Me abraza con más fuerza de la que
acostumbra. Lo hace para agradecer lo que he hecho, sin necesidad de
expresarlo con palabras, que sabe podrían ofenderme. Me abraza por
su amiga y porque he sobrevivido. Vuelvo a acariciarla, esta vez en
sus hombros. Con delicadeza paso mis pulgares por sus cejas y con uno
de ellos presiono el punto del sueño para intentar vencer su
insomnio. Y veo correr unas lágrimas por sus mejillas en busca
de la almohada. No puede abstraerse de su emoción, ni de la congoja
que ha pasado. Está emocionada y no quiere evadirse de la felicidad
que siente.
-Has dudado que lo consiguiera.
-No es eso, nunca he dudado de ti ni de tu
fortuna; pero he sufrido mucho, y hasta ahora, que te veo aquí, no
he podido dormir tranquila.
Es, creo, la primera vez que me trata así, que
reconoce su dependencia. Y vuelvo a sentirme poderoso y una extraña
y falsa suficiencia
invade mi espíritu. Solo en el mar y tras
una tempestad, con la caña del timón en la mano y el barco
abriéndose paso ya en aguas encalmadas,
sentí algo parecido. Y vuelvo a avergonzarme de mí mismo, de la
falta de modestia que durante un instante he sentido.
No sentiría nada sin ella y habría sido nada sin
Anna. Y sin Mónica nunca podría haber conocido la lealtad infinita,
esa que supera a la propia vida y al amor. Y fue Mila quien me enseñó
a enfrentarme a los vaivenes de la vida sin perder mi
integridad.
Es curioso que sean mujeres, y siempre ellas, las
mismas.
Y cierra los ojos y hace como si durmiera. Le pido
que descanse de lado para así acariciarle la espalda. Sé que le
relaja y le ayudará a encontrar el sueño. Pero soy yo el excitado,
que por mucho sueño que lleve de retraso, necesito contar lo vivido
para quizá creer que ha pasado.
-Las buenas vivencias pasan rápido y si no las
tomas se olvidan y se pierden. No hace falta marchar tan lejos para
sentirte vivo, en mi caso yo no supe o no quise verlo y por eso vine
hasta aquí. Tú, igual que yo, nunca te has sentido atado a
ideas. Lo que aquí he encontrado las supera. Y aunque estas
mujeres sean, como tú bien dices, mis amigas hermanas, me siento
atada por algo más intenso. Las ideas, creencias o la manera de
vivir, aquí carecen de importancia. La compañera que hemos perdido
era muy distinta a mí, pensaba de una manera muy diferente, sin
embargo, ha entregado su vida para ganar la libertad del resto.
No respondo. Por qué hacerlo, cuando la
entiendo y comparto todos sus sentimientos. Las ideologías matan,
convierten a los hombres en víctimas y verdugos, en asesinos de sus
hermanos. Anna lucha por algo más, por la libertad de los demás.
Sin embargo, para salvaguardar la suya he tenido que matar, después
de autoconvencerme que mi víctima no era un ser humano.
*
Transitamos con cuidado por sendas que bordean los
cultivos pegadas a la montaña y a la jungla. De vez en cuando
paramos, porque un riachuelo o un canal cruza el camino y hay que
vadearlo con gruesas tablas de madera, que volvemos a cargar tras
recomponer los márgenes dañados a nuestro paso. Ella no baja del
vehículo, aunque a veces lo intenta cuando ve que hay demasiado
trabajo. Y lo evito con un grito y malas maneras.
-No solo es
por tu estado
sino por tu seguridad y la de los campesinos que vemos. Hazme caso,
nadie debe saber que vas en uno de estos automóviles.
Y ella obedece. Sabe que, por preparada que esté,
yo lo estoy mucho más para lidiar en estos asuntos.
-¿Qué hubiese pasado de no estar Artur por
medio?
Quizá lo diga por el
dinero. Amara nunca ha sabido manejarlo ni moverse sin él. Y pienso
que ya debería ser hora que aprendiera.
Hemos pasado buenos y malos momentos, y siempre hemos conseguido
salir de ellos, ella trabajando los días de fiesta y yo vendiendo
mis servicios como cobrador de imposibles.
Le acaricio las nalgas y sonrío. Su respiración
es profunda y de vez en cuando se le oye un pequeño ronquido, pero
se inquieta si me mantengo en silencio. Quizá sea la medicación que
le provoca somnolencia, sin dejar que le entre el sueño por
completo.
Me levanto con la excusa de mi insomnio. Quiero
que duerma para evitarle una mañana de dolor de cabeza. Pero me
retiene, se esfuerza para combatir el sueño que le envuelve.
Le acaricio la columna desde la rabadilla hasta la
nuca. Me duele el brazo por el difícil gesto y porque mi hombro está
dislocado. Ahora sí duerme profundamente. Y cierro los ojos para
seguir hablando, esta vez a los duendes de la noche.
-¿Qué hubiera pasado?
Lo mismo. Joan habría puesto unos miles más, nosotros tres o cuatro
mil, Biel todo lo que tiene y Mónica se habría vendido hasta la
moto. Pero seguramente no habría llegado a
tiempo o mi rastro los hubiera prevenido.
Cuento los días y resto los dos del viaje. Es
curioso lo que puede hacer un hombre en tan poco tiempo,
convivir con desconocidos, que hablan un idioma muy distinto, de piel
y rasgos diferentes al suyo; y, sin embargo, siento que son de mi
misma familia porque pretenden lo mismo. Y tal como muchos años
atrás, me siento
más próximo a ellos que a muchos de mis
vecinos. Y ellos deben pensar lo mismo de mí, porque noto su asombro
cuando nos reímos y sufrimos por las mismas cosas, del mismo modo
que pasó en el altiplano con el grupo de senderistas, o en aquella
pequeña meseta del Himalaya, con los dos pastores pastunes.
Hay hombres que no sienten raigambre por ninguna
tierra; que no tienen bandera, raza e ideología; que se ríen más
de los dioses que de sus semejantes. Y estos hombres son mayoría.
-Para ti su sacrificio ha sido una derrota y
para ella una victoria. Han tenido que torturarla, violarla y
matarla, y eso sí es una derrota. Nunca podrás entender algo así.
Tu eres un soldado, el mejor que he conocido, y solo comprendes un
modo de lucha.
La miro con calma, no acierta ni va
desencaminada. Hace solo unas horas
yo podría haber muerto, de la misma manera que pude hacerlo en la
selva peruana o en el altiplano. En la primera habría sido derrota,
en el segundo nada, solo el vacío. Pero hoy es distinto, aunque ella
también perdiera la vida conmigo.
-Te equivocas y lo sabes. Habría sido un lujo
morir aquí por lo que estoy haciendo. Aunque en este momento sea un
soldado, ganar o perder es indistinto, porque para mí el intentar
rescatarte ya ha sido una victoria. Ahora solo quiero dejar de tentar
a la suerte -le digo con cierta aprensión, porque circulamos al
descubierto y somos un blanco perfecto, en un lugar que circular con dos 4x4 es algo extraño.
*
Tengo sesenta. Ya no soy un niño, ni mucho menos
aquel joven intrépido que se lanzaba al agua desde imposibles
rompientes; que escalaba tanto paredes de roca como de obra; que
bailaba y amaba a mujeres hasta el amanecer.
Y aunque haga pocos meses subiera a un árbol para recoger piñas,
ante el asombro de mis amigos, sé que me costó mucho más de lo
esperado, que al bajar respiraba cansado y que tuve que utilizar los
músculos de mis brazos al máximo. Ya no puedo sumergirme a tanta
profundidad, quizá por falta de aire o por cansancio. Tengo sesenta,
y pronto mis hijos, hoy admirados por la fortaleza y el espíritu de
su padre, me vigilarán preocupados y controlarán mis pasos; y no
pasará mucho que dirán que olvido con facilidad, eso en el mejor de los
casos, que no debo conducir tantos kilómetros, y hasta es posible que
busquen alguien que me cuide. ¿Qué mejor manera de terminar mis
días que aquí, con ella
y de una ráfaga?
-¿Sabes una cosa? No fui porque me lo pidieras,
aunque sí tuvo mucho que ver tu voluntad en mi decisión. Es curioso
como un individuo como yo puede llegar a este tipo de dependencia,
pero eres Amara, la mujer absoluta y poderosa. Incluso allí, entre
plantaciones de adormidera y árboles centenarios, se hablaba de ti
con admiración. Mujeres torturadas y luchadoras, escuchaban de la
boca de Anna palabras sobre tu espíritu de superación, tu fortaleza
y tu valor.
Y seco sus lágrimas con la yema de mis dedos. La
beso y una vez más le pido que descanse, que ya seguiremos mañana;
pero es imposible, no puedo dejar de hablar. Hoy he vuelto a ser
Popol, pletórico, henchido de un orgullo que no puedo disimular;
pero esta vez porque me siento identificado
con ellas, estas mujeres que,
contra todo y todos, luchan por su dignidad; y por mis amigas
hermanas y por mi compañera, tan iguales a ellas.
Nos miramos a los ojos, tan extraños los suyos
para mí, como los míos para ellos. Nos hablamos a través de ellos
y me siento seguro porque dicen las mismas cosas con la misma
confianza. Son alegres como los míos. No hay líder porque no son
soldados, solo hombres que no quieren ser menos que sus mujeres. No
querían venir, pero ellas estaban dispuestas y eso
les ha decidido. Lo prefiero así, de este modo seré yo el líder y
nadie discutirá el modo. Llevan sus
fusiles, americanos según dicen; pero
cuando les pregunto si alguna vez han matado, se miran incómodos.
Uno dice que quizá, que una vez hirió o mató un soldado o dos.
-Esto no es matar. Matar es quitarle la vida a
alguien mientras
le miras a los ojos, cuando un rato antes hablabas con él sobre el
tiempo y la pesca. Lo que tú has hecho es lo mismo que un piloto
cuando lanza sus bombas, que no ve ni siente la muerte que provoca.
Nuestros acompañantes constantemente miran el
cielo. El ejército tiene nuevos helicópteros, son chinos y tan
silenciosos como los americanos, lanzan balas explosivas que
destrozan a un elefante, que atraviesan muros y estallan tras ellos.
Pueden volar de noche y lo ven todo. Pero esos helicópteros hoy no
los vemos. Los militares de la zona quieren solucionar el problema
por sí solos, no quieren pasar por la humillación de pedir
refuerzos por algo que no lo merece.
Los campesinos conocen todos los caminos y saben
si por ellos han pasado los soldados. Nos están buscando, pero muy
lejos de aquí. Nadie puede imaginar cómo ha podido escapar una
mujer sin recursos. Saben que no puede andar lejos del pueblo, que
debe estar escondida en él o en alguna aldea próxima.
Pero estamos a más de cien kilómetros y corriendo hacia el río,
donde unas canoas esperan y otros dos coches en la otra orilla, ya en
país amigo, y
conducidos por los mismos tipos del primer día.
Debo reconocer que Artur es un genio y hace las
cosas bien, al menos tal como se las pido.
-¿Cómo lo harás?
-No lo sé, pero una vez allí decidiré.
-Llévate dinero por si has de pagar a alguien.
-Si pago es que negocio, y si negocio puede pasar
un mes, y es posible que Anna no disponga de tanto tiempo.
-¿Qué tienes pensado hacer?
-Entrar y llevármela lo más lejos posible y sin
parar.
Me miró
fijamente, afirmó
con la cabeza y no dijo
nada más. Luego, en el avión de regreso me dice
que he tenido
mucha suerte.
-La suerte es esquiva con los que la esperan, hay que buscarla y tener
paciencia, y una vez crees verla, cogerla al vuelo sin darle tiempo a
escapar. El que duda una vez, dudará siempre y perderá.
-Si no vas y no lo intentas
nunca te lo perdonarás, ya no serás el
mismo. Eres el único que puede conseguirlo. No vuelvas sin dejarla a
salvo y, a poder ser, tráela de vuelta.
Eso me dijiste al percibir mi inicial duda y hasta acomodo.
-Es curioso que fueras tú la que me diera el valor. Sin ti quizá no
habría podido. En cuanto a Anna, sabías que no volvería, todos lo
sabíamos.
Los tiempos no han cambiado tanto, somos nosotros
quienes lo hemos hecho. Ya no somos los mismos, no puedo andar tantos
kilómetros ni subir las mismas montañas, el exceso de humedad me
afecta, en invierno me cubro con una manta, a lo
lejos ya no veo tan bien y he perdido reflejos, y a veces soy demasiado lento.
Enferma y rota, sin casi esperanza de curación, ha sido capaz de movilizarnos en un día, de arriesgar al que más ama, al único que la cuida y lo poco que le queda; de convencer a Biel que debía ser yo y mi modo, y no el suyo, más sensato y normal. Le convenció con la amenaza.
Enferma y rota, sin casi esperanza de curación, ha sido capaz de movilizarnos en un día, de arriesgar al que más ama, al único que la cuida y lo poco que le queda; de convencer a Biel que debía ser yo y mi modo, y no el suyo, más sensato y normal. Le convenció con la amenaza.
-Sabes que así no lo conseguirás, sabes que la
perderemos. Sé valiente y acéptalo.
Y convenció a Artur, aunque este no necesitara demasiadas palabras. Solo con saber que su amiga estaba presa y yo dispuesto tuvo suficiente.
Y convenció a Artur, aunque este no necesitara demasiadas palabras. Solo con saber que su amiga estaba presa y yo dispuesto tuvo suficiente.
-Sabías
que no estaba
seguro de volver, sé
que lo sabías
porque te lo
insinué y porque
lo decían tus
ojos, en un mensaje de incierta despedida. Abrazo
su maltrecho cuerpo, con delicada pasión y estudiada fuerza. La amo
con locura, como nunca he amado a una mujer, ni siquiera a ella en
sus mejores momentos. Es y siempre será, la mujer absoluta.
-Si cada uno de nosotros hablara y actuara por
lo que siente, todo sería distinto Popol. Nadie piensa igual y cada
uno de nosotros tiene y defiende sus costumbres y su modo de vivir; y
para estar en paz, con solo mostrar las nuestras con humildad y
respetar las de los demás, habría suficiente. Tú mismo has
conocido a integristas de muchos bandos, y después de hablar con
ellos, el combate se te ha hecho imposible, tanto para ti como para
ellos. Es la manada lo que nos convierte en asesinos y fascistas.
Hay que involucrarse y participar, hablar claro y alto, para que todo el mundo pueda escuchar tus palabras y participar de tus ideas; y hay que defender hasta el último aliento a la gente que piensa de otra manera.
Hay que involucrarse y participar, hablar claro y alto, para que todo el mundo pueda escuchar tus palabras y participar de tus ideas; y hay que defender hasta el último aliento a la gente que piensa de otra manera.
Anna no acierta ni desacierta en lo que dice.
Lleva, como todos, su parte de razón. En la vida hay que tomar
partido y eso nos integra en una manada, aunque nos cueste
reconocerlo. Debes enfrentarte a lo que consideras injusto,
respetando por igual las ideas del débil y del preponderante; pero
cuando este convierte su poder en abuso, has de posicionarte sin
dudarlo. Vacilar podría significar tu derrota y la de los tuyos, la
desaparición de una postura ante la vida, incluso de una cultura y,
lo que es peor, de tu capacidad de transigencia.
No puedo razonar con alguien, que, antes de
matar por no morir, sería capaz de hablar con su verdugo hasta su
último estertor. Yo no soy así, y si lo fuera, ahora no estaríamos
corriendo por el borde de la jungla.
Y debe haber leído mi pensamiento.
-Ya sé que no es fácil Popol, que a veces nos
lo hacen imposible, pero al menos quiero luchar e intentarlo.
Cada bache es dolor, lo sé porque a veces no
puede esconder el gesto. No son sus rodillas sino todo su cuerpo. He
visto sus brazos amoratados, seguramente por las cuerdas que la
sujetaban, pero también algún moratón en la espalda y las piernas.
Conociéndola supongo que debió defenderse.
Me acerco y la abrazo. Quiero que su cabeza
descanse en mi hombro. Le acaricio las mejillas, su hombro libre de
mi abrazo, le levanto la barbilla y la beso. Los jóvenes que nos
acompañan hablan entre ellos y se ríen. La chica se vuelve y le
dice algo que provoca una rápida respuesta e hilaridad en los tres.
-Se preguntan cómo puedo mantener la mente
despejada con tanto hombre.
Me río. No le pregunto si tiene alguno por
aquí. Lo más seguro es que no, porque en caso contrario ya lo
habría conocido, además mi amiga no es de tenerlos sino de
usarlos.
-¿Y qué has respondido?
-¿Y qué has respondido?
-Que es lo que me hace tenerla así.
¿Sabes? Conversando con
ella me descubrí ser todo lo que odio y
por lo que siempre me he rebelado, lo que ella despreció. Somos
manada, hemos parcelado el abrevadero y nos hemos apropiado de un
rincón, donde todos los que creemos ser iguales, nos discutimos el
espacio y el agua. Y vigilamos a los vecinos para que no vengan a
beber en nuestro sitio, aunque el agua provenga de la misma lluvia; y
si están más cómodos los miramos con envidia, sana o
insana. En eso nos diferenciamos, en la envidia.
En el abrevadero me gusta mirar a los de otra
parcela para buscar coincidencias; y lo que más me satisface, es
cuando encuentro una mirada
igual a la mía. Por eso siento más empatía con algunos de ellos,
por alejados que estén, por diferentes que sean, que con muchos de
mi tribu.
-Echaba en falta tu manera de amar, tan
sensible y sofisticada, tan femenina.
La miro y sonrío. Sabe lo que pienso, pero lo
calla de la misma manera que yo. Es cierto, le he hecho el amor
durante toda la noche, pero para mí sin sexo; o quizá sí y, dadas
las circunstancias, ha sido abundante para ella. De todos modos, sea
con burla o sinceridad, prefiero responder con una verdad.
-Será que tuve la mejor maestra y encima
bisexual.
Le he hecho el amor del mismo modo que ella lo
hacía a mí y a Amara, tal como nos enseñó a los dos, a mí muchos
años atrás y a ella a la vuelta de nuestra luna de miel. Y me ha
llenado de gozo saber hasta qué punto le ha gustado y recordado
nuestra relación.
-¿Te das cuenta? Me amas igual que antes, sin condiciones ni esperar recompensa. Somos singulares hasta en esto. Tu amor hacia mí no espera nada a cambio, ni siquiera reconocimiento. Es tan limpio como el de un niño. Nunca serás adulto Popol.
-¿Te das cuenta? Me amas igual que antes, sin condiciones ni esperar recompensa. Somos singulares hasta en esto. Tu amor hacia mí no espera nada a cambio, ni siquiera reconocimiento. Es tan limpio como el de un niño. Nunca serás adulto Popol.
Y se ríe abiertamente, con la alegría de
siempre. Y una vez más veo
marcarse los preciosos hoyuelos de sus mejillas. Ha sido un instante,
fugaz, pero tan intenso que por un momento he sentido ganas de llorar
de alegría.
Y pienso en todas las
cosas que hemos pasado juntos, cómo fuimos capaces de arriesgar
mucho más que la
vida, el uno por el otro.
La miro fijamente a los ojos con burlona
sonrisa. Quiero que sepa lo que pienso, sin necesidad de unas palabras
que entre nosotros sobran.
Y vuelve a besarme de aquel modo que tanto me
enloquece, que probablemente nunca más sentiré de sus labios.
*
Subo
al 4x4 y miro
hacia atrás. Está de pie, en medio del camino y con la mano
ligeramente levantada. Mi compañero y
conductor habrá
percibido mi ánimo, porque dice
algo en inglés y durante un instante me toma
del brazo, lo justo para mostrarme solidaridad o quizá consuelo.
En poco llegaremos al aeropuerto y podré pensar
tranquilo, en mi soledad. Y en unas horas aterrizaré en la capital,
que seguirá siendo desconocida para mí, tal como el resto del país.
En su aeropuerto me espera Artur, con su eterna y deshilachada
mochila de lona. Y si todo va bien cogeremos el primer vuelo de Air
France y en quince horas estaremos en casa
No ha sido fácil, nada fácil.
Una historia que pasó hace más de tres
años, a la que le faltan muchos capítulos, para los que tardaré
otros tres o tal vez no escriba nunca.
Aunque con algo de retraso, Amara pudo organizar
mi aniversario. Una fiesta increíble y por sorpresa, al lado de mis
mejores amigos y de otros muchos, de mi familia y de mis padres, que
morirían un año más tarde. Nadie habló de Anna, los unos porque
no quisieron y los más porque no sabían; pero en silencio y con una
ancha sonrisa, brindé por ella y por Biel, aún ausente y al lado de
su amada.
Preparé el cierre de mi empresa y marché con
Amara de vacaciones a Asturias. Y en el bosque de Muniellos, andando
todas las tardes con la mochila a mi espalda, entre robles, hayas y
fresnos, busqué la paz de algún recodo y me senté para escribir
una historia que me será
muy difícil publicar. Allí,
sin el ruido humano, mientras buscaba el rastro del lobo, del oso y
del jabalí, o me recreaba en el corto vuelo del urogallo, recordaba
todas las historias pasadas con mi amiga hermana, las conversaciones
mantenidas durante tantos años, nuestra extraña e intensa
convivencia, entrecortada y nunca rota. Y su relación con Amara, el
respeto y la admiración que se sienten. Y el recuerdo de nuestras aventuras en solitario, siempre uno al lado del otro. Y la que tuvimos con Amara, andando durante quince días desde la Cerdaña hasta Jaca,
con mochilas y tienda de campaña. Un viaje de amor y
conocimiento. Pero en lo que más pensaba era en nuestras últimas
conversaciones, no había noche que no lo hiciera.
“Si cada uno de nosotros hablara y actuara
por lo que siente, todo sería distinto Popol. Nadie piensa igual y
cada uno de nosotros tiene y defiende sus costumbres y su modo de
vivir; y para estar en paz, con solo mostrar las nuestras con
humildad y respetar las de los demás, habría suficiente.”
“Hay que involucrarse y participar, hablar
claro y alto, para que todo el mundo pueda escuchar tus palabras y
participar de tus ideas; y hay que defender hasta el último aliento
a la gente que piensa de otra manera.”
Poco antes de mi marcha había estallado el 15M.
Dudaba que fuera efectivo y tampoco me gustaba mostrarme. Quizá aún
conservara mi obsesión por el secretismo de los tiempos de lucha,
cuando la supervivencia y la pericia en no ser descubierto iban de la
mano. Pero me introduje en el movimiento, aunque solo
tangencialmente, de mirón y oidor de sus discursos; y sondeé,
escuché, analicé y hablé con alguno. Y, por supuesto, busqué a
los infiltrados, tanto de un bando como de otro; y los localicé con
tanta facilidad que los creí patéticos. Y no, no sentí compasión
por ellos, ni por los que dejaban la piel en la lucha, porque
descubrí algo que hasta entonces me había pasado desapercibido: la
subversión había dejado de ser hermética, la infiltración carecía
de importancia, en todo caso sumaba, y la gente no escondía su
nombre ni sus ideas. Nada había cambiado y, sin embargo, la manera
de participar era distinta. La subversión, al menos hasta que el
poder no se sintiera en peligro, podía ser abierta. Pero en el
momento que los jerarcas vean su poder en riesgo, todo cambiará, se
convertirán en violentos y crueles, primero utilizarán la ley,
rediseñándola si hace falta, y luego las armas y la sangre.
Como siempre, ni el poder ni la policía han
cambiado. Son los mismos amos con sus perros y, del mismo modo que un
terrorista solo sabe matar, ellos solo saben vivir de los
demás; de modo que defenderán el poder a costa de lo que sea,
porque lo consideran de su propiedad.
Y busqué entre la gente más dispar, y encontré
aquella a la que nadie quiere entender, de tanta libertad que ofrece:
a los piratas. Y durante unos días me dediqué a estudiar el partido y
me afilié. Al cabo de unos meses y después de recibir
algunas notificaciones, intenté participar y descubrí que era un
engaño. Lo que aparentaba ser democracia directa y horizontal, era
en realidad una dura verticalidad. Los
abandoné o, mejor, los olvidé y volví a buscar; pero esta vez ya
sabía dónde y cómo. Su ideario me había convencido porque era el
mío, el de Anna o el de cualquier otro que creyera en la libertad
individual y en la democracia por encima de cualquier ideología.
“Es la manada lo que nos convierte en asesinos
y fascistas.” Y
son las ideologías las que crean manadas. Las ideologías, las
religiones y las banderas.
Los encontré en la red. También eran piratas, pero esta vez
compartían y hacían uso de la democracia con una plenitud que nunca
había visto. Me afilié y me dediqué a leer sus escritos y seguir
lo que hacían. Un día recibí una demanda de ayuda. Los Pirates de
Catalunya habían organizado el primer Congreso del Partido Pirata
Europeo y necesitaban un lugar para acoger a un delegado extranjero,
ofrecí mi casa y los conocí de cerca. Y descubrí que todo lo que
anunciaban era cierto y lo cumplían, incluso más; y me involucré
tal como me gusta, hasta el límite. Había encontrado el camino
olvidado treinta y cinco años atrás, por el que valía la pena
volver a luchar.
Una vez más había sido ella, a miles de
kilómetros de distancia, entre campos de adormidera, agua y jungla,
la que despertó la inquietud que llevaba en mi interior.
Los tiempos no han cambiado, siguen siendo los mismos de hace cuarenta, cien, mil años. Somos nosotros los que lo hemos hecho, para bien o para mal, y nadie sabe cómo terminará. Mis predicciones hablan de un retorno de las dictaduras y del fascismo, esta vez de la mano de intereses bastardos y corporaciones financieras, con la ayuda de una complaciente ciudadanía sin espíritu. Y hay que luchar para que los tiempos oscuros sean lo menos duraderos posible.
Los tiempos no han cambiado, siguen siendo los mismos de hace cuarenta, cien, mil años. Somos nosotros los que lo hemos hecho, para bien o para mal, y nadie sabe cómo terminará. Mis predicciones hablan de un retorno de las dictaduras y del fascismo, esta vez de la mano de intereses bastardos y corporaciones financieras, con la ayuda de una complaciente ciudadanía sin espíritu. Y hay que luchar para que los tiempos oscuros sean lo menos duraderos posible.
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