miércoles, 18 de diciembre de 2013

SIEMPRE ANNA

___________________



Le acaricio la cabeza, con mis dedos remuevo su pelo. Soy feliz de tenerla a mi lado, apoyada en mi hombro. En todos los años que nos conocemos, que nos hemos acostado juntos, es la primera vez que lo hace.
El fuerte vendaval ha desaparecido. No se oye ningún ruido, ni el que hace una de esas grandes y verdes hojas al moverse. ¡Qué país más extraño! Todos deben serlo para el extranjero, no así la gente, que es muy parecida donde quiera que vayas.
Y pienso en los sucesos de estos últimos días, en el miedo de mis compañeros, armados con fusiles de asalto y hasta granadas, y en mi carencia de él. Cualquier sonido les alarmaba. Escrutando el cielo con ansia a través de las ventanas del Nissan, con los fusiles preparados y los nervios alterados.
-Los chinos han proporcionado dos helicópteros silenciosos con visores térmicos –dijo el traductor como excusa, aunque enseguida remató que aún no los utilizaban.
No entiendo por qué en plena noche tuvimos que avanzar con esos dos todoterrenos, cuando solo nos separaban cinco kilómetros de nuestro objetivo y disponíamos de capas de aluminio.
Curiosa la seguridad que ofrecen las armas. Con una en la mano, el más temeroso es capaz de cometer las mayores imprudencias, se siente fuerte e inmune sobre otros que quizá tengan otras de mejores. No es mi caso, igual que la chica que nos acompañó, yo solo portaba un buen cuchillo. Y es curioso que los únicos que parecían no temer a nada fuéramos ella y yo. A ella no la esperaba nadie, no tiene familia, sin embargo, yo sí.
Observé a mis dos acompañantes masculinos, apenas hablaban entre ellos, viajaban tensos, se notaba en sus miradas, en sus gestos. La chica parecía muy joven, pero no me atreví a ponerle edad ni preguntar, tal era la tensión que se respiraba.
A través de los cristales laterales apenas se veía nada, de modo que empecé a repasar mi pasado, no mi futuro, que siempre miro de no tenerlo en cuenta. En unos días cumplía los sesenta y ya iba siendo hora de dar una vuelta por mi vida. Sonreí, ahora no recuerdo por qué, pero sí que la chica me miraba, serena y tranquila, y que respondió con otra sonrisa, con su preciosa boca de gruesos labios.
Qué más da morir ahora que dentro de treinta años, caduco y decrépito. Prefiero mil veces estar muerto que esperar cruzado de brazos; la vida de esas mujeres, que luchan sin temor por algo en lo que creen, antes que la de esos hombres, que ni siquiera las armas pueden apaciguar su miedo.

Siento su acompasada y tranquila respiración, la miro con la ayuda de la tenue luz que entra a través de los cientos de rendijas, entre madera y madera; de la fina estera que hace de puerta. Intento besarla y no puedo, mi contractura no me deja. Bajo con cuidado mi mano y le acaricio el brazo, el pecho. Se mueve e inconscientemente me abraza con más ternura, casi ronronea de placer. ¿Lloro? Es posible, hace tiempo que dejé de ser inmune al sentimiento de la tristeza y de la felicidad.
No siento miedo, tal vez mi cerebro tenga una extraña tara, no produzca las encimas que lo provocan. Quizá sí, quizá lo que tenga es miedo de mi mismo. Debo retraerme a mi adolescencia, cuando una pequeña altura ya me causaba pavor, para recordar cuando lo perdí. Fueron mis amigos, Artur, Sebas y Jordi quienes lo consiguieron, los dos primeros me enseñaron a controlarlo al obligarme a cruzar precipicios, mientras que Jordi solo me demostró la inexistencia de un dios.
Cierro los ojos, debo dormir ahora que puedo. Mañana solo podré echar alguna cabezada en los aviones que a Artur y a mí nos llevarán a casa. Todo ha ido bien. Pasado mañana llegaré contento y feliz. Amara me habrá preparado un recibimiento a la medida. ¿Qué más puedo querer? Tener a Anna cerca, como a Mónica, aunque solo sea para divagar sobre la naturaleza humana, los sentimientos, la libertad.

El viernes llega mi hijo y ella el sábado, y solo pensarlo soy el hombre más feliz de la tierra.


.

2 comentarios:

  1. Interesante eso de que 'quizá lo que tenga es miedo de mi mismo.'
    De joven he subido a árboles para controlar mi miedo y de adulto siempre he tenido vertigio a la altura. Los últimos años he notado que puedo quitar parte de ese miedo subiendo desde afuera al andamio que ponemos para pintar nuestra cas.
    Pero hay un miedo más profundo. En mi caso es perder a mis queridos, por un accidente o por enfermedad. No tengo miedo a la muerte de mi mismo. O será que lo tendré cuando llegue el momento?
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  2. El temor verdadero reside en uno mismo. Yo temo a la soledad, sin embargo, en cuanto dispongo de ella la disfruto.

    ResponderEliminar