Nos gusta navegar
desnudos, con la mar tranquila si es con extraños; pero si con nuestros amigos,
preferimos el viento y el mar en nuestra piel. A ella le fascina ir sentada en
la proa, cortando las olas con su cuerpo de sirena, cual mascarón de carne y
hueso.
Nos gusta mirarla, oir
sus llamadas cuando señala algo inapreciable para nuestra vista, un gran pez
que se sumerge entre ola y ola cruzando nuestro camino.
Se levanta y toma
asiento justo sobre uno de nosotros, da lo mismo quien sea. Es con nos con
quien gusta seguir el juego más hermoso, el de la seducción tranquila, casi
involuntaria. Y el afortunado la abraza con la excusa que no termine de bruces
en el suelo.
Nos miramos cómplices por lo que deviene, mientras ella habla del mar y de su placer. Las manos juegan, acarician sin intención. Su carne, suave y dura; su cuerpo, elástico y tierno; su belleza, terrible y subyugadora, convierte la caricia en necesidad. Veo, al fin, su cuerpo abandonarse, como echa su cabeza para atrás en busca de la boca. Se ríe, nos mira, se da la vuelta y se sienta a horcajadas sobre el hombre. Lo muerde, lo acosa. Es un juego para ella, el del sexo sin más, limpio y puro, brutal y salvaje. Nos buscamos con la mirada, sabemos lo que nos espera. En un rato la haremos nuestra, disfrutaremos con su cimbreante cuerpo, si el mar lo permite sobre la misma cubierta, si no en el camarote. Luego más tiempo, más intenso, pero con la misma fuerza. Para ella es un irresistible juego, el mejor que podamos imaginar, el que la mantiene viva y libre, que nos enloquece más el espíritu que el sexo.
Nos gusta ver como revienta mil veces, con fuerza y pasión, luego tiernamente, su cuerpo formando bellas e increíbles posturas. Nos gusta verla sobre cubierta, deshecha en apariencia; cuando sabemos que aún le queda fuerza y ansia para otras mil, esta vez tranquila y poderosa, llevando la batuta y riéndose divertida por nuestro perenne asombro.
Luego, mientras comemos nos habla de otra pasión y de otra fuerza, de su lucha por salvar vidas o acompañarlas con ternura en su último momento. Si ella está cerca nadie marcha sin compañía, sin su maravillosa mano cogida a la suya, sin su voz melodiosa. No promete vida eterna, eso no existe en su inteligencia, pero sí la eternidad de la materia y de la energía infinita.
Nos miramos cómplices por lo que deviene, mientras ella habla del mar y de su placer. Las manos juegan, acarician sin intención. Su carne, suave y dura; su cuerpo, elástico y tierno; su belleza, terrible y subyugadora, convierte la caricia en necesidad. Veo, al fin, su cuerpo abandonarse, como echa su cabeza para atrás en busca de la boca. Se ríe, nos mira, se da la vuelta y se sienta a horcajadas sobre el hombre. Lo muerde, lo acosa. Es un juego para ella, el del sexo sin más, limpio y puro, brutal y salvaje. Nos buscamos con la mirada, sabemos lo que nos espera. En un rato la haremos nuestra, disfrutaremos con su cimbreante cuerpo, si el mar lo permite sobre la misma cubierta, si no en el camarote. Luego más tiempo, más intenso, pero con la misma fuerza. Para ella es un irresistible juego, el mejor que podamos imaginar, el que la mantiene viva y libre, que nos enloquece más el espíritu que el sexo.
Nos gusta ver como revienta mil veces, con fuerza y pasión, luego tiernamente, su cuerpo formando bellas e increíbles posturas. Nos gusta verla sobre cubierta, deshecha en apariencia; cuando sabemos que aún le queda fuerza y ansia para otras mil, esta vez tranquila y poderosa, llevando la batuta y riéndose divertida por nuestro perenne asombro.
Luego, mientras comemos nos habla de otra pasión y de otra fuerza, de su lucha por salvar vidas o acompañarlas con ternura en su último momento. Si ella está cerca nadie marcha sin compañía, sin su maravillosa mano cogida a la suya, sin su voz melodiosa. No promete vida eterna, eso no existe en su inteligencia, pero sí la eternidad de la materia y de la energía infinita.
Y nos cuenta historias
de gente amada a la que sana de sus heridas, que cura y escucha. Siempre hay que
recuperar antes el espíritu que al cuerpo. Que sin lo uno el otro no se
sustenta.
A veces encuentra
almas gemelas, tan fuertes como ella, entonces las disfruta y las hace suyas;
entra en una simbiosis muy parecida a la del barco, el viento y la mar.
Da lo mismo tener
consciencia de tu minusculidad, cuando sabes que te has convertido en aire o agua; porque
eres parte de lo inmenso y no puedes
naufragar.
Es Amara, la mujer
absoluta.
.
Muy bello capítulo. Un abrazo.
ResponderEliminarNo dudo... si tú lo dices, lo es.
ResponderEliminar!Bravo!.....!Que lindo ,que lindo!..No se decir mas.no se como decirlo,significa que lo he interiorizado muy fuertemente!...!mis elogios para ti!
ResponderEliminarApertas agarimosas
http://intentadolo.blogspot.com.es/2014/02/un-proceso-constituyente.html