sábado, 2 de marzo de 2024

UN PASADO LEJANO A UN PASO DE OLVIDAR

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Encontrar esos vídeos me ha ayudado a revivir un pasado tan lejano que casi había olvidado. He de contactar con el creador de esos vídeos para hablar de él, de lo que Anna y yo vivimos, que no solo fue irrepetible sino casi único.

Quien haya leído nuestras historias, que afortunadamente plasmé en una novela, se verá trasladado a lo que ahora está viendo en esas filmaciones.
¿Por qué afortunadamente?
Por que hoy, con quince años más, cuesta recordarlas, al menos tal como fueron.
Mis viejos lectores saben, si lo recuerdan bien, que escribí otras dos novelas que daban continuidad a la historia de un hombre, impublicables entonces y aún ahora, pero quizá no en un futuro muy cercano.

El camino que sigue el Jeep sin duda es el del curso del Indo en su parte más alta, mucho más allá de Skardu. Por esas poblaciones pasamos con el comandante, yo en su Jeep y Anna en el tres cuartos junto a sus soldados. Observen como las mujeres dan la espalda al vehículo. Con nosotros, yo en este caso puesto que Anna no había de pasar por este condicionante, no sucedió así porque nos tomaron como más que huéspedes, nos convertimos en familia desde el primer momento.
En este vídeo se ven ancianos de más de setenta años, uno de ellos de más de cien. Me impresiona no su edad sino porque probablemente nos conocieron. Recordarnos es más difícil, ya que con los años esos caminos fueron descubiertos por algunos senderistas europeos. Poco debido a las guerras y la permanente tensión que existe en la frontera, no tanta como entonces, en que para viajar por ellos se necesitaba más temeridad que valor.
Y hoy me pregunto si con los años Anna y yo habremos perdido la temeridad, y debo responderme con un rotundo no; para lo cual solo hay una explicación, la temeridad no es cosa de la edad sino de la personalidad de cada uno. Con los años he aprendido que el miedo y la temeridad son cosas muy distintas. Se puede ser temeroso y temerario a la vez. Sé que parece increíble, pero créanme si les digo que es así.

En los pueblos no había vehículos ni obviamente asfalto. El transporte se hacía a caballo y en el mejor de los casos con carro. En el mejor porque la anchura de los caminos fuera de la "carretera" que sigue el curso del río, daba justo para caminantes o caballos. Los pueblos no han crecido sino solo recuperado. Cuando fuimos, muchos de ellos habían sido abandonados a causa de los ataques del ejército hindú a la población civil, una costumbre ancestral que el humano se resiste a abandonar.

Hoy recordaba los preciosos cedros del Himalaya, los deodara, que en más de una ocasión me subí para buscar el camino, con su extraño verde, que dependiendo cómo le diera la luz se volvía azul. Imaginen ustedes lo que es andar por un estrecho sendero bordeando un precipicio de más de mil metros, mientras al otro lado ve enormes montañas tintadas de azul. No, no se puede, no por falta de imaginación sino porque hay que vivirlo.


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