jueves, 13 de febrero de 2020

Cuando la Belleza supera el riesgo de llegar a ella

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El martes pasado salí con Anna y Mila. Desde su vuelta Anna y yo nos vemos a menudo, mucho más de lo que cabía imaginar y menos de lo que desearía, o tal vez desearíamos. Prefiero no preguntarle para no romper la magia de esos momentos.
Anna y Mila nunca se han tratado como buenas amigas, son dos mujeres muy distintas, pero con vidas prácticamente igual de intensas; sin embargo, se respetan muchísimo, y cuando digo muchísimo, es muchísimo. En mi interior creo que se admiran, no por la vida que han llevado sino por sus respectivas fortalezas.
Hablamos de muchas cosas e historias, obviando curiosamente la última y más salvaje, la de Myanmar. Y también de Carlota, una mujer seguramente tan intensa y fuerte como ellas, con la cual apenas coincidían, ni en su manera de pensar ni en su espíritu. Para Anna, Carlota simplemente había sido una mujer interesante para su análisis sociológico desde la lejanía, y para retozar sexualmente, sorprendentemente siempre conmigo. Mientras que para Carlota, Anna solo era un objeto sexual, no tan placentero como habría deseado porque mi amiga siempre me introducía en el juego.
A Carlota la amé mucho, seguramente más de lo deseable, quizá por eso Mila, respetando mi silencio, cambió de conversación.

-Jamás entenderé cómo habéis vivido tanta aventura, en solitario, con otras personas o juntos. Cualquier cosa que hagáis, al momento se convierte en una locura.

Anna y yo nos la quedamos mirando, debo reconocer que con bastante ironía. Abrí el móvil para buscar en el archivo de fotos las últimas que Mila me mandó, y una vez encontradas se lo pasé a Anna con un guiño de complicidad.
La costa del Pacífico desde Ecuador hasta la Tierra de Fuego, navegando a veces en solitario y otras con gente de mar con ganas de aventura, que iba encontrando en sus decenas de paradas. Pasó por el estrecho de Magallanes porque lo del cabo de Hornos era muy arriesgado con un barco de 37 pies y un desconocido como tripulante. El año anterior había dado la vuelta al mundo, debo reconocer que con Richard.

Anna y yo no podemos arrepentirnos de nada, seguramente porque hemos vivido nuestra historia, aprovechando cada segundo con una intensidad que se hace difícil imaginar. Hemos visto y vivido el horror con mayúsculas, los dos en nuestro espíritu y ella más en su piel, y por nada del mundo deseamos que nadie pueda vivir lo mismo.
Entonces, ¿cómo podemos disfrutar con los recuerdos? ¿Cómo podemos emocionarnos tanto con ellos?
No lo sé ni pienso preguntárselo. No obstante, me gustaría explicar a la inteligente, cuidadosa y calculadora Mila, que por aventuras que viva no deja nada al azar, que a nadie le toca la lotería si no compra como mínimo un número, aunque lo más seguro es que haya comprado muchos. Y solo toca varias veces si se es un ludópata. Obviamente, nosotros no lo somos. De hecho yo no juego y dudo que Anna lo haga. Nosotros solo tratamos el riesgo como se merece. Y es que cuando has dejado la piel para llegar a un lugar desde donde se otea lo sublime, la belleza supera al riesgo de llegar a ella.


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