotencia. Era el más joven del grupo, también el más tierno y, poco a poco, el confidente que lo sabía todo: los engaños, las traiciones. Y me había hecho habitual en algunas casas de Pedralbes y de Sant Cugat, donde abundaban los coches oficiales y la guardia civil en la puerta. Y algunas veces había sido invitado a comer en sus casas, cuando curiosamente el resto no lo era. Era el amigo formal y decente, y se me hablaba con condescendencia de política, de los opositores al régimen, de la traición o debilidad en las propias filas del Movimiento, de su impotencia por controlar la Universidad y los grandes centros de trabajo. Y hablaban con desprecio de algunos jefes militares, ministros, consejeros y diputados de las cortes franquistas. Y de opositores burgueses, controlados por su propia familia, amigos o compañeros, temerosos de perder las prebendas conseguidas. Y me regocijaba y asentía cuando me enteraba de detenciones, interrogatorios, aprobándolos con la mirada o un gesto aparentemente involuntario, hasta creerme de los suyos. Para ellos era joven, quizá débil, de media estirpe; aunque de buena sangre por mi abuelo, excombatiente y viejo conocido. Era, pese a todo, digno de ser amigo de sus hijos.
Durante una de aquellas comidas por vez primera escuché el nombre de Martín Villa. Yo
desconocía quien era y tampoco me importaba, pero pocos años después descubrí por qué lo habían despreciado tanto. Incompetente e iluso, lo culpaban del descalabro del SEU y la posibilidad de controlar la Universidad.

Los ultras eran distintos, más formales, serios y mucho más educados. Entre ellos reinaba la competitividad y conmigo la desconfianza. Para mí era difícil la integración. Para conseguirla necesitaba demostrar mucho más que convencimiento. Para ellos yo era un tipo demasiado condescendiente y muy catalán, y me provocaban para que me introdujera en algún grupo de rojillos para pasarles información. Al principio lo tomé como broma algo pesada, pero pronto me di cuenta que hablaban en serio y hasta que no les entregara un buen plato, no dejarían de importunarme hasta que me hartara y desapareciera.
Aquellos tipos,
no necesitaban conocer mis inquietudes, se sentían fuertes e invulnerables, del bando ganador. Les daba lo mismo lo que pudiera pensar, sin duda eran los únicos que acertaban en su valoración, sabían perfectamente para lo que les podía servir.
Al salir de una reunión uno de ellos llamado Carlos, que parecía ser el segundo en categoría, me preguntó si había quedado con alguien. Respondí que no. Y el tipo, riéndose por mi extrañeza, me dijo si quería acompañarle. Su compañera le esperaba con su hermana, algo más joven que yo, que había pasado por una mala experiencia.

- Ven a cenar con nosotros. Es guapa, sincera y noble, muy adecuada para ti. Te gustará conocerla- Y, riéndose - muy distinta a nosotros-

No entendía por qué me soportaban. Por mucho que fingiera, su ideología y su personalidad chocaban de frente con los míos, y eso no se podía esconder. A veces me enfrentaba, sobre todo cuando hablaban de mi idioma despectivamente. Entonces rectificaban y se disculpaban. No sé lo que vieron en mí para llegar a pedir perdón por algo que no creían o eso parecía, a alguien a quien no necesitaban ni en quien confiaban. Quizá fuera mi vehemencia.
Lo cierto es que no tenía nada que hacer. El día que tocaba reunión dejaba arreglados todos los asuntos previamente.
Y precisamente aquel día lo había dejado libre al pensar equivocadamente que me vería con Anna.
Mientras íbamos a la cita le confesé mis temores. El tipo se rió. Me dijo que eran más una célula
paramilitar de información que de represión. Que casi nunca llegaban al límite, aunque en algún caso y siempre que pillaran alguien que lo merecía, podían divertirse algo más de lo necesario.

- Participamos en algunos interrogatorios sin necesidad de detención previa, así podemos actuar en consecuencia fuera de los juzgados, abogados y otras sensiblerías-

Y supuse, con razón, que solo me contaba una parte y que en realidad era un grupo muy profesional y paralelo a la policía para informarse, de manera que no quedara ninguna señal de paso por la comisaría.
Me explicó que al principio se irritaron con el compañero que me había reclutado, hasta el punto que para despejar las dudas el mismo me investigó para demostrar que era inofensivo y que, co
mo bien les había contado, tenía buenos contactos en el gobierno civil y podía ser útil.
Y me maravillé que los policías que visitaron la comuna
por la denuncia de la vecina, no dieran parte de nosotros. Debieron pensar que era estúpido llenar papel por tan poca cosa, o quizá decidieran que lo mejor era dejarnos tranquilos y la mejor manera era no dejar informe de la visita. En este aspecto y para ellos estaba limpio, y mi domicilio para cualquier estamento oficial seguía siendo el de mis padres.

- Tiso es homosexual. Lo lleva muy escondido y hacemos como que no nos enteramos. Le caíste bien, ¿entiendes? Por eso no te echamos de buenas a primeras. Y nos divirtió tanto ver su decepción cuando descubrió que te gustan las mujeres, que nos satisfizo que te quedaras-
Y se rió con ganas al ver mi perplejidad y alarma.

Helena era preciosa, dulce. Algo baja para mi gusto, poco más de metro sesenta, no tenía la estatura de Patty, Anna o María, pero solo verla me fascinó. Su cabello mal cortado que siempre caía por encima de su cara, le daba un aire entre inocente y travieso; su recta nariz; su bien dibujada boca, gruesa y sensual; su delicada y perfecta barbilla; y sus hoyuelos en las mejillas, su piel suave, lisa, pálida, tierna.
Aquella misma noche la acompañé hasta la puerta de su casa. No fue flechazo,
eso quiero creer ahora, sino una relación que fue afianzándose más y más y con gran intensidad. Me relajaba observarla, sentir su serenidad, recrearme en su tranquila belleza. Desde el primer momento que la vi, tuve la impresión que me traería problemas, además que terminaría enamorándome de aquella chica tan dulce como delicada.
Mi compañero estaba encantado, no podía disimularlo y en un momento a solas me pidió que no le hiciera daño. Aquel tipo, duro, implacable, violento, no me amenazaba ni prevenía sino que me lo pedía. Imaginaba que tenía amigas y que me acostaba con ellas.

Desde aquel mismo día se convirtió en una costumbre. Quedábamos en cualquier esquina de la vieja Barcelona. Adapté la agenda para que mis últimas visitas coincidieran en la ciudad y por aquellos barrios. Me dejé ver menos por el Enagua y solo unas pocas noches las pasaba con Patty y Artur. Paseábamos, tomábamos una cerveza, charlábamos hasta la hora de cenar y la llevaba a casa. Con Helena descubrí el enorme poder de la ternura y lo mucho que me afectaba.
Dos semanas después la llevé a mi refugio s
ecreto, que había descubierto tiempo atrás y que utilizaba para reflexionar y relajar mi espíritu en los momentos más difíciles. Un lugar alejado de las miradas, extrañamente desconocido incluso para las parejas que buscaban un rincón de intimidad. Estaba pasado el Tibidabo, tras una curva cerrada de la Rabassada. Un estrecho e intrincado desvío de tierra, por el que pasaba el 2CV con dificultad, invisible de noche y difícil de ver de día, y que terminaba en una pequeña terraza natural, un claro en el bosque. Desde él se veía una pequeña parte de Barcelona iluminada. Me sentaba al borde, con el bosque a mis pies y el pequeño claro a mi espalda. Y me relajaba y meditaba. Era el rincón donde la soledad me ayudaba a sentirme más seguro, donde podía ordenar todas mis experiencias y pensamientos, seguramente para no enloquecer.
Solo llegar me pregunté porqué había llevado aquella chica allí, a aquel rincón de desahogo personal. Quizá, sin saber aún por qué, la sintiera sencilla y a la vez con complejidades que se me escapaban, pero intuía que muy parecidas a las que yo
experimentaba.
Helena
se sentó a mi lado y se puso a llorar. Yo no sabía lo que le pasaba, pero lo temí. La abracé y se lo pregunté.

- Todavía no sé quién eres. Escondes parte de ti y no sé lo que es. Mi hermana me pregunta quién eres en realidad y sé que es por su novio. A mi no me importa engañarla, me da lo mismo lo que piense o sepa. El problema es mío, quiero saberlo porque te amo-

Y casi lloré, sentí como mis ojos se humedecían. Me di cuenta que estaba a punto de perder algo insustituible, que me había enamorado de una mujer que me quería sin condiciones, tal como era.

La besé, hacía un par de días que ya lo hacía. Nunca intenté ir más allá, aunque sabía que podía. La respetaba, y no porque me lo hubiera pedido mi amigo, sino porque la quería y no quería hacerle daño.
Me descubrí en una cruel encrucijada y lo peor es que me había introducido solo, nadie me había obligado. Yo no era María, tan fría y fuerte, tan entera.
En pocos días
el tal Tomás me llamaría y quería proponerle una estrategia tan ingeniosa como despiadada. Para llevarla a cabo necesitaba cultivar la amistad con el grupo ultra. La relación con la camarilla solo podía facilitarme información y contactos, eso creí entonces, y yo no quería convertirme en un simple informador o espía. Aspiraba ser y hacer algo más. Y eso no lo podía amoldar con una relación con Helena.
Estábamos a mediado
s de Noviembre, habían pasado cinco meses y medio de nuestra llegada de Cachemira, faltaban seis para mi entrada en el ejército. A mí me parecía poco, había demasiadas cosas por hacer y el tiempo pasaba volando; no obstante, si miraba para atrás había hecho muchas. El problema era que a partir de entonces habían de madurar para ser efectivas.
Con el grupo me reunía una vez por semana. Intuía, por la manera que hablaban, que lo hacían más a menudo. Éramos entre diez y doce fijos y un grupo indeterminado que apenas conocía. Y pensé que lo más sencillo era enfrentar el problema. Intentar convencer a Helena que no era un buen tipo para ella, que me olvidara y, por otro lado, hablar con mi amigo del asunto. Al día siguiente lo llamé, quería hablar con él personalmente.
Quedamos cerca de nuestro habitual punto de reunión, de manera que entendí que habían tenido un encuentro.

- Helena me ha preguntado quién soy realmente, qué escondo. Y sé que no debo contárselo y menos a ella. No se lo merece, no podría soportarlo o eso creo. ¿Qué sabe de nosotros?-

Se sorprendió, no esperaba esta pregunta y de manera tan directa. Además intuí que le sorprendió el alcance de nuestra relación.

- Nada- respondió.

Pero percibí su desconcierto y desconfié.
Helena había entrado en mi mundo por la puerta pequeña, después de atravesar el pasadizo oscuro y tortuoso de mi reserva. Pero día a día nuestra relación se había afianzado. En nuestros paseos le conté cosas de mi clientela, de mi familia, de mis amigos del pueblo, de mis aventuras por el Pirineo, y las hizo suyas. Nunca le hablé de Anna y de la comuna.
Tras dejarla en su casa
, iba a la mía, pasaba cuentas, a veces cenaba y luego iba a dormir a la casa de mis padres. De vez en cuando a la de mis abuelos, donde tenía un dormitorio con cuarto de baño, tan grande que multiplicaba por cuatro cualquiera de los otros. Me gustaba ir a su casa, visitarlos; lo había hecho incluso durante los tiempos más agitados de mi vida, cuando ni mis padres sabían de mí

 

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