viernes, 14 de junio de 2013

EL REFLEJO DE MI SUEÑO

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Ayer un viejo conocido, sin poder guardar lo que siempre había pensado, se admiró sobre lo mucho que Amara y yo hemos soportado, antes por nuestra extraña liberalidad y ahora por la enfermedad que ha postrado a mi compañera.
-Lo que tu llamas liberalidad nosotros le llamamos libertad, y a lo que llamas soportar, nosotros amor.

He tenido una vida privilegiada y estoy intentando compartirla.
Esta frase, que hoy me parece actual, la hice mía hace años, cuando creí haber vivido mucho más de lo que por ley me hubiese tocado.

Para mí fue un juego, un apasionante divertimento con satisfacción añadida, conseguir que aquella bellísima y sensual mujer conociera su poder y lo ejerciera.
Amilanada, reprimida por su sociedad machista, violentada y desprotegida por los suyos; pero luchadora y valiente, rebelde, inteligente y desafiante ante todos y todo.
Por vez primera pensé en hacer a alguien mío, hasta el límite que mi espíritu impusiera; y para eso debía conseguir que fuera absolutamente libre, más que Mónica, que Anna, incluso que Mila.
Veintiún años, una niña que, aun muy vivida, estaba por moldear. Y yo con veintinueve y una mochila repleta de vivencias, que necesitaba compartir antes que me consumieran.
Mis amigos, todos excepto Anna, nos dieron un mes de plazo, decían que más allá uno de los dos abandonaría. Luego fueron seis, esta vez ya sin Mónica, que empezó a conocerla. Pasados los cuatro primeros meses alargaron el plazo a un año, pero no Jep, que ya la frecuentaba. Y tras nuestra boda solo quedaron unos pocos, los que menos la conocían.
Le enseñé a no temer a nada ni a nadie, a quererse más que a cualquiera, a ser ella misma, a no preguntar antes de tomar lo que consideraba suyo, a mirarse en el espejo y satisfacerse de lo que veía. Y a disfrutar de las tormentas, del agua y del granizo, de la tempestad y del mar, de las noches más oscuras en lo alto de la montaña sin nadie que pudiera socorrerle. Y  poco a poco le fui contando mi vida, para demostrarle que nada carece de belleza, que incluso el horror enseña y puede ser recordado con emociones encontradas. A Amara le enseñé todo lo que sabía y había soñado poder llegar a ser, a vivir cada día con toda la intensidad que ofrece la vida, a mirar más allá de las estrellas, a creer que cualquier sueño es posible si se lucha por él, a ser libre por encima de todo y de todos.
Y le enseñé a no preguntarme ni siquiera con la mirada, a dejar libre su instinto, a disfrutar de su cuerpo como nunca había imaginado que pudiera, ni en sus más íntimas fantasías. Le enseñé a dar placer a los hombres con su propio disfrute, a requerir sus caricias, a abandonarse en sus brazos y expresarles sus sentimientos sin miedo; y a reír con el sexo, a dejar atrás los prejuicios, a jugar con la morbosidad humana, a seducir sin freno. Le enseñé a ser lo que siempre había deseado, a sentirse libre y fuerte como nadie, a poder escoger, a no sentirse atada por nada que no fuera su propio espíritu. Solo entonces la creí mía, no por serlo realmente sino por ser el reflejo de mi sueño.

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5 comentarios:

  1. Preciosa declaración de libertad... que, por otro lado, nunca es fácil de vivir. Quizás has introducido todo en un alambique y ha quedado lo mejor... pero aún con todo, mi opción se parece a la tuya.

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  2. Le he dado un repaso a algo que no debería por estar escrito, más con el corazón que la cabeza; pero es lo que tiene escribir a altas horas de la noche, con sueño y a vuelapluma.
    Y hoy, tras hablar con unos amigos, he vuelto a constatar que he tenido una vida privilegiada, es más, que sigo teniéndola y que debo compartirla para que no se consuma sin dejar señal, antes que yo arda con ella.

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  3. ¿Acaso enseñar no es aprender? Uno que es aprendiz alegre...abre puertas, y descubre enteros mundos, que se deben hollar, sin dejar marca...Un abrazo...

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  4. Cuando te pones Pau... ufff tremendo, eres tremendo.

    Te beso

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