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Quizá sean de los pocos valientes que quedan en Israel
Mi casa es pequeña, algunos amigos del blog la conocen. Un piso situado en el extrarradio de Barcelona, que gracias a la frágil mejoría de Amara, estoy pintando y arreglando como merece.
Bajo nuestra cama hay dos cajas de plástico con ruedas, en una Amara guarda los apuntes, exámenes y libros de texto de nuestros hijos, con la esperanza que un día los reclamen; en la otra guardo una ingente cantidad de libretas, todas baratas, de espiral y de la misma medida. Hace mucho tiempo la abrí, separé algunas, las numeré, las releí y las volví a guardar, de ellas extraje una parte de las historias de mi viejo blog, no todas, puesto que en su momento autocensuré la parte más comprometida de una etapa entera. Paradójicamente esta historia la titulé como los papeles de Pombo, cuando era la única no escrita y para la que más tuve que remover mi memoria.
Ahora, al desmontar los muebles he vuelto a abrir las cajas y he repasado estas libretas, junto a otras que todavía no había ordenado, y me he sorprendido a mi mismo.
La historia de la que hablo empieza a mediados de los setenta y termina en el setenta y siete, demasiado pronto para unos entre los que me encuentro, y en su justo momento para muchos y para nuestros asociados jefes.
Jefes... una palabra malsonante dadas las circunstancias, pero, por mucho que busco, no encuentro otra mejor.
Por entonces vivía, primero en la que consideré mi primera casa, comuna o como se le quiera llamar, lo cierto es que para mí era mi familia, después con Joan y Carla.
Hace poco explicaba, que cuando mi amigo se enteró que escribía un libro, me preguntó en qué basaba la historia.
-Es una novela- le respondí para tranquilizarlo y evitar preguntas incómodas, y me miró con una sonrisa. Comíamos en un pequeño restaurante y de fondo tocaba un grupo de jazz, nada mejor para un encuentro con mi amigo-hermano. Y me confesó que por entonces y aún ahora, también escribía, que paraba el coche, la moto, se apeaba y escribía en una libreta lo primero que se le ocurría.
-Guardo unas pocas de aquel tiempo- me dijo sin ánimo de enseñármelas. Y es que Joan no es tan exhibicionista como yo.
Nunca lo hubiese imaginado, mi amigo hacía lo mismo que yo, incluso cuando Carla nos había abandonado por otro hombre y mantuvimos nuestra convivencia tres años más.
Yo también escribía en la intimidad. A menudo me desplazaba con el coche hasta un pequeño rincón de la Rabassada, desde donde se veía la parte suroeste de la ciudad y escribía mi historia y mis inquietudes. Otras veces lo hacía en la soledad del barco, cuando bajaba al puerto para limpiarlo y me encerraba en el camarote noches enteras; o en el despacho de mi taller de moda, entre trabajo y trabajo, igual que hago ahora, pasados más de treinta años.
La primera vez que las abrí, hace seis años, me avergoncé de la calidad de mi escritura; ahora ya no, he perdido mi vergüenza y vuelvo a reírme de mi mismo. Hacía mucho que no lo hacía, tanto que casi no recuerdo, pero sí que entonces, entre risa y risa, y burla y burla, casi rompí mi mundo y el de otros muchos.
De esta historia llevo escritas setenta y cinco mil palabras. Cuando la haya repasado, supongo que quedarán sesenta mil y cuando la haya terminado no debería pasar de ciento veinte mil.
Con qué facilidad hablo de números, cuando todavía no sé cuándo voy a terminarla ni lo que me va a costar.
Esta historia se titulará: el poder de una convicción o el enigma de Popol, el nombre con el que mi amigo Pierre me bautizó vocalizado en castellano, utilizado por mis camaradas y mi familia adoptiva, la auténtica.
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¿120.000 palabras?
ResponderEliminarVa a pesar un quintal.
Me compraré un atril si quiero leer la novela.
Besos
Glub, glub.
ResponderEliminarMe río, amiga mía, porque este es el segundo de tres. El primero está en la fase de repaso y tiene cerca de cien mil; del tercero solo tengo algunos apuntes y será el más sencillo y el mejor para mi.
ResponderEliminar¿ Adjuntarás una guía rápida?
ResponderEliminarSería lo más lígico, creo.
Un abrazo
Con el chalao del Millenium nadie la echó en falta
ResponderEliminarÁ veces tengo la impresión que he sido la única que no le leyó.
ResponderEliminarÉn la página 17 me aburrí y hasta hoy.
Vaya, me he soltado la melena hoy.
También te la has soltado tú, metafóricamtne hablando, claro.
Ni en las peores circunstancias, dejo de hacer el ganso. ¡¡aleluya!!
Pues sí, metafóricamente, porque de otra manera lo dudo. Hoy la llevo cortada al dos.
ResponderEliminarNi tu ni yo sabemos lo que es la vergüenza.
Hace mil años abandonamos nuestros particulares escudos, el mío no recuerdo dónde, por lo que me sería muy complicado andar ahora en su busca. Y, ya sabes... lo difícil se me hace divertido; pero lo complejo muy pesado. De eso que seamos tan gansos.
Buenos días, Pau.
ResponderEliminarEspero que publiques el comentario, por favor.
Para una vez que entro...
Nada tiene que ver que no seamos vergonzosos con no tener verguenza.
El diálogo entre nosotros es fluido, después de tanto años siendo amigos y entiendo bien lo que quieres decir.
Si quiero que lo publiques es por una razón. He recibido varios correos, pensando que puedo ser, tan maravillosa, voluptuosa y deshinibida dama que nos muestras en tus relatos e incluso una de ella.
Debo aclarar que hemos compartido mesa en mi casa con mi pareji y una de mis hijas y también hemos estado en la tuya.
Nuestra amistad, no tiene ninguna otra connotación y nunca la tendrá.
Nací vergonzosa (no tímida)
Naciste tímido (no vergonzoso)
Nos queremos mucho y nos llevamo muy bien. De ahí a que se malinterpreten tus palabras, va un abismo. No me gustan las malas interpretaciones, ya lo sabes.
* La próxima comida, la jugamos a los chinos.
Un abrazo
Tenga las que tenga, pienso leerlo.
ResponderEliminarBesos
¿Quién puede ser capaz de pensar algo así, amiga mía?
ResponderEliminar¿Y quién puede entremeterse de esta manera?
"Aquí me quedaré" tiene nombre y no seré yo quien lo diga. Es una magnífica y reciente amiga, de hace cinco años. Nos conocimos por nuestro devaneo intelectual en la red y nos atrajimos como seres humanos. Con el tiempo hemos desarrollado una fuerte amistad, mucho más que con gente de hace mil años y que veo a menudo.
La historia que cuento es real, igual que sus personajes, y pasó hace mucho, entre treinta y cuarenta años atrás.
Tu casa es muy acogedora. Cuando esté listo y se lo pueda leer, no contaré el número de palabras sino leeré las historias.
ResponderEliminarFelices fiestas para ti y tu familia!