sábado, 11 de septiembre de 2021

El Poder de una Convicción, 6ª parte

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A Jep lo conoció durante una cena en casa de unos amigos, y le gustó o eso aparentó. Su labia, su fuerte personalidad, su masculinidad, mucho más acusada que la mía, debieron pesar. Hacía tiempo que quería conocerlo. Le había hablado mucho de él, de lo mucho que nos había ayudado en el trabajo, de su arte, de sus ideas y de su militancia, de lo comprometido que estaba, de sus amigos de la CNT y del partido en el que decía militar.
Conectaron
al instante y no me sorprendió. El carácter y el físico de María, su dureza e intrepidez, forzosamente le habían de llamar la atención. Ella estaba especialmente atractiva, mientras que Mónica disimulaba su gran sexualidad, su belleza; parecía indispuesta, alejada de su entorno, como si observara la situación desde la lejanía. Se me acercó y preguntó:

- ¿Es tu pareja?
Y respondí con la verdad.
- En principio su pareja vive y trabaja en Zaragoza,
con ella mantengo una curiosa relación, que no es de pareja pero lo parece. Tenemos un buen rollo, nada más-

Lo cierto es que ni en los momentos de más cercanía la había considerado como tal. María no era mi pareja, nunca lo había sido. De hecho empezaba a creer que su compañero tampoco lo era y que su relación era producto del contacto entre familias de militares y solo se mantenía gracias a la lejanía. María era muy parecida a Anna, aunque le costara reconocerlo. Al menos eso creía entonces.
Jep fue seducido con el arte más antiguo, dejando que creyera ser él el seductor. Al finalizar la cena se quedaron en la casa,
él con una excusa que no engañaba a nadie, mientras que ella ni siquiera sintió la necesidad de buscarla. Su manera de ser, esa que siempre me ha atraído principalmente en las mujeres, lo impidió. María es incapaz de engañar, las cosas las hace de frente y si hay que pagar por ello, no pide ni acepta la compasión y afronta el coste con entereza.
Fue la noche más estúpida o una de las peores que recuerdo. María se acostó con Jep. Materialmente se lo folló,
primero con sordidez, acercándose a él sin contemplaciones y utilizando una aparente cercanía ideológica. Supo hacerlo, parecía conocer su personalidad y la explotó de tal modo que incluso sentí un cierto orgullo por su pericia.
Acompañé a Mónica a
la casa de sus padres, no podía hacer otra cosa. Estaba desconcertada, no sabía cómo enfrentar la situación; nuestra relación se basaba en la libertad absoluta, pero aquello había atentado contra el respeto que creía merecer. No le dolía que su compañero se acostara con otra, ella también lo hacía con otros hombres, pero nunca así, plantándola en sus narices y sin saber dónde ir. Con su acto, Jep y María habían despedazado su honor.
Al pie de
l portal de su antigua casa hablamos de mil cosas, intensamente, como nunca había hecho con nadie, fuera de Artur y de Anna. Y volví a sentirme fascinado por aquella chica.
Nos despedimos con un beso en la
mejilla. Y me di cuenta que solo necesitaba dar un paso para hacerla mía, en la manera que tanto yo como aquella jovencísima mujer podíamos ser propietarios o propiedad de alguien. Entonces quizá podría haberle propuesto lo que hoy se me antoja un disparate, y la historia, la nuestra y la de muchos otros, habría cambiado, pero no lo hice y ella se despidió tranquila. Me explicó que estaba pasando un extraño y doloroso período y no lo llevaba bien, en aquel momento creí que para excusarse, pero era evidente que físicamente lo estaba pasando mal y quería que yo lo supiera. Con el tiempo y tras conocerla mejor, descubrí que Mónica no es de las mujeres que buscan excusas.
Jep, el don Juan más empedernido del mundo, tan temperamental como sensible, tan inteligente como visceral,
supo pedir disculpas a su compañera, pero no cómo resolver el problema conmigo. Mónica no le habló de nuestra conversación y yo me reí en mi interior, aún sorprendido por su ligereza. La sexualidad de mi amigo, su irresistible atractivo para las mujeres y su ardiente temperamento, eran para mí la mejor excusa, porque la disculpa no la necesitaba.
Amara, que años más tarde sería mi compañera, me daría, sin conocer aquella anécdota, una explicación.

- Lo miras, lo escuchas, y tienes la sensación que vas a pasarlo mejor que con nadie. Es la provocación sexual en persona, y eso un día tras otro hasta que al final probar se te hace irresistible-

María no esperó tanto, con unos minutos tuvo suficiente. Y pienso que nuestra manera de ser y la liberalidad de nuestro trato y entorno hicieron posible lo inconcebible. Lo que entonces me extrañó es que ella lo olvidara tan rápido.
Hasta
tres días más tarde no supe de ella. Se presentó en casa como si nada hubiera pasado. Probablemente habría dormido con Anna para evitar dar explicaciones o soportar mi posible marchitez. Debió pensar que tres días ayudarían a atemperar mi disgusto, cuando nunca lo había sentido. Solo tuve rabia por mi amiga, que no merecía el trato recibido, y en eso ella no tenía nada que ver.
Vino
para avisarme que sus amigos me esperaban, también a recoger sus cosas si yo lo consideraba necesario. Había cometido un error para el sentir de los demás y lo reconocía, pero estaba convencida de no haber hecho nada mal, solo una tontería al desaparecer tres días por algo de lo que no había de arrepentirse. Y me reí con ganas. Sabía que si lo había hecho es que algún remordimiento tuvo que sentir. No se lo dije, solo le comenté que conmigo no había ataduras; en todo caso con su novio, que como no se enteraba tampoco lo padecía. Que me dolía su propuesta de marchar, porque era tanto su casa como la mía. Pareció sorprendida, aunque si tanto había hablado con Anna sobre mí, la sorpresa estaba de más. Me miró fijamente y, con una mueca sin aparente significado y que en aquel momento se me antojó de respuesta a mi despecho, me dijo que así era mejor y que en cualquier caso conmigo lo había pasado bien y no se arrepentía de nada.
No fingí cuando le recriminé su oferta de marchar de la casa
. Una comuna es algo más que uno de sus miembros o la posible relación de pareja. Para nosotros era su casa y tenía tanto derecho como yo o quizá más, ya que por entonces me diversificaba entre la casa de mis padres y la nuestra. Me interesaba recuperar mi antiguo domicilio por la imagen, el teléfono y la dirección. Con la camarilla no había riesgo y más que menos sabían como vivía, pero con el grupo ultra era distinto, esos no podían concebir tal mezcla ideológica, y de haber investigado la cosa habría terminado fatal.
Para mi f
ueron tiempos de desorden constante, no razonaba con lógica y no sabía lo que era mejor o peor; no me sentía a gusto en ningún lugar, excepto con los míos, pero no lo podía compartir para no involucrarlos. La familia, es decir Mila, Sole, Bill, Alex, Rina y los niños, era lo único sólido que tenía; y su tranquilidad y su bienestar también eran los míos. Mis padres me interrogaban con cuidado, no entendían lo que me pasaba, por qué había vuelto y la manera como lo había hecho.
Faltaban pocos meses para entrar en el ejército y el tiempo apremiaba, todo estaba en el aire excepto el trabajo, que lo había dejado muy bien organizado. El futuro de mi casa, de mis amigos, estaba garantizado.
Habíamos de
ir los dos, pero María prefirió quedarse, dijo que sería mejor, que así sus amigos se sentirían menos condicionados. Sin ella podríamos discutir y hablar de muchas más cosas y con más libertad. Según ella yo ya no la necesitaba. Y sentí su desdén y falta de interés, como si se arrepintiera de haberme involucrado, considerándolo un error por su parte.
Salí al día siguiente, era jueves y tenía todo el fin de semana por delante, incluido el viernes, de manera que volví a coger unas muestras para aprovechar el tiempo. El sábado era el peor día para visitar clientes en Barcelona y pensé que Zaragoza, donde no teníamos ninguno, podía ser diferente. El trabajo empezaba a agobiarme. A través de un amigo había conseguido una representación de artículos de perfumería, lo ideal para amagar mi auténtico trabajo y demostrar una buena entrada de dinero a quien preguntara. Por otro lado, un dinero extra siempre iba bien.
Durante el viaje fui p
ensando en lo que diría, lo que pensaba que debía hacerse y las condiciones que creía imprescindibles. Y me di cuenta que no tenía ni sabía nada, y empecé a arrepentirme. Era el más joven y también el más inexperto, no tenía dotes de mando ni las pretendía. No entendía su nacionalismo, su obsesión por creerse distintos y mejores, y la política me importaba tanto como a mis compañeros de comuna.
¿Qué pinto entre esa gente?
¿Cómo
he podido liarme de este modo?
Conducir en soledad durante más de tres horas dan para mucho, incluso para dar la vuelta, que en aquel momento me pareció lo más sensato y estuve a punto de hacer. Pero, al igual que ellos, no soportaba el autoritarismo ni el fascismo que se respiraba en el país, y odiaba profundamente la injusticia. Y la impotencia que sentí tras la verja del Palacio Real solo podía superarla ayudando a destruir el régimen. En el fondo era eso, me sentí insultado en lo más profundo, despreciado como ser humano, hasta el punto de sentir la necesidad de vengarme, de la manera que fuera y costara lo que costara. La rabia que sentí aquel día hizo prometerme que los perros, porque así los llamé a partir de entonces, se arrepentirían mil veces. Eso pensaba mientras corría con mi 2CV por la autopista, convencido que ya nadie, ni siquiera mi propio sentido común, conseguiría echarme para atrás.
De salir el tema y me preguntaran por mi motivación, no dudaría, mi respuesta sería venganza. De estar en su piel no me gustaría, la gente que lucha solo por venganza no es de fiar, puede cambiar al desaparecer su rabia; pero, por qué engañar, en aquel momento mis sentimientos eran simplemente de venganza. Mi sensibilidad política apenas contaba y el hipismo nos hacía vivir en un mundo de acracia individualista.
María había vuelto a enseñarme su DNI.

- Por favor, no olvides este nombre. tetelo en la cabeza. Si pasara algo aguanta lo que puedas. No esperes ayuda, no confíes en nadie, solo en mí. Te engañé con Jep y volvería a hacerlo, pero sabes perfectamente que en eso jamás te traicionaré. El poco tiempo que nos dieras serviría para que algunos puedan escapar- 

Y ante mis dudas intentó tranquilizarme, explicándome que nunca había pasado nada, que sería la primera vez. Que se reforzaban porque el régimen sospechaba de todo y de todos.
Y pensé que era un juego. Podría hasta ser divertido, una aventura más para contar en un futuro. Qué, sino, había sido mi vida hasta entonces. Pasar hambre, frío
y estar al borde de la muerte; y andar por lugares casi desconocidos, abandonados, por bosques tan oscuros que era imposible orientarse; dormir en ellos a la intemperie, sin nadie a muchos kilómetros; o a cuatro o cinco mil metros de altura, en tierra del oso y del leopardo, donde muchos seres humanos no sobrevivirían.
El silencio, la oscuridad
y el abandono, pueden ser terroríficos, pero el hombre animalizado puede serlo mucho más. Pero esta vez iba en serio y estaba en juego más que la vida de dos aventureros. No éramos nosotros y la montaña, el bosque, el frío o los animales; esta vez jugábamos con otros hombres y su bienestar, contra otros hombres y su poder.
Disminuí la velocidad.
María me había dicho que no debía llevar ningún mapa encima. Me explicó al detalle el lugar del desvío y pidió que lo memorizara, aunque yo lo recordaba perfectamente.
Avan
con cuidado, el camino no estaba iluminado y los faros del 2CV no eran una maravilla, además el cristal, con tanta carretera e insectos, había perdido mucha transparencia. Encontré más baches, tantos que pensé que me había equivocado, pero luego recordé que había llovido bastante y el terreno era arcilloso.

 

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