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Por un error de seguridad, exclusivamente achacable a mí y a un deplorable defecto de Twitter, volveré a utilizar mi viejo blog en Blogia, que parece haber solucionado sus problemas.Durante un tiempo editaré en los dos sitios, hasta abandonar este, a menos que pueda solucionar el problema.Espero que me sabréis perdonar por las molestias ocasionadas.
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Irena sendlerowa |
Con el tiempo, la escritura me ha ayudado a expresarme. Eso es lo ganado, gracias a mi obsesión por dejar nota de mis ideas y movimientos, aparte de, ahora, poder contar mi historia en forma de libros.
Durante la revuelta fue un problema, sobre todo de seguridad, hasta que aprendí a memorizar los organigramas que dibujaba en mi casa.
Un estratega, y yo lo era, debe saber expresarse para que sus compañeros entiendan correctamente el mensaje.
Estudiaba los problemas en casa. Dibujaba, sobre grandes papeles de embalaje, toda la preparación y el desarrollo del combate, hasta el más mínimo detalle; para, luego, quemarlos en la chimenea, ante el asombro de mis compañeros de comuna, mi auténtica familia.
Aprendía la lección de memoria, las explicaciones y las previsibles preguntas, las alternativas y los temores, que siempre los había. Y antes de hablar pedía unos minutos de silencio y, sin repasar ningún apunte, exponía la situación, las posibles respuestas del enemigo, que para mí lo era, y todos y cada uno de nuestros posibles contraataques. Explicaba dónde aparcarían sus furgones y el por qué del lugar, cómo bajarían de ellos y dónde formarían las secciones, dónde situarían sus peones vigías, en qué cruces o frente qué tiendas o portales. Y cómo se moverían, en caso de ver una u otra cosa o el tipo de aviso recibido. Todo igual que en una gran y compleja partida de ajedrez, con sus posibles variantes, incluso cómo encauzar o reducir cualquier contratiempo.
Y a duras penas lo conseguí, claro que sí, aunque fuera en forma de memorizado y torpe discurso. Mónica ni eso. Ella, sentada en su rincón, tomaba nota mental de lo que se decía, ya que, con la ayuda de Esteban, era quien debía ponerlo en práctica, jugándose el físico, la libertad y hasta la vida, por confiar en el criterio de un tipo que apenas sabía hablar. Solo el ingeniero y el químico lo hacían de manera convincente, con palabras inteligentes y bien puestas, la justa gesticulación y el tono adecuado. Tomás tampoco, el sólo afirmaba o negaba con la cabeza, mientras yo veía al resto observarme boquiabierto, siempre igual. Y después de los primeros éxitos, más por la sorpresa ocasionada que por mi pericia, los descubrí demasiado confiados. Y es que, hasta el momento, todo lo dictado se había cumplido a rajatabla y con una precisión endiablada.
Aprendí a hablar, poco y con justeza, porque, de salirme del guión, las palabras se me podían trabar en la lengua y de mi boca solo saldrían las menos adecuadas, confundiendo y prostituyendo la idea primigenia.
Quizá fuera porque aprendí a desconfiar de mí mismo, a guardar unos espacios de seguridad, a preguntarme una y otra vez si mi idea era la correcta, a discutirla con la almohada o con la misma Mónica, cuando la compartía conmigo. Imaginaba tener frente a mí un comandante de la policía, tal como lo era Julio, para rebatirme cada uno de los puntos con su explicación detallada. Quizá el éxito se basara en mi propia inseguridad y en el esfuerzo que debí hacer, para que nadie me preguntara algo fuera del guión.
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Escribo a vuelapluma, tal como me gusta y cuando mejor me sale, entre parada y parada, acompañando a Amara de médico en médico, de amigo en amigo. Encuentro las páginas llenas de apuntes, algunos sobre economía, otros sobre mis recuerdos con Lourdes en Perú; que serán parte de “El blues de Amara”, mi último libro, y que ahora, al saber de la muerte de mi vieja amiga, han cobrado una nueva dimensión.
Entre las páginas de la libreta, encuentro dibujos de camisetas, más sencillos y modernos que los de pasadas temporadas, menos elegantes y más jóvenes. No sé si tendrán éxito, valorarlo ahora, que no se vende un pimiento, es una estupidez que no estoy dispuesto a practicar.
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Hoy, después de tantos años que casi no recuerdo, valoro el resultado de haber escrito tanto y no puedo más que sentirme satisfecho. La mitad de mis viejos amigos han roto entre sí y algunos no me hablan, mientras que, con otros, la amistad se ha afianzado. Y sin sorpresas, igual que entonces; sin amargura, aunque con algo de pena, como si hubiese preferido equivocarme, aunque fuera por una vez.
¿Cuántos años han pasado desde que di comienzo a este blog?
¿Seis, siete?
No lo sé ni me importa. Hoy leo lo que escribo y es lo mismo, solo cambio el estilo, supongo que mejorado, la sintaxis y algunas nuevas palabras.
Solo Amara sintió perplejidad por lo sucedido. Ni siquiera ella ha sido capaz de aunar, de rellenar la grieta o recuperar los lazos perdidos, aun siendo la única a la que todos respetan.
Es curioso lo que puede hacer contar la verdad en un sitio como este y, por mal que parezca, el resultado ha sido bueno, el mejor que cabía esperar, sin un maldito fallo. Los que la negaron fueron los esperados, igual que los que brindaron por ella.
Mónica me dice que no hubiese hecho falta, que a ella no le importaba. Pero a Jep y a mí sí, y ahora también a Amara.
La verdad puede traer sinsabores y problemas, pero los años terminan poniendo las cosas en su sitio; y su rédito, aparte de grande, es limpio. Hoy puedo decir que no me arrepiento de nada y lo celebro.
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