jueves, 24 de octubre de 2013

ROB

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Adivinen su procedencia



Recuerdo que a menudo hojeaba el Paris Match y el Jours de France. Mi abuela las recibía de su hermana, exiliada en Francia. Esa era la única ocasión que yo tenía de ver mujeres bonitas en ropa interior, aparte de leer en francés. Mi abuela recibía mucha correspondencia de Francia, una carta a la semana. Cuando murió mi madre la tiró a la basura nadie sabe por qué, igual que la de su tía. Hoy yo conservo la que ella mantuvo con mi padre de novios o recién casados, cuando él viajaba por España.
Amara suele preguntarme por qué recuerdo tantas cosas de mis abuelos y tan pocas de mis padres. Y pienso que debería escribir más de mi infancia, al menos para entender el por qué del presente y hasta del pasado que tanto intento recordar. Y le cuento que fueron mis abuelos quienes me educaron hasta bien entrada la adolescencia, y que a los dieciséis ya vivía con un pie fuera de mi casa. Mi abuelo me educó bajo los principios del respeto hacia los demás, fueran quienes fueran y pensaran como pensaran. Para él era lo más importante, decía que eso forjaba la actitud de un ser humano. Y luego el amor, mis abuelos se amaban y se respetaban, cosa que en mi casa no siempre pasaba. Los niños son lo que absorben y sienten.

Ayer Richard llamó a Amara. Es la primera vez que lo hace en muchos años, tantos que ni recuerdo. Tras su enfermedad muchos de sus amigos quieren hablar conmigo antes, para conocer su estado. Solo los más íntimos lo hacen directamente.
Solo colgar me cuenta que a Rob lo operan de un tumor cerebral, que cuando lleguemos a casa le escribirá para saber más.
Rob es uno de sus cuatro amigos británicos. Rob, Richard y otros dos que no recuerdo el nombre. Jugadores de rugby, viejos amigos de Universidad y, como buenos navegantes, con pocos prejuicios. Rob era su preferido, por el que sentía más empatía.
Sobrio y extremadamente educado, el más delgado de los cuatro, casi de dos metros, pelirrojo sin brillo y con mucho cabello. A veces hablo de él como “cara cortada”, por su larga cicatriz desde la frente hasta la parte inferior de su cuello, aunque luego tenga otras por todo el cuerpo. Se bañaba en el mar fuera invierno o verano. El más delicado de los cuatro según Amara, y el menos agraciado según las demás. Aprendió castellano por ella. Unos siete u ocho años mayor que yo, sin embargo, el más joven de ellos.
-Las noches intento pasarlas con él. Me encanta acariciarle las cicatrices y no veas lo tonto que se pone.
Eso me dijo cuando le pregunté. Me sorprendió, pero poco a poco fui entendiendo y alegrándome por su amistad. Eran del tipo de hombres que gustaba y ellos estaban fascinados por su liberalidad, su belleza y su inteligencia; para ella esta relación era la culminación de una gran fantasía.
Para sus amigos Rob era el eslabón débil, el que nunca había conseguido una mujer fuera de un matrimonio seguramente de conveniencia; sus cicatrices afeaban su rostro e incluso asustaban, y el hecho que una mujer tan bella y sensual, la más que podían imaginar, se entregara a su amigo de aquella manera, era mucho más de lo que podrían haber soñado.
-Los muy cabrones me hacen lo que les viene en gana, pero me encanta esa manera que tienen de mirarlo, como pidiéndole permiso, con su flema y su elegancia, casi sin que se note. Y si pierden los papeles, con solo una exclamación seca y gutural de Rob se retienen. Y, te lo creas o no, me satisface que sean así, aunque a veces los mataría por haberse cortado.
El primer año vinieron dos veces, pero el segundo también se presentaron por Semana Santa. Entonces ella marchó un par de días.
-Terminará enamorándose de ti –le dije con más broma que convicción.
-Para eso están los demás. Rob no es como tú, ni ellos como nuestros amigos, ni siquiera Richard lo es. Rob nunca podría estar con una mujer que se divierte con sus mejores amigos, sin embargo, me quiere tanto como me desea.
Con el tiempo y la enfermedad de ella lo demostró, y aún hoy lo hace con sus correos y sus rápidas visitas. La última me enterneció mucho, cuando vi como se abrazaban, sin amagarse de nadie y rodeados de conocidos.
Nuestros amigos no se tomaron nada bien que marchara con ellos, ni siquiera Jep. Solo Anna lo entendió, pero no por el hecho sino por la libertad que demostraba.
-¿Cómo puede dejarte así y con los niños?
-Lo hemos estado hablando. Han venido de Birmingham por ella y le sabía mal abandonarlos, es más, me cabrearía mucho que lo hiciera.
Volvió a los dos días más pletórica que nunca, y eso no tiene precio. Irradiaba felicidad, belleza y ternura por cada poro de su piel, y eso tampoco tiene precio.
Ahora, mientras espero a mis compañeros de partido, oigo como habla con él por el ordenador, tranquila y alegre porque el tumor está localizado y bien encapsulado; no obstante le pide que mande copias de los escáneres y el nombre del cirujano que va a operarle. Y cuando desconecta me mira y veo en sus ojos amor y respeto hacia mí, el hombre que según ella la forjó, y según yo el que le demuestra el respeto que merece una mujer como ella. Y eso tampoco tiene precio.


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3 comentarios:

  1. No tiene precio leerte, poder compartir esa maravilla que me parece tu vida y tu coherencia. Yo te admiro.

    Beso

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  2. La coherencia es lo que nunca debe perder el ser humano. No es mérito ser coherente.
    Para mí el ser humano que pierde la coherencia deja de serlo, porque... ¿qué le queda?

    Es curioso que digas eso de mi vida. Con el tiempo he conocido gente con vidas mucho más interesantes que la mía, pero claro, eso solo es una percepción mía. Luego me he enterado que hablan de la mía con asombro, cuando para mí es la suya digna de él.
    Hace muchos años, antes de empezar a escribir, creía que la mía era normal, ni más ni menos que la de cualquiera. Mientras yo hacía mis cosas, otros hacían las que su vida les había brindado. Y es que las cosas suceden sin que te des cuenta ni hagas nada por encontrártelas.

    Vives y si algo no te gusta buscas el medio que mejor se adapta a tu manera para solucionarlo. Hay quien no lo hace, que espera a que la vida pase lo más rápido posible o que alguien solucione los problemas que le afectan. Yo, obviamente, soy de los primeros y creo que tu también.

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  3. Me he tenido que sacar las castañas del fuego desde que me emancipé, y fue porque me dió la gana, podía haber vivido de papá, muchos años, de hecho, mis otros cuatro hermanos lo hicieron, yo la pequeña, fui la pegué el piro antes, y aunque siempre estuvieron ahí, la mayoría del tiempo, y también a pesar de haber caminado siempre en compañía, las castañas no he permitido que me las sacara nadie, estoy más que bregada.
    Pero bueno, tu vida... tu vida es un milagro.

    Beso

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