sábado, 7 de agosto de 2021

El Poder de una Convicción, 2ª parte

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A las dos semanas de instalarse se presentaron sus padres. Era la primera vez que nos pasaba algo así. En el caso de Rina y de Sole era evidente que nadie vendría a por ellas. Lo más probable es que a la primera aún la estuvieran buscando por los prostíbulos de Marruecos. A la otra, según ella, la habrían olvidado con gusto. Bill, como huido de Vietnam, prefería pasar desapercibido. Alex y yo manteníamos la relación, pero desde la lejanía. Y Mila, que era la más culta e inteligente, sentía mucho apego por su familia, pero nunca quiso involucrarla con nuestra casa y manera de vivir. De vez en cuando llamaba a sus padres para contarles que le iba bien y preguntar por la salud de sus abuelos. Mila nunca tuvo problemas de pareja, para ella todos éramos suyos. Era muy atractiva de cara, morena, alta y muy bien formada, de cuerpo atlético y buena musculatura. En su pueblo había montado un equipo de balonmano y para no perder la musculación hacía pesas y mucha gimnasia con cualquier cosa que encontrara. Pero lo que más nos atraía de ella, al menos a mi y a Bill, era su serenidad y su seguridad. Pese su juventud era la incuestionable e involuntaria líder de la casa, la que en un momento de necesidad mejor respondería y que con mejor criterio se enfrentaría al problema. Solía vestir muy modosa, y las pocas veces que se esmeraba era porque tenía ganas de gustar a su entorno, es decir a nosotros, pero sabíamos que para ella no dejaba de ser un simple juego de seducción. Paradójicamente era muy indiferente con los hombres, y a los eventuales de mente calenturienta eso les sorprendía, ya que la veían, ora con uno, ora con otro y sin prejuicios; sin embargo, nunca conseguían conquistarla. Cuando le preguntábamos respondía que aún no había encontrado el hombre de sus sueños.

Los padres de María nos pillaron desprevenidos. Ella nos avisó el día anterior, estaba desolada, avergonzada, y no sabía como enfrentarlo. La casa no era una maravilla, pero estaba limpia y ordenada. El hacer de taller, de pequeño almacén, de guardería, y vivir dos niños, nos obligaba a mantener mucho orden y limpieza. Rina era muy metódica y exigente en eso, mientras que Sole sabía como hacer que los niños parecieran siempre recién lavados. El mobiliario era tan vetusto como la casa y a María no le pudimos ofrecer más que cajones de madera, una pequeña lámpara montada con una botella de whisky llena de arena, una silla y alguna estantería para guardar sus libros de estudio. La cama se componía de cuatro palés pintados de negro, un colchón comprado en los Encantes y la vestimenta que buenamente le había cedido Mila.
Yo sabía de quien se trataba. El padre, un militar de alta graduación, nunca supe cuál porque evité preguntarlo. Su madre según Anna era una mujer altiva y señorial, con ínfulas de buena familia.

No estaba bien guardármelo y María era incapaz de explicarlo, por lo cual avisé a mis compañeros sobre lo que nos venía encima. María se reía de nuestro apuro, decía que no había para tanto, que su padre estaba acostumbrado a la vida cuartelera; pero se le notaba el nerviosismo y no paraba de poner cosas en su sitio o, lo que es lo mismo, moverlas de un sitio a otro para volverlas a poner en su lugar de origen.

El padre era alto y delgado, muy adusto. La madre, más habladora y simpática, parecía que hiciera un esfuerzo para que no cogiéramos manía a su hija. Hacía lo posible para tratarme igual que al resto, aunque se notaba que María había hablado de mí con especial cuidado. El padre, en cambio, se sentó con nosotros, mientras madre e hija arreglaban en lo que podían la habitación, y nos habló sin ambages.
No era lo que había pensado para su hija, nunca habría imaginado que terminaría visitándola en una casa comunal - él la llamaba así-, aunque tampoco sabía lo que era y confesó arrostrar falsos prejuicios e ideas preconcebidas. Se arrepentía de ello y nos agradeció haberla aceptado y tratado con tanto respeto. Se sentía abrumado y desconcertado, y confesó que nunca debió venir. Y nos lo dijo como disculpándose por habernos causado tanto desorden.
Y durante el coloquio me sentí estudiado, analizado hasta el colmo. Al despedirse quiso hablar conmigo lo más disimuladamente posible. María le había hablado mucho de mí, eso me contó, también que su hija, no porque fuera suya, era un personaje excepcional.

- Su entereza y nobleza no es aparente. No disimula porque no le hace falta. Mis dos hijos estudian en la academia y llegarán lejos, pero soy consciente que María les da mil vueltas en todo. Nunca habla por hablar y todo lo que hace obedece a un fin premeditado, aunque supongo que tú ya la conoces-

Eso me dijo sin soltarme la mano, como si de una advertencia se tratara. Me aseguró que podía confiar en ella. Lo de su seguridad y la premeditación de sus actos en aquel momento me preocupó. Cada uno tiene su fin y el de mi amiga no tenía forzosamente que ser el mío.

Aquel hombre medía mucho sus palabras, era parco en ellas. Si analizaba el mensaje, no cabía duda que los actos de su hija obedecían a un objetivo y yo entraba en él, sin que yo todavía supiera cuál era.
Hasta entonces María no había cejado de enviarme mensajes, demasiado ambiguos para mi gusto, de amistad y de revolución; pero su fortaleza, el valor que demostraba, su cercanía y esa mezcla de ternura y dureza, me habían conquistado. No obstante, estaba seguro que nunca sería mi pareja, me gustaba pero nos faltaba el deseo mutuo, que es lo más necesario, aunque en apariencia y tal como vivíamos y nos tratábamos, lo pareciera o fuera lo más cercano a eso. María había conseguido de mi lo más difícil, que sintiera la necesidad de estar junto a ella, pese saber que jamás sentiría la misma atracción y amor que hacia Anna.

Quizá fuera el amor que sentía por su compañero, del que nunca terminó de desconectar, ni quiso olvidar. O quizá a mi indecisión, mi temor al compromiso o el recuerdo siempre presente de Anna. Ahora, tras tantos años transcurridos, pienso que seguramente fue la intuición y que ambos eramos conscientes de nuestra realidad. Fuimos simples herramientas, yo le serví como amigo y confidente, mientras que a mi ella me sirvió para suplir a Anna y contrarrestar su indiferencia.


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