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Sin casi darme cuenta he empezado a escribir el tercer libro de esta historia. Se supone que por ser eso: una historia, ha sido más sencillo de lo esperado. Lo único que necesitaba es continuarla como si no se tratara de otro libro o capítulo.
Ahora ya no temo a nada ni a nadie, tanto es así que estoy revisando el segundo libro, por si inconscientemente o por temor a que un día se publicara, hubiera censurado u olvidado algo.
El último ataque a mi amiga hermana amante me ha decidido, aparte de haberme visto obligado a tomar unas represalias, que nunca hubiese creído que serían necesarias. Pero, en fin, las cosas no han podido ir peor y la estupidez de algunos ha hecho el resto.
Si el odio es el último recurso del estúpido, la indiferencia lo es del impotente. Y el que me conozca sabe o debería saber que de eso no dispongo, que mi rabia la descargo de otras maneras y que a partir de ahora, nadie que haya intentado lacerar a Mónica podrá vivir tranquilo.
Hoy ya no siento ningún reparo y las pocas ataduras que quedaban han sido rotas.
He soltado las amarras que me mantenían a recaudo y he izado las velas de mi barco. Y por si me quedara algún resquemor o miedo, he lanzado por la borda las anclas y todo lo que podría haber utilizado para hacer una de fortuna.
Ya no hay remedio, ahora ya solo queda navegar hasta el final.
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El Metro sigue siendo mi principal lugar de recogimiento, pero donde más seguido escribo es en el hospital, cuando Amara está ingresada. Este año han sido dos veces, la última hace un par de semanas y estuvo quince días, y la primera durante un mes entero. Pronto, a no ser que encuentren remedio a su dolor –el mal no lo tiene- pasará más tiempo ingresada que en casa.
Lo que más me sorprende de ella es que todavía sueña con difíciles viajes de aventura, y hasta en comprar un nuevo barco para vivir y viajar en él. No sé en qué debe pensar.
El pasado martes conoció a Jasmín, la mujer flor, en este momento la única por la que yo perdería el sentido. Fuimos a JazzSí y a cenar a un precioso restaurante de unos amigos franceses, después tuvimos que llevarla a casa, sus huesos ya no podían resistir más; y seguí la fiesta con mi amiga hasta altas horas de la madrugada. El jueves, a primera hora de la mañana, volvía a su país.
Amara es magnífica, me dijo. Todo una mujer. No me extraña que perdieses la cabeza por ella.
Cuando llegué a casa mi compañera esperaba despierta, ya que el dolor le impedía conciliar el sueño.
JasmÍn es preciosa, me dijo. El tipo de mujer que tanto te gusta. No me extrañaría que perdieras la cabeza por ella.
No, no lo dijo con reparo o resquemor. Amara desea que lo pase bien, que me divierta y disfrute de la vida.
A Jasmin le llevo treinta años. Según Amara son pocos para mí. Según Jasmin soy el más joven de sus amigos. Según yo, más que suficientes.
Un hombre nunca debe perder el equilibrio y yo me precio de serlo.
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Amara, chapeau!!Pau, sigue en equilibrio, no lo pierdas.Un beso
ResponderEliminarMuchas gracias Pau, por lo que me has dejado dicho. Tengo una cita pendiente aquí contigo y tu relato pero tengo que venir con tiempo, como la última vez y ponerme al día. Volveré. Un abrazo :)
ResponderEliminarQué bonito todo lo que dices Pau, de verdad, es una lección de vida, la tuya.
ResponderEliminarAbrazo