jueves, 8 de octubre de 2020

El Camino Infinito, 1ª parte

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Todo empezó de muy joven, tanto que prefiero no recordar el año que sucedió. La vi en la coral de la escuela. Entonces los chicos y las chicas no compartían aula ni profesores, e incluso en la coral nos separaban por sexo además de por voces. Se llamaba Alba, era estilizada, morena y obviamente muy guapa, al menos para mí, aunque años más tarde lo sería para muchos, demasiados. Yo era extremadamente tímido y me costó mucho acercarme a ella, solo podía hacerlo fuera de la escuela y ella salía antes, seguramente para que chicos y chicas no coincidiéramos; y cuando un par de años después lo conseguí, una de sus amigas se había enamorado de mi. Podéis imaginar que eso convirtió a Alba en un imposible para mi, aunque en aquel momento no me diera cuenta.

Mi relación con Alba duró muchos años, desde que me enamoré antes de la edad que los especialistas tratan como adolescencia, hasta más o menos pasados los 25. Luego nos encontramos esporádicamente, incluso ya con mis hijos adolescentes, pero eso es otra historia que algún día contaré. Mi amor hacia ella, ciego y para muchos quizá estúpido, aguantó hasta los 20. Este amor no correspondido, no solo afectó mi manera de ver a las mujeres y el sexo sino también mi ideología y mi forma de vivir y de ser.

Hace años, justo antes de empezar a escribir mi novela, una buena amiga y compañera me previno.
- Los que hemos vivido de manera inconfesable, bordeando el imposible o lo increíble, no podemos explicar nuestra vida. Como máximo escribe una novela, pero siempre en primera persona. Esconderse en la segunda es una cobardía y termina muy mal.

Por supuesto, la escribí en primera y una vez publicada me arrepentí. No por mi historia con Alba ni toda ella en si, sino porque está inacabada y la continuación es, como mi amiga dijo, inconfesable.

De Alba hablé mucho en mi novela, habría sido imposible no hacerlo, pero no lo suficiente. Mi historia con ella, pequeña por el tiempo que duró, habría merecido un libro entero, pero solo por lo que significó a través de mi convivencia con ella durante buena parte de mi juventud.
No hace mucho, durante la fiesta de su aniversario Alvar explicó a un grupo de viejos amigos, con los que compartimos una parte de nuestra forma de vivir, que Alba y yo fuimos los primeros hippies de Barcelona, que en aquel momento era lo mismo que decir de toda España. Por supuesto exageró o, cuanto menos, afirmó algo que no podía conocer con la suficiente exactitud. Por nuestra edad no era lógico que fuéramos los primeros. Nosotros, y también Alvar, sabíamos que éramos más y que Alba y yo eramos los más jóvenes y seguramente inexpertos de aquel grupo originario, de las primeras comunas y de las grandes movidas culturales; pero luego Alvar afloró algo que entonces me había pasado desapercibido. Solo ella y yo rompimos el cordón umbilical con el convencionalismo por nuestras ideas. Solo nosotros abandonamos voluntariamente lo que hoy se llama zona de confort, precisamente porque eramos los únicos que vivimos en ella y la sacrificamos. El resto, bohemio por necesidad o por las drogas, se dejó arrastrar cómodamente por nuestros ideales.
Lo cierto es que yo fui hippie gracias a Alba, sin ella seguramente nunca habría abandonado esa mal llamada zona de confort, mal llamada porque el confort lo crea uno mismo. Y ella jamás habría dado el paso sin mi soporte moral e ideológico, algo que ella misma reconoció. Sin Alba jamás me habría lanzado a la aventura y seguramente Anna habría pasado desapercibida por mi vida. Sin Alba muchas de las cosas que hoy llevo a mi espalda no habrían existido, serían otras, pero dudo que tan intensas e influyentes, no solo para mi sino también para muchas otras personas.
Somos el producto de lo que de muy jóvenes soñamos y fuimos, pero también de sueños y de actos ajenos. Mi primer amor infantil desencadenó una serie de acciones que afectarán mi vida hasta el día de mi muerte, la mía y la de muchos otros.

Durante todos aquellos años nunca me acosté con ella. Lo deseaba con todas mis fuerzas, pero fue imposible. Un día, después de un intento de seducción por mi parte, me confesó que para ella yo era mucho más que eso, que incluso superaba la idea de hermano, y que de acostarnos nuestro amor se degradaría. En aquel tiempo lo que más deseaba un joven era tener sexo con una chica, y en mi caso con la que más amaba. Obviamente mis amigos me aconsejaron que la dejara, esta chica te está tomando el pelo, te está utilizando, me decían. Sin embargo, su manera de vivir demostraba que era sincera. Alba se acostaba con muchos hombres, prácticamente todo el grupo había pasado por ella, pero sin dejar ni una miserable huella; para ella el sexo era menos que un vulgar divertimento, quizá porque apenas sentía placer. Los hombres eran para usar y tirar, y el sexo le servía para mantener el control sobre ellos y sacarles rendimiento. Por supuesto, mi ceguera no dejó que viera la realidad y mi subconsciente transformó su manera de tratar el sexo en amor libre.


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